Revista Cultura y Ocio
Vuelvo a sacar la basura y a demorarme un rato en una plaza así antes del toque de queda. Como los bares están cerrados, hay mucha menos gente en la calle que estos días atrás. Quizá como señal de un próximo retiro, mi quiosco de prensa, después de años, ha cerrado en los primeros días de enero. La primera mañana me alarmé, por si hubiese ocurrido algo grave; pero la siguiente ya vi un folio impreso pegado en el cristal del frente con un «Cerrado por vacaciones» que me tranquilizó. Acudí al quiosco más cercano —hace años que cerró el de Maestro Sánchez Garrido, que vertía en la calle Pintores, y no hace mucho el de Obispo Galarza—, que está en el inicio del Paseo de Cánovas, en esa especie de parterre al que casi nadie echa cuentas del antiguo «Requeté» —aquel comercio tan propio ya desaparecido—, y la señora me dijo que pronto iba a jubilarse y que ya no vendía prensa. Tuve que ir a otro más alejado, aunque en esta ciudad no hay distancias inabarcables a pie. Supongo que mi nuevo quiosquero estará sorprendido por recibir la visita de un cliente insólito que le compra dos periódicos al día. Cada vez que voy pienso en ello. En que quizá pronto ni siquiera tenga la posibilidad de buscar, aunque sea lejos, un lugar para esta rutina añeja de recibir las noticias en papel. Hay muchos menos quioscos de prensa en esta ciudad desde que lo escribió José Ramón Alonso de la Torre hace un par de años. Ya no está el de la Avenida de Portugal y hace tiempo que desapareció el de Aurelio, en Rodríguez de Ledesma. No sé si el de la barriada de Pinilla pervive; pero no deja de ser inquietante que uno escriba sobre esto.