Hoy comparto con vosotros uno de los tantos bonitos instantes que me ha regalado Madrid, un atardecer silencioso que jamás olvidaré
Cuando tome la decisión de mudarme a Madrid en e cada vez más lejano 2007 reconozco que mi cabeza estaba llena de prejuicios sobre la capital. Fue precisamente el caer en la cuenta de lo equivocado que estaba lo que hizo que, paseo tras paseo, me fuese empapando cada vez más de una urbe que nada tenía que ver con lo que me había imaginado. Un enamoramiento que se tramó descubriendo ante mis ojos postales como la que hoy quiero compartir con vosotros.
No era ni la primera ni la segunda vez que me dejaba caer por la coqueta Plaza de la Villa, un entorno cuyo sublime calado histórico se percibe en una primera oteada. Un lugar cargado de relatos y en cuya aparente inocencia se pertrechó una importante dosis de la personalidad del Madrid que hoy admiramos.
Aquel día la plaza se ofreció un poco más tranquila de lo habitual, un ofrecimiento que percibí al primer instante desde la Calle Mayor así que me animé a transitarla. Cuando, con caminar calmado, llegué a la fachada de la Casa de Cisneros volteé mi cabeza sobre mi hombro derecho y allí sentí uno de los tantos regalos que me ha hecho Madrid. Un atardecer dorado se filtraba curioso bajo el pasaje voladizo que conecta con la Casa de la Villa, la que fuese sede del Ayuntamiento de Madrid durante tanto siglos. Un silencioso espectáculo que pude disfrutar de manera exclusiva y en el que observé como los rayos del sol bañaban con mimo los adoquines de este cautivador rincón.
Fachadas de ladrillo, forjas de hierro, en definitiva retazos y huellas de un pasado que ahora contemplaba en soledad y que, sinceramente, nunca había pensado que podrían existir a tan pocos pasos de ese frenesí llamado la Puerta del Sol. Recuerdo interrumpir mi paseo de forma brusca y de pronto mirar con detenimiento aquella silueta de oro que casi se extendía debajo de mis pies. Pronto supe que aquel guiño que me hacía la ciudad no era casual. Me detuve y disfruté de ese momento íntimo. Al rato reanudé la marcha pero ya todo era diferente. Ya entonces, Madrid me había ganado.
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