Vinilo Azul. -“Portugal en Oviedo”
Los recuerdos de otros países distintos al nuestro suelen llevar, casi siempre, el distintivo de la cultura. Aprender un idioma supone amar al país. Amar a un país implica adorar una parte (o toda) de él: su gastronomía, su cine, su literatura, su música. También esa sensación que se da en el viajero de encontrarse perdido, absorber su atmósfera, contemplar cada uno de los resplandores que se muestran ante nuestros ojos.
Portugal, siempre tan lejos, siempre tan cerca, cada vez menos desconocida y cada vez más alejada de cientos clichés, cuenta en Oviedo con una de sus más grandes banderas gracias al restaurante Celia Pinto. La unión, a través de una invisible línea, de Oviedo con Portugal se consigue en este pequeño recinto gastronómico donde el tiempo parece detenerse al modo luso: sin alharacas, sin ruidos, con el tenue aire de un fado, los sabrosos platos que cocina Celia Pinto y la pausada conversación de Álvaro Suárez mientras recomienda o explica lo que el visitante se va a encontrar en la carta.
Escondido en la calle Javier Grossi, en un antiguo local donde se almacenaban los discos que publicaron los sellos discográficos El Cohete (allí se editó el increíble “El Segundo de Los Locos”) y Waco Records (primera casa de los legendarios Sangrientos, Kactus Jack o Los Más Turbados), el Restaurante Celia Pinto ejerce de punto de contacto de Asturias con Portugal. La base, por supuesto, es portuguesa, pero admite su contagio en algunos pequeños detalles (que el profano apenas notará) con la cocina asturiana. Quien ame el bacalao en todas sus variables se encontrará a sus anchas, comenzando por unos bolinhos de entrantes que son una verdadera delicia. Claro que tampoco cabe desdeñar el pulpo a la brasa y, por supuesto, una notable variedad de carnes. Mientras la música nos sumerge en el cálido clima del pequeño local, paladear algunos de los excelentes vinos portugueses es otro de los placeres que nos permite este auténtico consulado portugués en la ciudad. Personalmente, soy un fanático de los vinos alentejanos y la presencia del Monte Ravasqueira tanto en su versión crianza como en la de reserva (elijan ésta, merece la pena el desembolso) nunca falta cada vez que acudo allí. Los postres son un punto y aparte que dejaré que Álvaro Suárez les descubra cuando lo visiten. Su hospitalidad es uno de sus puntos fuertes. Si se enredan en la conversación de sobremesa, algo que es más que posible que ocurra dado el clima afable del local, donde las prisas se detienen y manda ese ritmo pausado de nuestro vecinos lusos, será el momento de rematar con un delicioso chupito de vinho de oporto. Los precios son asequibles y la visita merece la pena, se lo aseguro.
Para quienes tenemos una rama familiar portuguesa, muchos ancestros (tíos, primas, abuelos...) resulta maravilloso encontrarse en un lugar así, que nos transporta a días de verano en Oporto, en la playa de Miramar, en tantos y tantos lugares que tuvimos oportunidad de conocer desde muy pequeños. Mi madre -que nació en Viseu- y tiene la sangre de la doble nacionalidad, parece revivir cada día que vamos. Hace unos meses, celebramos su cumpleaños; hace unas semanas, el mío. No hay mejor lugar para encontrarme con mis múltiples raíces en la ciudad. Para -en medio de las turbulencias que parecen querer imponerse a la calma- recuperar la forma ser ,como en esa vieja canción de Nacha Pop, “y no tener miedo a ir y volver”. Por mucho que los acontecimientos quieran empujarnos fuera de la línea trazada.
MANOLO D. ABADPublicado en el suplemento dominical "El Comercio de Oviedo" del diario "El Comercio"