Praga es una ciudad dibujada a mano alzada, mezclando trazos finos y rústicos. Una ciudad que no te permite que la camines mirando el piso porque la arquitectura te explota en la cara. Una ciudad con un alto índice de tortícolis. Una ciudad que sabe armonizar a la perfección lo antiguo, lo clásico y lo moderno. Que te atrapa ni bien pones un pie en sus calles de adoquines y tranvías.
Praga es una ciudad noble con iglesias y palacios en cada esquina. Donde los estilos barrocos, góticos y modernos luchan cuerpo a cuerpo entre los edificios. Una ciudad que se ilumina por si sola y que resiste un bombardeo en la Segunda Guerra Mundial por equivocación y sale mejor peinada.
Praga tranquilamente podría ser un museo a cielo abierto, donde los más mínimo detalles cobran sentidos. Perderse entre sus rincones suele ser el deporte más practicado por los turista camara en mano, en los mejores casos, celular con palito autoretrato, como resignación al avance tecnológico y al narcisismo contemporáneo, en los otros.
Basta con cruzar el Puente de Carlos desde la ciudad antigua hacia Mala Strana para hacer un viaje entre música clásica callejera, ritmos de Charleston y souvenires. Todo esto cobra vida cuando se lo contrasta con el Río Moldava que corre, muy vivo, detrás de las estatuas que cuidan el lugar.
Praga está ubicada en el corazón de Europa, aunque muchos se empeñen en seguir llamándola despectivamente " del Este". Es la señora bonita del Viejo Continente y la capital bohemia de República Checa. También se la conoce como la Ciudad de las Cien Torres. Casi siempre figura en los rankings de turno entre las 20 ciudades más visitadas del mundo y esto es producto de su magia, de su poder de seducción con tantos recursos al alcance de la vista.
Existen varias versiones con respecto al origen de su nombre. Los más vulgares dicen que proviene de la palabra Eslava Prga, que significa " harina tostada", por la aridez del suelo donde está situada. ¡Que saben estos panadero frustrados! A mí me gusta muchismo más de los máses la versión en donde la hermosa princesa Libuše tuvo aquella epifanía donde imaginó " una gran ciudad, cuya gloria se tocan las estrellas. Un lugar en medio de un bosque donde un empinado acantilado se eleva sobre el río Moldava. Donde hay un hombre, que es el trabajo umbral (prah) de la casa. Un castillo llamado Praga (Praha) que se construyó allí. Así como los príncipes y los duques encorvarse delante de un umbral, que se inclinará al castillo a la ciudad y en torno a ella. Será honrado, privilegiado con gran renombre y alabanza por todo el mundo". Uf! No me van a decir que ésta version no tene romanticismo, que no tiene encanto. A la princesa Libuše no se lo hubiese ocurrido nunca soñar con harina cuando imaginaba Praga.
Cuatro dias en Praga
Llegué a Praga una fría mañana de jueves de mediados de abril. Como en el hostel donde me alojaba no hacían el check-in sino hasta las 14 horas, dejé mis cosas en la recepción y salí a caminar. Anduve tres horas sin parar, contemplando la belleza de una ciudad que sabe cómo ganarse tu corazón enseguida.
En Praga pareciera que no hay nada dejado al azar. Cada adoquin, cada detalle fue puesto allí con planificación premeditada para convertirla en una de las ciudades más lindas del mundo.
Por la tarde regrese al Hostel, cansado y contento como turista primerizo en Praga. Me registré y me fui a dar un baño y posterior siesta. Hacía dos días que no dormía bien. El hostel donde me alojé se llama Ibex y por 36 € las cuatro noches, más desayuno y a diez minutos del centro, me resultó muy adecuado para mi presupuesto mochilero. Además es muy limpio. Hay una chica que estaba todo el día " dele que te dele " con la escoba, el trapo de piso, la aspiradora, ordenando la cocina. Es chico, eso sí. En habitación de 12 camas donde dormí, tres personas estarían apretadas. Pero como dije, es barato, está bien ubicado y te dan cereales con leche, café y tostados de jamón y queso por desayuno.
Convengamos que Praga es una ciudad muy turística, por ende los precios atrapa-turistas son elevados. Por esto la primer noche cené una banana y una barra de cereal que compré en el supermercado Lidl por menos de 1 €. No tenía mucha hambre porque al mediodía, mientras paseaba por la ciudad, había comido como 300 gramos de Halusky que me dejaron saciado por todo el campeonato.
