En esta ocasión no os presento un libro antiguo, he preferido publicar en este post una reseña escrita por D. Jorge Juan Ballesta Gómez, economista, profesor, lector empedernido y curioso incorregible, cualidades que le han hecho ser un hombre con amplios y variados conocimientos, tal y como me demuestra en sus entretenidas charlas.
La admiración por estas cualidades , su cultura y el trato que mantenemos en mi lugar de trabajo, me llevaron a proponerle escribir en mi blog una reseña sobre algún libro que le hubiera resultado interesante de entre los muchos que ha leído.
Por fortuna, muy amablemente ha accedido a mi propuesta, algo que le agradezco enormemente.
Muchas gracias D. Jorge.
Os dejo a continuación con su reseña.
Adrian Goldsworthy.La caída del Imperio romano: el ocaso de occidente, 631 p. Madrid: La Esfera de los libros, 2009
Abordo los siguientes comentarios sobre el libro como un simple aficionado y apasionado de la Historia, por cuanto mi profesión es la de economista.
Previamente, quiero decir que con anterioridad ya había leído otras dos obras de este historiador militar británico, nacido en 1969: El ejército romano (2005) y Las guerras púnicas (2002), libros que desde luego me agradaron mucho, tanto por sus contenidos como por su estilo.
En La caída, el autor dedica 524 páginas a los antecedentes, a ir contextualizando esta historia y a explicar por qué acabó cayendo el Imperio Romano de Occidente. Además, las Notas consumen otras 56 páginas; otras 24 están dedicadas tanto a una sucinta cronología (desde el asesinato en 192 del emperador Cómodo hasta 457, fecha de la abdicación de Avito), como a un glosario (arrianismo, cohorte, prefecto del pretorio, etc.). Las últimas 27 páginas están dedicadas a la bibliografía y a un índice onomástico, hasta completar un total de 631 páginas.
Goldsworthy comienza su recorrido a lo largo de 400 años cuestionando que se puedan comparar los actuales Estados Unidos de América con Roma, ejercicio fácil que vienen haciendo algunos historiadores y divulgadores.
Por sus páginas van pasando los numerosos emperadores, usurpadores, generales, caudillos, obispos, intrigantes y, por supuesto, algunas mujeres que tuvieron cierta influencia en el devenir del Imperio.
El autor aúna una enorme erudición y talento, cuestionando muchas opiniones, tanto de algunos historiadores en particular como enraizadas en el imaginario popular, que considera no suficientemente probadas o simplemente falsas.
En cuanto a los personajes se refiere, en una obra tan corta Goldsworthy necesariamente tiene que dedicar relativamente poco espacio a estudiar a los emperadores de los siglos II y III: Cómodo, Pertinax, Septimio Severo, Caracalla, Heliogábalo (de verdadero nombre Elagábalo), entre otros, para centrarse más en los protagonistas desde finales del siglo III y comienzos del IV hasta el final en el siglo V, sobre todo, Diocleciano y su tetrarquía: dos emperadores (augustos) uno en Oriente y otro en Occidente, además de sus dos sucesores (césares), aunque él fuera la figura dominante. A partir de aquí, ya empieza a distinguir la separación entre los Imperios de Oriente y Occidente y sus distintos destinos.
Por las páginas pasan Galerio, Majencio, Maximino, etc., sobre todo el primer emperador nominalmente cristiano, Constantino y sus herederos.
Para no entrar en más detalles fatigosos para el lector, llegamos en este breve resumen de individuos a Juliano "El Apóstata", Arcadio y Honorio, Gala Placidia, Estilicón, Atila, Avito, Ricimero, Julio Nepote, etc. hasta el comandante de tropas en Italia, Odoacro, que depuso al que fue el último emperador de Occidente (476), llamado paradójicamente como el primer rey de Roma, Rómulo Augústulo (pequeño Augusto), un niño entonces de 10 años, aunque en realidad el que mandaba era su padre, Orestes. El relato no acaba abruptamente en el siglo V, sino que, cuando procede, alarga el desarrollo hasta el VI.
Por supuesto, también desfilan algunos de los emperadores coetáneos que reinaron en Constantinopla, la antigua Bizancio.
En cuanto a la temática del libro, obviamente trata de los bárbaros (germanos, godos, hunos, etc.); de los cristianos, de los persas; analiza el acontecer por regiones o provincias: Italia, la Galia, Hispania, Britania, África, Egipto, Asiana, Oriente, etc.
El Imperio de Oriente, cada vez más disminuido, no desapareció totalmente hasta la caída en 1453 de su capital, Constantinopla, en manos de los turcos otomanos, como se sabe, es decir, 1.000 años después del de Occidente. Al formidable enemigo que era el Imperio Persa, los Aqueménidas, le dedica bastante espacio.
En cuanto a la razón de ser del libro, la caída de Occidente (capitales Roma, Milán, Rávena), Goldsworthy considera que fueron dos sus causas más importantes.
Por un lado, las continuas y cada vez más importantes incursiones de los pueblos bárbaros y la necesaria entrega a éstos de tierras del Imperio, con la consiguiente pérdida de ingresos que el hecho suponía para las arcas públicas del Imperio, reduciendo gravemente las posibilidades de reclutar, armar, alimentar y pagar a soldados romanos. Es cierto que muchos bárbaros fueron enrolados como combatientes entre las huestes romanas.
Pero, el autor considera que fueron más dañinas para la supervivencia del Imperio las continuas guerras civiles desde el siglo III, más que las incursiones bárbaras. El enfrentamiento entre ejércitos romanos que seguían a sus generales autoproclamados emperadores en cualquier provincia contra otros usurpadores o contra emperadores ya instaurados, supuso una sangría de recursos humanos y materiales que fue deteriorando el sistema a nivel político, económico y militar. Desde luego, unos y otros protagonistas en los golpes de estado, tanto usurpadores como emperadores, utilizaban a los bárbaros que podían, cambiando éstos de bando al igual que hacían muchos oficiales y soldados romanos, según las circunstancias.
En resumen y en mi modestísima opinión, el libro consigue en sus escasas páginas ofrecer al lector una clara visión panorámica de lo que sucedió, cómo y por qué, descendiendo a los detalles cuando resulta oportuno.
Por Don Jorge Juan Ballesta Gómez.