





Ya se iba acercando la hora de cenar, y se notaba porque Portofino se iba vaciando poco a poco de crucerístas, que llenaban los tender apresuradamente, con la esperanza de llegar a tiempo a sus turnos de cena. A nosotros ni se nos pasó por la imaginación perder esas últimas dos horas a bordo del Lírica. Lo teníamos decidido, íbamos a cenar en una de las terrazas que rodean la dársena del puerto. Cuando comenzamos a ver las cartas de los diferentes restaurantes vimos, lo primero que nos iba a salir por un pico, y lo segundo que parecían haberse puesto de acuerdo ya que los precios eran casi calcados , a excepción de dos de ellos que directamente eran prohibitivos. Así que nos sentamos en el que nos pareció que tenía más encanto. Pedimos unas ensaladas de pulpo fresco, según nos sugirió la camarera, y una de las especialidades de pasta del lugar, y que no resultó ser más que unos simple linguini con pesto y tomate, todo regadito con un buen vino tinto de la Liguria. Nunca habíamos pagado casi tres mil de las antiguas pesetas por un plato de pasta, pero ¡qué demonios! una noche es una noche, y más si es en Portofino. Fue una cena de lo más agradable, sentados en una mesa con velas al borde mismo del puerto, viendo a los peces nadar y con Portofino iluminado como telón de fondo. Y con peculiares vecinos de mesa, recién bajados del yate, con sus americanas azul marino con brillantes botones dorados, inmaculados pantalones blancos y conversaciones intrascendentes.

El Lírica fondeado frente a Portofino

La animada plaza del puerto

Iniciando la maniobra de fondeo frente a Portofino

Los momento previos al embarque en los tenders
