Mª Ángeles Fernández y J. Marcos
“Ellas fueron para las puertas con los hijos en brazos.
Ellas oyeron hablar de un gran cambio que iba a entrar en las casas.
Ellas lloraban en los puertos agarradas a los hijos que venían de la guerra.
Ellas lloraban al ver al padre guerrear con el hijo.
Ellas tenían miedo y estaban y no estaban.
Ellas aprendieron a mover los libros de cuentas y arreglar las granjas abandonadas.
Ellas doblaron en cuatro un papel que llevaba dentro una cruz laboriosa.
Ellas se sentaban a hablar en una mesa para ver cómo podían estar sin los patrones.
Ellas levantaban el brazo en las grandes asambleas
Ellas cosían las banderas y bordaban hoces y martillos con hilo amarillo”.
Las tres Marías
María Teresa Horta, María Velho da Costa y María Isabel Barreno. Son las ‘tres Marías’, las autoras del libro Nuevas cartas portuguesas, publicado en abril de 1972, justo dos años antes de la Revolución llevó a las autoras ante un tribunal. El documento, con un estilo inclasificable, era claramente antifascista y exponía su oposición a los valores femeninos que defendía e imponía el régimen. Las protagonistas hablaban de su cuerpo, de los placeres y sufrimientos de las relaciones con los hombres. Las autoridades, que prohibieron el libro, acusaron a las escritoras de pornografía, de obscenidad, de ultraje a la moral pública y de abuso de la libertad de prensa. “Nos atrevimos. Nosotras, mujeres, osamos a hablar de sexualidad de una forma clara. Y aún más, hablamos de la guerra de África. Eso era una afrenta doble”, recuerda Horta.
Por desgracia, los portugueses son tan buenos en la arena y tan malos en la cama”. Esta frase extraída del libro, ya considerado crucial en la evolución del pensamiento feminista portugués, fue leída en el juicio. El 25 de abril de 1974 interrumpió el procedimiento y las tres mujeres fueron absueltas. Ésta fue una de las consecuencias del golpe de Estado. Hubo muchas más. Las mujeres iniciaron el camino en busca de su identidad, de sus derechos y de su dignidad. Y salieron a la calle; porque era su deseo, no su obligación, la principal motivación que había movido hasta entonces.
El periodo de transición hacia la democracia supuso el inicio de profundas alternaciones en la vida cotidiana de muchas mujeres: llegó el divorcio, la igualdad formal entre hombres y mujeres en todos los ámbitos de la vida, la fijación de un salario mínimo nacional, la apertura de las carreras de magistratura judicial, el ministerio público, el funcionariado de justicia o la diplomacia. También se abolió el derecho que tenían los maridos para abrir la correspondencia de sus esposas.
A sus más de 80 años, y con una voz emocionada y unos ojos empapados en lágrimas, María Antonia Palla recuerda la importancia de aquellos pequeños cambios cotidianos. De la liberación que supusieron. La noche del 24 al 25 de abril supuso un antes y un después. El lugar de las mujeres estaba en la casa, según la ideología del régimen del Estado Novo: las tareas domésticas y el cuidado de hijas e hijos era tarea femenina; trabajar en un comercio, abrir una cuenta bancaria o salir del país era imposible sin la autorización de un hombre. La expansión de la corriente eléctrica en los hogares, que se encendió con la llegada de la democracia, generó todo un cambio; “fue un elemento de democratización”, apunta Palla. “La gente adquirió frigoríficos, hubo un cambio en la dieta de la población y ya sabemos que la alimentación está a cargo de las mujeres. La electricidad permitió ganar tiempo. También llegó la televisión, que fue un elemento democratizador”, sostiene la periodista, que tuvo su propio programa en la televisión pública, ‘Nombre-Mujer’.
