«Los Cirenaicos piensan que no todos los males provocan la aflicción, sino sólo los inesperados e imprevistos. Sin duda éste es un aspecto que debe tenerse en cuenta en relación con el aumento de la aflicción; es evidente que todos los males imprevistos nos parecen más graves. De aquí que con razón se alaben aquellos versos que dicen:
Yo, cuando los engendré, sabía que iban a morir y para un destino semejante los he criado. Cuando luego los mandé a Troya para defender a Grecia, sabía que los mandaba a una guerra mortífera, no a un banquete.Por esa razón, esta reflexión anticipada sobre los males futuros suaviza el momento en que se nos presentan, al prever su llegada con mucha anticipación. De aquí que se alaben con razón las palabras de Teseo en Eurípides; yo podría, como hago a menudo, traducirlas en latín:
Recordando las palabras que había oído yo a un hombre sabio, meditaba en mi interior las desgracias que me sobrevendrían: o una muerte prematura, o la huida dolorosa del exilio, o pensaba siempre en algún gran mal, para que, si me llegaba alguna calamidad enviada por el azar, al cogerme desprevenido no me desgarrara mi imprevista preocupación.Esto es lo que dice Teseo que había oído a un sabio, pero en realidad Eurípides está hablando de su propia experiencia personal. De hecho él había sido discípulo de Anaxágoras, del que se cuenta que, cuando se le comunicó la muerte de su hijo, había dicho: «Sabía que lo había engendrado mortal». Lo que indican estas palabras es que a quienes no han meditado sobre estos sucesos les resultan dolorosos. Por ello no cabe la menor duda de que los males que no se han previsto se consideran más graves. Por consiguiente, aunque esta circunstancia no es la única que origina la aflicción mayor, sin embargo, dado que la previsión y la preparación del espíritu contribuyen a la disminución del dolor, el ser humano debería meditar siempre en todas las cosas humanas. Indudablemente en esto consiste la sabiduría superior y divina, en captar y en estudiar en profundidad las vicisitudes humanas, en no admirarse de nada cuando sucede y en pensar, antes de que suceda, que no hay nada que no pueda suceder.
Por esa razón, todos, cuando están en el culmen de la prosperidad, precisamente entonces, deben meditar en su interior cómo soportar las tribulaciones. Cuando se regresa de un viaje, siempre hay que pensar en los peligros y en los daños, o en un delito cometido por el hijo, o en la muerte de la esposa, o en una enfermedad de la hija, que son desgracias comunes todas, para que ninguna de ellas le resulte nueva a nuestro espíritu; cualquier bien que se presente inesperado, considéreselo como una ganancia».Marco Tulio Cicerón. Disputaciones tusculanas, III, 14, 28-30. Ed. Gredos
Imagen: Escultura de Arno Breker