Revista Cultura y Ocio

Prédicas, josé luis gallero

Publicado el 16 agosto 2014 por Ana Ana Fidalgo
PRÉDICAS, JOSÉ LUIS GALLERO                PREDICA, QUE ALGO QUEDA
EN la trabazón de las palabras y los días, esmérate sin prisa. Cuanto menos parezca sonreírte la fortuna, más a salvo estarás de la calamidad.
SÓLO se vive una vez. ¿Existe peor contratiempo para un ser cuya condición esencial es la de principiante?

EL precio de avivar la conciencia estriba en el doloroso reconocimiento de su vanidad; cada paso en el camino de la sabiduría aumenta el horizonte de nuestra ignorancia.EL deber: esa larga frontera con el resto del mundo, en la que cada uno recoge las señales de su propio destino.¿QUÉ deuda salda en nosotros la escritura? ¿De qué sosegada diligencia nos hace defensores? ¿Qué extraña operación -perder el tiempo, perderse en el tiempo- pone en marcha? Presta siempre a descorazonarnos, ¿qué cultivamos en ella? ¿La sonrisa del silencio?CAMINANDO con muletas, la desazón. Ciega, la inteligencia deja oír su cayado.

DE qué manera congenian en una sola personalidad las figuras, parejamente minusválidas, de escritor y editor: donde termina la desesperada vocación del uno, comienza el tortuoso oficio del otro.TODOS los lugares donde se aprende están a la intemperie.

CADA muerte renueva el misterio de estar vivo. El misterio del fugitivo intercambio de los mortales con lo eterno.

ETERNO es aquello que sólo se vive una vez.


Escribir, como amar, es gastarnos para sobrevivir. Cuando se hace a fragmentos parece que se quisiera revelar la necesidad de la propia degradación, la austeridad de las convicciones, el reconocimiento de la desintegración.Gallero cae sobre el alma como la lluvia fina que no se nota y te deja empapado. Sobrevivir en la estética del fracaso es la lección magistral de una poesía que se rompe hasta casi desaparecer, tentada de silencio, buscando la huida con la tenacidad de la timidez extrema.Es más fácil soportar el fracaso. Hay un reconocimiento en la descomposición y la pérdida. Los rayos de luz enceguecen la razón. Sentimos desconfianza hacia las sombras doradas que se arrastran falsamente ancladas a nuestros pasos.

Lo natural es el desconcierto, la perplejidad ante la vida, observarse a uno mismo sin reconocerse, ser seducidos por el estímulo de las tinieblas. Y el escritor que lo es porque ya ha tentado todos los caminos de la realidad y todos eran callejones sin salida, lo sabe. Aprende a renunciar como punto de partida. El sentido, la verdad, están ahí, en cada paso en falso, en cada caída, en cada fracaso que lo sostiene ante la excitación del abismo.


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