No desvelo nada nuevo si digo que la mayoría de sociedades actuales están cada día más deshumanizadas. El sistema, y cuando hablo de sistema de manera tan genérica me refiero a las normas escritas y no escritas que parecen regular nuestra sociedad y a quienes la conforman, es cada vez más competitivo potenciando con ello el individualismo.
Situaciones como la actual, donde los problemas económicos han golpeado fuertemente a un buen sustrato de nuestra población, han permitido ver lo mejor y lo peor de sus gentes y del sistema. Y es gracias a ciertas iniciativas, que en algunos casos se iniciaron de manera espontanea y que necesitaron de la unidad de un buen número de personas, las que han conseguido revertir en parte este individualismo en su deseo de poner freno a las múltiples injusticias que se están dando en este complicado momento.
Quienes gobiernan y legislan, que para nuestra desgracia suelen ser los mismos por la nula separación de los poderes legislativo y ejecutivo, no han sabido o no han querido –yo personalmente me inclino por esto último- potenciar lo colectivo por encima de lo individual y ejemplos no nos faltan, como expondré más adelante.
Las palabras solidaridad, fraternidad, compañerismo e incluso unidad parecen volver a estar de moda gracias única y exclusivamente a la buena gente que decidió un buen día plantar batalla al injusto sistema y a quienes lo dirigen. Pensemos que a quienes gobiernan y dirigen, sea una empresa o un país, les es más fácil someter a quienes no están cohesionados que a la inversa. Se desprestigian los movimientos colectivos –valga el ejemplo de los sindicatos-, se criminalizan, se compran o se intenta comprar a sus miembros, se les limitan sus competencias y derechos e incluso se llega al punto de hacer creer que en ciertos casos es mejor lo individual a lo colectivo, porque a fin de cuentas quien mejor para defender los propios intereses que uno mismo.
Los políticos y los poderosos han llegado a tal grado de cinismo que quieren, entre otras cosas, hacer creer que potenciando el individualismo buscan lo mejor para sus ciudadanos y una prueba de ello la tenemos en el sistema educativo soñado y propuesto por el PP. Cuántas veces hemos oído en los últimos tiempos hablar de premiar la excelencia. Pero premiar la excelencia significaría gastar más dinero público para dar una mejor formación a los mejores, destinando menos recursos con el resto. Se hablaba incluso de centros especializados donde estos jóvenes supuestamente mejor capacitados podrían tener más presiones de las que tendrían estudiando en buenos colegios públicos con sus compañeros de toda la vida. ¿De verdad queremos que nuestros hijos sufran más presiones de las innecesarias y sean adoctrinados para ser parte de una determinada élite? Yo tengo muy clara mi respuesta. Yo quiero que mis hijos tengan una infancia la mar de normal, que puedan disfrutar de su tiempo, que tengan una buena educación pública, que no sufran presiones inadecuadas para su edad y sobre todo que sean felices. Creo que el sistema quiere adoctrinar a las nuevas generaciones sin importarles si potencian la infelicidad, la competitividad y el individualismo.
MSNoferini