Las mujeres rompen el cerco fue la primera publicación lanzada en Portugal por la Cooperativa Editorial de Mujeres en 1977, tres años después del 25 de abril. Treinta y seis meses de disputas y rupturas. “La lucha de las mujeres fue la cosa más impresionante que pasó después del 25 de abril”, asegura Isabel do Carmo, quien recuerda que fueron las ellas quienes hicieron las ocupaciones de los bancos.
También ocuparon edificios y casas. “Se crearon comisiones de mujeres, que eran las que se metieron en los edificios. Y por las noches se hacía alfabetización, pero antes de irse tenían que dejar la cena hecha al marido y al hijo”, recuerda Manuela Tavares. La fundadora y directiva de UMAR (Unión de Mujeres Alternativa y Respuesta) recuerda en su libro Movimientos de Mujeres en Portugal que los años 74 y 75 estuvieron marcados por grandes movimientos de solidaridad, por ocupaciones de empresas por trabajadoras e iniciativas de autogestión. Los ejemplos abundan. “La lucha contra el cierre de empresas y la defensa del derecho al empleo es para muchas una cuestión. Los procesos de ocupación de fábricas y de autogestión iniciados representan, ante la fuga de los patrones, espacios de aprendizaje y de elevación de la conciencia de centenas y centenas de mujeres”, escribe.
Participación, toma de la palabra y libertad son los tres conceptos sobre los que se desarrolla cualquier análisis sobre las mujeres y la Revolución de los Claveles. La ciudadanía también era ya femenina. Eso sí, con evidentes limitaciones: en 1976 apenas había un 5 por ciento de diputadas y las mujeres estaban representadas en las direcciones de los sindicatos en un 21 por ciento. Actualmente, en la Asamblea de la República el 30 por ciento son mujeres y las desigualdades salariales siguen vigentes: una mujer debe trabajar una media de 57 días más para igualar el salario de un compañero masculino.
Un libro y una serie
La televisión pública RTP está emitiendo estos días una miniserie de cinco capítulos titulada ‘Mujeres de abril’, que cuenta la vida de varias mujeres antes y después de la Revolución de los Claveles. “Queríamos hablar sobre los temas que afectaban a las mujeres, como el aborto o no poder votar”, ha explicado el director de la producción que versa sobre la historia de una familia.
También recientemente la periodista Ana Sofía Fonseca ha publicado la obra Capitanas de abril, en la que recoge los testimonios de diez mujeres de algunos de los capitanes que protagonizaron el alzamiento militar. “Es una revolución hecha por hombres en tiempo de hombres. Éste era un país en que las mujeres estaban recluidas en el espacio privado. Es natural que en un país así la revolución fuese hecha por hombres. Pero, claro está, las mujeres existían, estaban acá, pensaban, tenían opinión y tuvieron su papel. Ellas fueron un gran apoyo de estos militares”, explica la autora en una entrevista para el medio digital iJornal.
Y es que, no fueron pocas las mujeres que ayudaron a sus maridos; en la sombra, claro. Además de en la clandestinidad. Celeste Caseiro, la florista cuyo gesto dio nombre a la página histórica más importante en la historia reciente de Portugal, también fue protagonista del espíritu de abril. No fue la única mujer.
“Ellas dijeron a la madre, sosténgame ahí a los chavales, señora, que la gente va en camioneta
a Lisboa para para decirles cómo es.
Ellas vinieron de los arrabales, con el fuego en la cabeza, a ocupar una parte cerrada de la casa.
Ellas tendieron la ropa cantando, con las armas que tenemos en la mano.
Ellas trataron de tú a las personas con estudios y a otros hombres.
Ellas iban y no sabían para donde, pero iban.
Ellas encienden el fuego.
Ellas cortan el pan y calientan el café frío.
Son ellas quienes despiertan por la mañana a las bestias, a los hombres y a los hijos adormecidos”
Maria Velho da Costa (1976)
Fuente original: http://www.pikaramagazine.com/2014/04/y-el-grito-de-la-revolucion-fue-de-las-mujeres/