Revista España

Postal de la semana: Silencio en la Plaza Mayor

Por Manugme81 @SecretosdeMadri

En cierta ocasión me propuse disfrutar en soledad del corazón de Madrid, una visión única que hoy quiero compartir con vosotros.

Siete años de idilio con Madrid dan para tantas idas y venidas por la Plaza Mayor que resulta imposible recordarlas todas. Unas veces más atento de sus edificios, otras de sus arcos y otras de sus gentes... pero siempre con un motivo pendiente para regresar. La he paseado y escudriñado hasta la saciedad y soy consciente de que todavía se me escapan decenas de detalles que revelan su enorme peso histórico. No obstante hoy quiero recordar la visita de todas que más me marcó.

Corazón de la Villa desde finales del Siglo XVI, en ella se han celebrado desde corridas de toros hasta autos de fe de la Inquisición y por supuesto mercados. Pero su función no ha sido lo único que ha variado con la caída de los años, su denominación no ha podido permanecer ajena a los avatares de esta gran ciudad, desde el primitivo nombre de "Plaza del Arrabal", al de " Plaza de la Constitución", "de la República" o incluso "Real".

Hoy, convertida en uno de los puntos más turísticos de la capital, se muestra repleta de almas a cualquier hora del día, siempre que la climatología la respeta. Un gentío que a veces nos distrae la atención de un entorno que merece ser disfrutado con pausa y silencio. Decidido a conocer la cara más muda de este órgano vital de Madrid cierto día puse la alarma de mi despertador a una hora que me permitiese un encuentro íntimo con ella, y así fue.

Me lancé a la calle y avancé en ayunas en busca de mi cita perfecta con la Plaza Mayor. En mi camino puede sentirme parte de ese lienzo urbano que ofrecen las primerísimas horas de Madrid en el que los trabajadores más madrugadores comparten aire y aceras con los que se resisten a retornar a su hogar tras una dilatada noche de fiesta.

Accedí a ella a través de la Calle de la Sal y ahí estaba, tal y como me la había imaginado, desnuda y apagada. Sólo los lejanos movimientos y ruidos de algunos operarios de limpieza quitaron un poco de hechizo a nuestro maravilloso encuentro. Aún así, sentirme prácticamente solo, rodeado de tanta belleza, en exclusiva para mí, me hizo sentirme la persona más afortunada de la capital. Durante unos instantes, Felipe III y su caballo sólo posaban para mi objetivo, los frescos de la Casa de la Panadería parecían hasta hablarme y esos adoquines, acostumbrados a mil y una batallas, agradecían soportar únicamente mis pisadas.

Estuve un buen rato haciendo fotos en soledad hasta que pronto los primeros viandantes empezaron a estropear nuestra cita secreta. En ese momento di por finalizado nuestro encuentro furtivo y de nuevo reinicié el rumbo. Por fortuna, tengo fotos, como la que quiero compartir hoy con vosotros, que dan crédito a lo que digo...

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