Esa noche me fui a dormir temprano porque necesitaba descansar. Los ojos se me cerraban solos y no pude terminar de ver el primer capítulo nueva temporada de Better Call Saúl.
Segundo día en Praga
El segundo día en Praga amanecí cerca de las nueve la mañana. Me di una ducha en la única ducha que hay para hombres en el hostel y, después de desayunar, ya estaba listo para salir a caminar por la ciudad otra vez.
El itinerario que habia elegido para el segundo día fue cruzar el famoso Puente de Carlos, llegar hasta Mala Strana y subir la colina hasta el Castillo. Eso hice. Me interné entre el enjambre de gente serpenteando por el Puente. El mismo tiene casi 500 metros de longitud, es solo de uso peatonal y fue construido por el rey Carlos " algo" de Alemania cuando todavía Praga pertenecía al Imperio Sacro-Romano para unir a la Ciudad Vieja con la Ciudad Nueva. Hoy son dos barrios de Praga, pero en ese entonces eran dos ciudades que, en principio, no se llevan bien y según dicen, la construcción del puente trajo un cacho de paz a la zona.
Cruzar el puente es divertido de ida y agobiante de vuelta. Mucha pero mucha gente sacándose selfie con las tantas estatuas que lo decoran en todo su recorrido. Algunos músicos callejeros que entonan con violines, saxos y cajon peruano ( se llamará Cajón Peruano en Praga) ritmo de música clásica, algunos Charleston y música contemporánea al estilo The Final Countdown a tres violines.
Otra de las decoraciones que adornan el Puente de Carlos son los puestecito de souvenir y los dibujantes de rostros animados y siluetas. Sí. Dibujantes de siluetas como hacía el Profesor Skinner y su madre en Los Simpson. Los raro es que no hay puestos de comida ya que te puede agarrar hambre en lo que se tarda en cruzar las cinco cuadras.
Una vez que crucé las dos torres del final del puente entré de lleno en Malastrana. Caminé un rato por el barrio y me decidí subir a ver el castillo. No voy a negar que fue una tarea fácil. Más de una vez tuve que tomar aire y seguir subiendo esos interminables escalones. Lo lindo, la recompensa era que a mis espaldas se iba asomando la Ciudad Vieja de Praga y cuando llegué a la cima, tenía una vista impagable de los tejados rojizos y verde de las casas.
Al castillo no entré. Había una cola como de tres cuadras y me acobardé. Lo que hice fue caminar por los alrededores, tomar fotos con la cámara y los ojos y después bajé, para ahora sí, perderme en el barrio de Mala Strana. Luego un rato de caminata las piernas se me empezaron a cansar y decidí volver al hostel para almorzar. Antes pasé por el frente de la casa donde vivió Kafka, hoy museo y crucé de vuelta el puente en sentido inverso, casi al trote, gambeteando turistas a cada paso. Parecía que se habían complotado para no dejarme volver. Antes de llegar al hostel hice parada técnica en la Plaza Central de la Ciudad Vieja por un pancho.
Una vez en el hostel me dormí una linda siesta. Por la tarde salí caminando en dirección contraria al centro. Allí se puede ver una Praga más auténtica, no tan decorada, pero linda igual. Más ciudad normal, de avenida normales, construcciones normales y calles normales. Sin tanto glamour. Cuando estaba oscureciendo volví al hostel, cené y me quedé haciendo nada. Mucho oscio entre escritura, lectura, redes sociales, cubo mágico y series.
Llueve en Praga
El tercer día en Praga amaneció lloviendo. Después de mi religiosa ducha matutina ya estaba listo para desayunar primero y salir a patear la ciudad despúes. Praga me había atrapado y una lluvia no iba a ser excusa para no recorrerla. Así que me puse la campera, la bufanda y salí a la ciudad. Garuaba finito. Me estaba mojando bastante y hacia frío. Tomé derrumbo la Plaza Wenceslao. Anduve un rato caminando por esa zona y decidí ir hacia el Barrio Judío. Me pareció que iba a encontrame una buena vista entre el cielo encapotado. Así fue. Antes de llegar frené en un minimercado donde me compré un pan exquisito relleno de jamón y queso crema. El Barrio Judío también me gustó mucho. Como toda Praga. Creo que me enamoré de este lugar. De este país.
