El resultado de las elecciones del pasado 26J nos dejan una irrefutable realidad: el PP es el partido más fuerte de España. Esta constatación no se deriva en exclusiva del número de votos que ostenta dicha formación, también de la inusitada fortaleza estructural que posee y de la escasa competencia ideológica a la que tiene que hacer frente.
Hacerse con el monopolio de la derecha, casi sin ningún tipo de confrontación partidista que suponga una fragmentación del voto, es una ventaja frente a los demás actores que deben competir en un sector más feroz y con más partidos implicados.
Además, la única alternativa real que disputaba su hegemonía en el eje centro – derecha, Ciudadanos, ha sido “víctima” de su pacto con el PSOE, virando tímidamente, a ojos de su electorado potencial, hacia la izquierda, dejando al PP el camino despejado.
Fuente: elaboración propia a partir datos del CIS.
Los ejes mostrados dan visualización al mapa político español, donde en el espacio de la derecha no nacionalista (entendida como los partidos autonómicos que tienen ansias de más autogobierno o, directamente, buscan la secesión), solamente hay una opción. Mientras que las otras formaciones deben disputarse la posición en un espacio más reducido y claramente más competitivo, hecho que supone la fragmentación del voto en beneficio de la formación liderada por Mariano Rajoy.
Por ejemplo, según los datos del estudio preelectoral del CIS (2016), la población situaba en la escala ideológica a Ciudadanos más cerca del PSOE que del PP (8,35 los populares – 6,39 el partido naranja – 4,6 los socialistas, donde 10 es extrema derecha y 0 extrema izquierda).
Otro factor desencadenante de los resultados, ha sido el temor a la prolongación sin mesura de la situación de inestabilidad gubernamental, ante la imposibilidad de formar un ejecutivo, que ayudó a fomentar, impulsado por los mensajes centrales de la campaña del Partido Popular, la concepción del voto útil, término históricamente más relacionado con el PSOE y su “lucha” por monopolizar el voto anti derecha. En este caso el voto útil era para tener un Gobierno pronto y evitar, de paso, a los “radicales” de Podemos.
Esta estrategia tuvo el beneplácito de la formación morada, que pensaron que gracias a esta dinámica de polarizar la campaña (izquierda Unidos Podemos – derecha PP, sin más alternativas), lograrían dejar de lado al PSOE (el famoso “sorpasso”) y alzarse con el control del ejecutivo. Pero la polarización que propuso el Partido Popular y secundó Podemos, auspiciados por las encuestas, y sabedores que iban a capitalizar el voto de la izquierda, les hizo caer, a los de Pablo Iglesias, en dos errores: desestimar el poder del PSOE y apoyar la estrategia de los populares y movilizar así a su electorado (llegando a reconvertir a los votantes Ciudadanos).
Pero es importante recalcar que no es lo mismo polarizar a una formación “virgen” y sin escasa tradición en nuestro país, el caso de Ciudadanos, siendo un actor con una fuerza estructural muy grande como el PP, que polarizar el voto siendo la formación emergente (Podemos) y tratar de estancar a una institución tan longeva y tradicional como es el PSOE (con unas federaciones muy potentes y numerosas). En este caso, las cábalas les salieron mal a Unidos Podemos, que no contaban con la inmensa base socialista que atesora en sus espaldas un extenso historial de tradición partidista.
Por su parte el PP, mostró uno de sus grandes atributos: su inmenso poderío, su infatigable base de votantes. Una fuerza inquebrantable ante los continuos casos de corrupción y escándalos de diversa índole que ha ido sufriendo, incluso durante el periodo de entre elecciones. Llegándose a dar el caso que hasta en Cataluña, escasos días después del “Fernández Gate”, el partido del Ministro del Interior en funciones, fue el que registró un mayor aumento de votos (un 2,24% más, 45.000 votos de mejora respecto las elecciones del pasado año). Y los populares lograron un incremento de sufragios en todas las comunidades sin excepción (6,3% más en Murcia, 6% en Baleares o un 5,5% en las Islas Canarias, son algunos de los casos más notables). Una clara muestra del gran “punch” del PP, que tiene en su base de votantes su mayor activo para postularse siempre como una opción realmente contendiente a formar Gobierno y a hacerse con la mayoría parlamentaria.
Este fenómeno de fortaleza del electorado, debido en parte, a la larga tradición e historial que posee la formación a raíz de las múltiples elecciones a las que ha participado desde su refundación en 1989, viene a contrarrestar con el escaso apoyo de base que tienen las formaciones que empiezan a despuntar en el panorama nacional, con un grado de volatilidad y desactivación muy elevados.
En definitiva, no es lo mismo arrinconar a un partido de reciente aparición y “robarle” su electorado, que en su inmensa mayoría se trata de votantes “convertidos” de otras formaciones, que tratar de “acorralar” a un actor tan importante, tanto en historia como en militantes, como el PSOE. Esta estrategia llevada a cabo por Unidos Podemos maximizó la campaña del PP y acercó sus objetivos hasta la palma de su mano. El efecto bandwagon (subirse al “carro ganador”) pierde fuelle si no atesoras “músculo electoral”, si no tienes ni base de votantes ni experiencia en ejecutivos, como es el caso de Podemos.
La paradoja de la situación vivida estos meses da que pensar, aquellos que tanto ansiaban el cambio, llegando a vetar a un, más que probable, gobierno liderado por Pedro Sánchez, propulsaron la permanencia y continuidad más conservadora posible. Un error estratégico de dimensiones muy elevadas que debería ser tratado en futuros comicios para no volver a tropezar en la misma piedra.