Revista Cultura y Ocio

Postal de viaje (II)

Publicado el 01 julio 2014 por Regina

Cinco horas de viaje hasta Santiago de Cuba. Todavía es temprano pero ya hace calor. Santiago me gusta mucho. Enseguida se nota que es una ciudad con personalidad y pulso propios. La música se oye alta, las mujeres parecen usar una talla menor de la que necesitan, nadie está apurado, todo el mundo se conoce, o lo parece, por la familiaridad en el trato de la que no escapo.

Me pregunto si en algún momento en esta ciudad no se está subiendo o bajando, no descubro ni una calle que no sea inclinada. Converso con cualquiera, en Santiago eso es lo más fácil del mundo; la gente se queja de los precios, o del desabastecimiento como en todas partes, pero no alcanzan el nivel de crítica que veo en La Habana, aunque claro, mi visión es superficial.

Esta habanera calurosa busca cualquier pretexto para entrar en un local climatizado. Almuerzo en El Baluarte, un restorán con oferta en moneda nacional. Las raciones son breves, pero como mi última impresión de la gastronomía estatal habanera es horrenda, esta muestra no me parece tan mal. Sigo subiendo y bajando calles, le comento a mi anfitrión que Santiago es una ciudad que vive de espaldas al mar, y me da la razón, pero me lleva a un lugar conocido como El balcón de Velázquez, con una vista espectacular de la bahía.

Una singularidad del transporte alternativo en Santiago son las motos. No tienen licencia para alquilar, pero todo el mundo las usa y te llevan donde quieras. Converso con mi chofer que trajo su moto de la extinta RDA a donde fue a calificarse para trabajar en la textilera Celia Sánchez. Cuando cerraron la empresa, apeló a su moto y dice que hay que matarlo para decomisársela. Le pregunto sobre la cantidad de casas que veo en construcción. Casi todos son los damnificados del huracán Sandy, me dice, y no le comento, pero está claro que en la urgencia por construir se han pasado por alto los estándares técnicos, y esas placas delgaditas auguran problemas en el futuro. Recuerdo a mi primo Mayito Coyula con su observación de que cuando uno se va a operar siempre quiere al mejor cirujano y sin embargo construir una casa lo deja en manos del equivalente a camilleros.

La comida es en una “paladar” en la calle Enramada, los precios, como los de La Habana, y los clientes, todos extranjeros menos mi mesa. La mejor comida y la mejor atención de todo el viaje. Me voy de Santiago sin poder comerme un mango bizcochuelo.

 


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