Revista Libros
10 OCTUBRE 2005 Cervantes
Una mujer corre por el andén, con su hijo detrás. Los veo a través de las ventanas del vagón. Entran. La mujer ordena al hijo que pregunte a dónde va este tren. El niño mira el paisaje. Yo estoy al fondo del vagón. El niño no se atreve a preguntar a nadie. La mujer se desespera, otea al final de las vías, mira su reloj.
Me levanto y le digo que el tren va a CiudadÁrbol, y que pasa por tales y tales municipios y barrios. Se relaja, me da las gracias y se sienta.
Vuelvo a mi sitio, abro un libro y no leo. No leo porque empiezo a pensar en la situación de esa mujer, una situación que ya he visto varias veces, una situación de una crueldad sutil, inapelable, tristísima. Esta mujer, como tantos otros adultos, ha emigrado en busca de un trabajo. Seguramente, es asalariada de una fábrica. Seguramente, trabaja doce horas al día. No tiene tiempo, no tiene ganas, no tiene quizá la capacidad para aprender el idioma B. Sin embargo, su hijo va a la escuela, donde le inyectan el idioma B, donde no escucha más que idioma B. Y su hijo es inteligencia blanda, fértil, aprovechable. Aprende rápido y tiene abierta la puerta que su madre tiene cerrada. Así, esta mujer, como tantos otros adultos, necesita a su hijo para hacer cualquier gestión, para pedir un papel en el Ayuntamiento, para abrir una cartilla en el banco, para saber qué día se recogen las latas de aluminio y qué día se recogen los muebles viejos.
Mientras pienso esto, el niño se me ha estado acercando. El tren aún está parado. Me pregunta de dónde soy. Se lo digo, y su madre, que es la que le ha pedido que hable conmigo (hasta delega en su hijo hablar en el idioma que sí domina) me invita a sentarme con ella para charlar. Se llama Carol; su hijo tiene siete años. Me dice que es boliviana y le pregunto si conoce a la familia de Eduardo. No la conoce.
Intercambiamos información sobre tiempo en este país y motivos de haber venido. Luego me habla de su hijo, Aarón. Ella misma le está alfabetizando. Le tengo prohibido que me hable en el idioma B, me dice. Pero el niño huye lingüísticamente. Poco a poco, se vuelve incapaz de comprender el idioma de su madre. No sabe leer.
Ambos miramos a Aarón, que juega con su consola Nintendo.
[Del diario “Japón 2005”]
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Lo que no vio nunca Alb en toda su estancia en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (México)
A alguien leyendo.
[Del diario “México 2010”]
LOS COMENTARIOS (1)
publicado el 18 diciembre a las 09:56
Si el resto del libro es así de malo me parece que ni lo voy a intentar.