Posibilidades.

Asentué la moraleja por sobre todas las literarias vidas. Aquellas dulces, pequeñitas existencias. Sencilla su teoría, inocente su decadencia.
La Avenida San Martín tiene siete cuadras de Alameda (sin álamos) y siete florerías durante éste tramo.
Las flores no me gustaban, hasta que hoy dia…me gustaron.
Son las diez y media de la mañana. Un joven de veintitrés o veinticuatro años camina con una dulce ansiedad torpe y una rosada rosa en su mano derecha. Lleva, además, una sencilla mirada con destino brilloso, que apenas le permite ver las calles y los autos.
Deseo, con todos mis versos, que esos pétalos suavicen las incógnitas y las líneas inciertas que atraviesen o puedan atravesar, la posibilidad de que ese amor no suceda. Realmente anhelo que suceda. Aunque jamás tenga la certeza.
Caminé diecisiete pasos queriendo una rosada rosa, una rosa con inciertas historias.
Antes de cruzar la última calle de la Alameda, entendí, que la existencia de las posibilidades puede saturar a los conceptos de rosas y aromas florales. Dejándolos susceptibles, débiles, vulnerables; somnolientos, inofensivos, quebrantables. Resultando de esto, no una guerra perdida, sino una tregua entre orgullos y solemnidades.