En la recepción
Fabrizio abrió el portón amarillo para poder estacionar el carro. “Pasen, pasen, bienvenidos”, dijo con ese acento italiano que sonríe al mismo tiempo. Me preguntó algo más que no diré, pero que nos hizo reír sin remedio. Así llegamos a su casa, a la que llamó Mediterránea junto a Yuri, su esposa, una barloventeña que habla y abraza con todo el cuerpo. Aunque hace calor, la brisa es cálida y me llega de algún lado el rasgar de las palmeras, de un movil guindado en algún lugar.
Yuri nos invita a seguirla, anota los datos, nos sonríe, nos da las indicaciones para convivir en tranquilidad en la posada. Es un lugar familiar, eso se siente apenas al entrar. Hay sencillez y buen gusto en sus rincones, pero sobre todo salta el cariño y la perseverancia. Dos hamacas me guiñan el ojo a mi paso y al subir a mi habitación, dos más me dicen que ahí es donde pasaré la tarde, con una vista perfecta al cielo.
“Comenzamos con estas habitaciones de aquí”, me dice Yuri haciendo una forma de L en el aire, una noche en la que nos quedamos conversando. “Cuando vimos este terreno hace ya como ocho años, a Fabri le gustó y él tuvo mucho visión. Yo vivía en Caracas, maestra por veinte años ¡imagínate! y me vine para acá porque comenzamos a ponerle cariño. Esto no tenía nada, nada, y la gente nos miraba raro cuando estábamos ahí afuera sentaditos, en ese terreno vacío y mira ahora como lo tenemos”.
Un ambiente, al lado de la piscina
Una de las primeras habitaciones
Ese pedacito en forma de L ha crecido, tiene dos pisos y 13 habitaciones para recibir a quien quiera días de playa. Está en Chichiriviche, dentro del Parque Nacional Morrocoy. Ambos dejaron su terreno seguro: Fabrizio se vino de Italia y Yuri, que ya había dejado Barlovento para irse a Caracas, se entregó por completo a los días de sol. “Al principio me costó”, me dice Yuri, “porque imagínate el ritmo de Caracas, a mí me gustaba ir al cine, al teatro y llegas aquí y no hay nada de eso; pero luego te consigues muchas cosas más que compensan. Claro, a veces me hace falta, pero es que aquí hacemos todo con amor”. Ella aparece en cualquier lado de la posada dispuesta a lo que sea y a Fabrizio es normal verlo en la cocina encargándose del menú del día. Él te sirve la comida, se pasea por los sabores, quiere que adivines qué ingrediente le puso. Lo italiano le sale muy natural y cuando mezcla sus sabores con los venezolanos, las comidas resultan un viaje en sí.
En Posada Mediterránea van a encontrar habitaciones matrimoniales, triples, cuádruples y algunas para siete personas, como cantidad máxima. Son cómodas y bonitas, con aire acondicionado, agua fresca. Una terraza amplia tiene hamacas para el descanso y abajo, al lado de una piscina que es una suerte de gloria, hay varias hamacas más (ya saben cuánto me gustan). Hay duchas externas para quitarse el agua de mar, un comedor amplio, café con canela a punto y la atención de sus dueños que hacen la estancia mucho más agradable.
Una de las habitaciones matrimoniales
No está muy lejos del muelle para ir a explorar el parque, pero en todo caso Yuri y Fabrizio brindan todas las facilidades para organizar paseos, resolver cualquier duda. Para ellos es importante que te sientas como en casa y lo logran. “Se llama Mediterránea porque fue como una concesión que le hice a Fabri. Él había dejado Italia para venirse acá y era como tener un pedacito de su tierra en ese nombre, así que así lo dejamos. Mediterránea y ya”.
Para reservar en esta posada se pueden comunicar con sus dueños por los teléfonos 0259-8150186 o contactar a Vulcanos Tours para tener una experiencia de hospedaje y excursiones mucho más completa.
PARÉNTESIS. Quiero agradecer a Yuri por cuidar tan bien mi malestar viajero y el de Yilmar, que me acompañó en estos días. Gracias por todas las manzanillas, hojitas de laurel, el consomé, las medicinas que nos buscaron en su botiquín y en el pueblo. Gracias por dejarnos estar más tiempo del previsto para asegurarse que nos sintiéramos bien y emprender el camino de vuelta. GRACIAS.