He anunciado que me dedicaré en lo sucesivo a reseñar Traversing the Heart; sin embargo, por motivos de trabajo y de variedad, conviene alternar esa labor con algunas otras. En principio, con todo otro interés coyuntural que surja en las semanas que siguen; pero, de modo más sistemático, con la reseña-estudio de un libro cuyo contenido considero determinante para mi tesis de maestría, concretamente para el capítulo de cierre. Me refiero a Pragmatic Theology: Negotiating the Intersections of an American Philosophy of Religion and Public Theology, obra ya algo antigua (1998) –aunque poco difundida– de Victor Anderson. Me interesa trabajar un poco ese texto con la finalidad de utilizar sus ideas como soporte para algunos de mis argumentos en torno a la relación entre la teología y el pragmatismo. Como saben algunos de los lectores, mi tesis de maestría se ocupa de ver qué conexiones fructíferas pueden establecerse entre la obra de William James y Gustavo Gutiérrez en el contexto de la discusión teológica contemporánea; en ese sentido, el libro de Anderson fue un valioso descubrimiento de Amazon para mí. Como dice mi querido amigo Eduardo, Amazon conoce nuestros intereses y deseos mejor que nosotros mismos jaja! Paso, entonces, a mi revisión del texto.
Introduction
El interés de Anderson es hacer una serie de delimitaciones conceptuales que permitan, al menos en un sentido, evitar que se establezca una conexión necesaria entre las ideas de trascendencia y completud y la teología. Se trata, más bien, de ideales regulativos que contribuyen al florecimiento humano (p. 2) y que no tienen por qué depender de la teología. No obstante, dichos ideales sí pueden ser interpretados en clave teológica de un modo que se ponga en sintonía con los propósitos de la crítica de la religión y de la cultura (Ibid.).
El autor indica que su deseo en el libro es hacer una interpretación de esos ideales en clave pragmática y a la vez desde una lectura moral y religiosa. Su interés por el pragmatismo radica en su postura naturalista, la misma que Anderson define en términos de una ontología que enfatiza las limitaciones de la razón humana, una suerte de mirada humilde de las capacidades del género humano. Eso, en una mirada algo estrecha, podría conducir al escepticismo y al relativismo; sin embargo, el autor sostiene que, a la vez, puede ofrecer un camino positivo hacia los ideales de completud y trascendencia. Añado que esa es, mutatis mutandis, la tarea que William James se trazó con su pragmatismo aplicado a la religión y la que mi propia tesis desea explorar con algunos matices. Como menciona el autor, lo peculiar del pragmatismo clásico fue que se permitió cierta orientación metafísica porque no estaba fundado en un naturalismo reductivista (p. 3).
Ahora bien, Anderson desea abordar el modo en que en el debate actual los llamados neopragmatistas (concretamente Rorty y Stout) han desafiado a la teología declarando su irrelevancia y mostrando que ella pasa por una crisis de legitimidad (p. 4). No se refiere Anderson ni los neopragmatistas (aunque eso será un tema en debate, precisamente) a una suerte de dogmática fundamental, sino, más bien, a la teología como disciplina académica, esto es, como disciplina crítica. Eso hace más interesante el asunto, porque la tesis es que aún la rama crítica de la teología termina siendo públicamente irrelevante por no ofrecer ningún aporte que otras disciplinas no puedan dar también y de modo más simple, además. El argumento central consistiría en que la teología depende de una serie de supuestos metafísicos indemostrables, los mismos que el pragmatismo desestima en virtud de su antifundacionalismo, razón por la cual ambas perspectivas serían incompatibles cuando tocase confrontarlas en el terreno de los argumentos. La teología, entonces, parecería estar en crisis. Más aún, no sólo por su dogmatismo; sino porque, cuando pretende superarlo, se apropia de lenguajes tan seculares que termina por perder toda identidad propia, como sugiere Van A. Harvey (p. 6).
El dilema sería el siguiente: a) la teología no es una fuente viable de explicación para materias morales, salvo que se ponga en sintonía con el lenguaje moral de nuestro tiempo; b) mientras que la teología siga trabajando en función de los dogmas eclesiales permanecerá como un tipo de explicación marginal; c) por lo mismo se volverá una fuente irrelevante para los debates públicos. De un modo u otro, he trabajado estos puntos en varias entradas de este blog que sugiero revisar a la luz de este nuevo contexto. Pongo especial énfasis en que estas consideraciones tienen ciertas limitaciones geográficas: en el Perú, por ejemplo, estas cuestiones tienen un tenor distinto dado el cierto peso de la dogmática eclesial en la vida pública; no obstante, lo he dicho ya, creo que el camino es claro y que solo es cuestión de tiempo llegar (con las obvias variantes) al contexto americano al que refiere Anderson.
Esta problemática nos enfrenta, como sostiene el autor, con el tema de la secularización (p. 7). Hay que preguntarse si esta debe entenderse como una doctrina o como un proceso histórico, por ejemplo. La respuesta a tal cuestión puede delinear diferentes caminos de interpretación del rol de la teología y de su relación con el pragmatismo, se entiende. Citando a Blumenberg (p. 8), Anderson considera que la secularización es, sobre todo, un proceso y no tanto una disposición crítica particular. En tanto proceso, no supone, necesariamente, solo un distanciamiento de la época de la hegemonía del cristianismo para adentrarnos en un mundo sin dioses; sino que es algo que el mismo cristianismo operó con el paganismo y, como demuestra Harold Berman (pronto colgaré algo al respecto), que el cristianismo hizo sin querer consigo mismo. De ahí que, con estas premisas, sea más conveniente hablar de la secularización como un proceso en el cual se fueron reocupando espacios que se había ido quedando vacíos pero cuyas correspondientes preguntas seguían vigentes. En ese sentido, el rol de la teología contemporánea se redibuja, ya que ella misma puede ser parte de ese proceso de secularización tanto como lo ha sido el neopragmatismo. Ambos frentes pueden empezar a verse como parte de un trasfondo común, la secularización, y eso permite que tracemos más conexiones de las que podrían esperarse (p. 9).
Por estas razones, Anderson considera que un estudio que enlace ambas tradiciones de pensamiento es posible en vista de su pasado común. El autor añade que su interés no radica en un estudio doctrinal de la teología, no pretende centrarse en la validez interna de sus afirmaciones. Su trabajo consiste en examinar las aserciones teológicas en cuanto a su validez argumentativa, poniéndolas en relación con aquellas afirmaciones de corte neopragmático que pretenden superar por completo su sentido y declarar a las primeras como irrelevantes (p. 10).