Caminé un poco más allá hasta llegar a la zona no turística y me encontré andando solo por primera vez. Sin personas a mi alrededor. Sin la masa de turistas que te empujan y gritan en la oreja. En las afueras, Praga es muy parecida a otras afueras de ciudades. Bien podría ser Buenos Aires, bien podría ser Bankok, bien podría ser Budapest. Allí me sentí en paz y tranquilo. Fui observando los detalles de una ciudad que se especializa en los detalles.
Sin proponermelo, llegué hasta un restaurante argentino que tiene un toro tamaño escala en la puerta y pensé que quizás quisieron hacer una vaca. Los toros son más representativos de España, creo.
Como anduve sin GPS en algunos momentos me sentí perdido, pero por suerte, mi muy buen sentido de la orientación no me sigue fallando como aquella vez en Manila donde casi no la contamos.
Al mediodía regrese al hostel. Almorcé una manzana con frutillas. No tenía mucho hambre gracias al pan y un paquete de maníes que cumplieron a la perfección su papel de colación de media mañana. Luego me puse a mirar unos vídeos de motivación en Youtube en inglés para practicar este idioma anglosajón que lo tenía muy oxidado. Después salió un rato de siesta y a las 16 hs, más o menos, salí devuelta para la zona de la Plaza Wenseslao. Había dejado de llover y las nubes se estaban yendo para dejar, por trazos, ver el cielo celeste. Bien celeste.
Caminé con intención de perderme por la zona. Mi objetivo era encontrar edificio diseñado Ghery sin GPS. Después de un rato encontré el lugar. Volví caminando por la orilla del Moldava. Doblé en una avenida muy concurrida, llena de locales capitalista y el famoso Café Louvre. Entré en un shopping porque vi el cartel de Electronik. Mi intención era ver los precios de computadores portátiles, pero para mi sorpresa, en el sector Electrónica, me encontré con los precios de pavas eléctricas, cafeteras eléctricas y tostadoras eléctricas. Por suerte el shopping tenía un supermercado Tesco así que entré a comprar la cena: roquefort con pan, ensalada de tomates Cherry con aceitunas y sopa de queso. ¿Que tul?
Después de la cena me fui a mi habitación a mirar la serie Last Man on Earth y posterior pelicula. Cuando me saqué los auriculares para dormir un compañero de cuarto roncaba con todo su ser. Di algunas vueltas a la cama, me dormí un rato, me agarró calor, frío, rabia, impotencia, pero el pibe seguía roncando sin cesar. Tentado estuve revolearle un chancletazo. Al fin me dormí.
Adios Praga. Nos vemos pronto...
Mi último día en Praga fue domingo. Después de mi rutina de las mañanas en Praga salí a la ciudad con intención de encontrar un bar donde pueda ver el derby español Real Madrid vs Barcelona. Fue en dirección al Barrio Judío porque me había parecido que por esa zona podría encontarr alguno. De pronto empezó a llover y me resguardé en un shopping. Caminando por este paseo de compras me hice acreedor de un cuaderno de hojas lisas porque me habían dado ganas de dibujar. Mi primer dibujo fue un mural de Kafka que estaba pintado en el hostel cerca de uno de los baños. Tiembla Picasso!
Después de caminar un par de horas y no he encontrar ningún bar donde pueda ver el partido decidí ir a caminar otra vez por la Plaza Wenceslao y alrededores. Como era domingo la ciudad se había llenado de gente por todos lados. Para escapar del tumulto decido volver a almorzar al hostel. Allí conocí a Emiliano, un argentino que también está viajando por Europa. Es el primer contacto que tengo con otro ser humano desde que llegué a Praga. Me había refugiado en mi mismo.
Con Emiliano charlamos bastante mientras almorzamos. Él se tomó unos mates y quedamos en ir a buscar un bar para ver el partido de la noche. Alrededor de las 19hs salimos en dirección a un Sport Bar que nos indicó la chica de recepción. Llegamos al lugar pero no encontramos ningún bar que pasen el partido. Preguntamos y nos mandan de acá para allá. Pasamos por un parque gigante muy lindo y al final decidimos comprar para hacer una picada y volver al hostel. Comimos a reventar, con cervezas, bebidas y charla con un ecuatoriano de sobremesa. Como a mí me quedaban algunas Coronas Checas busqué una casa de cambios y las volví a convertir en Euros.
Haciendo la cuenta rápido comprobé que gasté un promedio de 9,50€ por día. Nada mal.
Mis días en Praga se terminaron la mañana siguiente cuando tomé un bus con destino a su hermanita, Bratislava. Pero esto es otra historia.
Nos leemos...
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