La política de la post-verdad consiste en emitir un mensaje político determinado, aún a pesar de que el emisor sepa a ciencia cierta que no es real. La campaña electoral del referéndum británico sobre la UE fue un ejemplo paradigmático. Mientras el Remain se aferraba a los hechos y la realidad –o, lo que es lo mismo, al debate tradicional-, el Leave abandonaba cualquier hecho real para abrazar la mentira política más descarada y llegar a las emociones que movilizaran el descontento y la apatía política. Era igual si se trataba de los (imaginados) millones que recuperarían el sistema público de salud, los (imaginados) inmigrantes que no llegarían al Reino Unido o la (imaginada) integración inminente de Turquía en las instituciones europeas.
Pero la post-verdad no es patrimonio del pueblo británico. La política en el Estado español no está exenta de ella, ni mucho menos. Especialmente cuando la campaña permanente se ha instalado entre nosotros, y cuando la política viene absolutamente determinada por el inmovilismo provocado por las siguientes elecciones. Sean las andaluzas, las municipales, las autonómicas, las catalanas, las estatales, las estatales 2.0, las vascas, las gallegas, las estatales 3.0 … y así ad infinitum. El debate político ya no trata de las propuestas, sino de intentar mantener a la población permanentemente movilizada -o desmovilizada, según sea el objetivo- y guardar a la vez la ropa.
Este ciclo político que comenzó en 2011, y que va por su segunda prórroga, ha sido proclive en ejemplos de post-verdad. Hemos tenido un gobierno que afirmaba que el rescate bancario no afectaba las cuentas públicas, o que la corrupción sistémica eran sólo casos aislados. También una oposición socialista que, de repente, no había favorecido los desahucios exprés o indultado banqueros cuando estuvo gobernando. Y hemos visto además a una Convergencia Democrática de Catalunya (CDC) que decía haber defendido el Estado de Bienestar, cuando en realidad su gobierno fue, proporcionalmente, más austericida que todos los gabinetes griegos de estos últimos años.
Política naif y Catalunya
Lo que sí que hemos logrado patrimonializar, especialmente en Catalunya, es el concepto de política naif. Y no, este artículo no es un ataque al proceso independentista. Tampoco al “cambio” de los Comuns o Podemos. Aunque tampoco es un halago, tal y como están planteados a día de hoy. La política naif consistiría en creer que con una determinada acción en comunidad, se conseguirá cambiar todo el sistema. Sólo porque es posible que pase. Consiste en que si cerramos los ojos y apretamos muy fuerte las manos, eso que deseamos se aparecerá ante nosotros. Algo parecido al permanente pensamiento positivo. Confundir lo posible con lo probable.
El proceso independentista catalán ha conseguido abandonar la iniciativa popular para centrarse en los movimientos de sus actores institucionales. Principalmente, de lo que CDC quiera hacer, ya que es quien dirige el debate –presupuestos antes que independencia; hoja de ruta antes que referéndum unilateral, Artur Mas antes que unidad independentista, etc.-, y quien ha cooptado al único actor de la sociedad civil que parecía querer llevar la iniciativa discursiva: la ANC, ahora controlada por Jordi Sánchez en su cúpula pero no en sus bases.
Lo que han intentado hacer los convergentes salidos del 27S ha sido desactivar la calle como principal motor del proceso independentista. Artur Mas no consiguió surfear la ola en la etapa 2012-2015, pero sí en el transcurso de su caída. ¿Quién iba a decir que las bases independentistas serían resquebrajadas por quien pretendía liderarlas? El #PressingCUP dividió y desilusionó. Es decir, desmovilizó en un momento donde la sociedad catalana independentista estaba preparada para generar la clase de conflicto con el Estado que CDC siempre había querido evitar.
Después de la llegada de Puigdemont a la presidencia resultó que, al otro lado, sólo quedó un independentismo sociológico que piensa que una secesión se consigue con un bonito acto floral cada 11 de Septiembre. El más multitudinario, valiente y constante movimiento político en la Europa de nuestros días, no me malinterpreten, pero acto floral al fin y al cabo. Nada de parar las fábricas o de vincular la lucha independentista a las luchas sociales. Nada de convocatorias de huelgas ni Ayuntamientos negándose a pagar impuestos al Estado. Nada de conflicto, apretad las manos y cerrad los ojos que tenim pressa.
Frente al proceso independentista se suele contraponer a quienes piden “el cambio”. Esto es normal hasta cierto punto, pues quienes dominan el discurso independentista, ya lo hemos dicho, son los enemigos ideológicos del cambio: CDC vs. Comuns/Podemos. También porque la fórmula equidistante que el bloque Colau/Iglesias ha desarrollado no les sitúa más que en la ambigüedad política y el cálculo electoral.
Si uno piensa en las principales propuestas de los Comuns para Catalunya, también se ve una práctica desatada de la política naif. El artículo de Ada Colau, el pasado 10 de Septiembre, es un ejemplo de ello. En él, decía que no se puede negar a ninguna comunidad política la capacidad y el derecho de ser cambiada por la vía democrática. Nada de fórmulas políticas para lograr un referéndum unilateral –único referéndum probable-, ninguna propuesta estratégica sobre cómo lograr que el unionismo catalán se sume a ese referéndum –es necesario tener a alguien que defienda el No-, ni una palabra sobre desobediencias como respuesta al bloqueo político actual por parte del gobierno español. Obviad el conflicto, apretad las manos muy fuerte, y quizás en Navidad el PP sea tercera fuerza. ¡El cambio ya está aquí!
El rupturismo como única respuesta y como confluencia
Esta política naif en donde nada pasa por mucho que hagamos eso, apretar fuerte las manos, termina generando sensación de hartazgo. Y si algo deberíamos aprender del referéndum británico sobre la UE, es que el hartazgo de la gente al final se traduce en la necesidad de que, por fin, pase algo. Sea lo que sea ese algo.
Un estupenda lección para los intereses de quienes desean ver una República Catalana, o un cambio en el Estado español: o se genera una alianza entre ambos espacios –independentismo y Comuns/Podemos- a favor de lo que podríamos llamar una ideología rupturista, o ese algo que terminará pasando lo avanza el CIS a cada informe que publica.
No hay más camino, el resto es política post-verdad y política naif. Seguramente el cambio, tanto en Catalunya como en España, pase porque las dos comunidades políticas sigan caminos diferentes. Cualquiera que busque un cambio, debería tener eso en cuenta a la hora de establecer alianzas.
Foto: Crosa