Revista Salud y Bienestar

Preguntas Que Sanan

Por Dlemus

Preguntas que sanan y preguntas que enferman

«El cuerpo sigue a la mente como la sombra sigue a la sustancia.» T.T. LIANG

preguntas que sanan

Nuestra identidad impostora, aquélla que pretende que la tomemos por quienes somos en realidad, precisa estar a cargo de nuestras emociones, ya que es así como va a controlar nuestra percepción. De esta manera consigue que tengamos las evidencias que ella necesita que tengamos para poder mantenerse en su lugar.

Así, por ejemplo, si nos hemos identificado con una personalidad depresiva, es necesario que se genere una percepción que anule todo lo bello y agradable de la vida, todo aquello que sea luminoso e inspirador y lo sustituya por lo oscuro y desagradable. Por eso, la persona deprimida no ve nada ilusionante, porque su percepción se encarga de teñirlo todo de negro.

No es sencillo que una persona que sufre tanto y que contagia su sufrimiento a tantos otros se abra a la posibilidad de que es ella misma, sin saberlo, la que puede estar generando esas emociones disfuncionales. Por eso es por lo que necesitamos movernos en dos planos, el de lo que parece que es y el de lo que realmente es, el plano de aquello de lo que somos conscientes y el plano de lo que somos inconscientes.

Ahora puede ser interesante saber cómo se las arregla nuestra identidad impostora para fabricar esos estados de ánimo que, a su vez, alteran la forma en la que vemos las cosas. Nuestra identidad impostora entonces toma los mandos de la atención . Nuestra identidad hace que nos fijemos sólo en eso que quiere que nos fijemos y que no veamos nada del resto.

Si yo, por ejemplo, entro en una habitación y sólo veo aquello que me disgusta, no habrá espacio en mi mente para que vea aquello que sí que me gusta. Vamos a hacer un pequeño ejercicio para entenderlo con más claridad.

Le voy a pedir que durante medio minuto gire la cabeza hacia atrás, hacia la derecha y hacia la izquierda, y busque algo de color amarillo. Supongo que, cuando le he pedido que haga el ejercicio, habrá intentado encontrar todos los objetos de color amarillo. Ahora, me gustaría preguntarle sobre aquellos objetos que tienen color morado. Si no ha visto ninguno, gire de nuevo la cabeza y, por favor, busque. Nuestra atención es selectiva y tiende sólo a ver lo que se busca de forma activa.

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Le pondré otro ejemplo. Si es usted mujer y ha estado alguna vez embarazada, se dará cuenta de la cantidad de mujeres embarazadas que empieza a ver por la calle. Si usted está pensando en comprarse un coche negro o rojo, verá cómo empieza a ver muchos coches de ese color. Este fenómeno tan sorprendente se debe a que en el tallo del cerebro existe una estructura, llamada «sistema reticular activador ascendente» o SRAA, cuya misión es dirigir la atención hacia aquello que es más relevante para nosotros.

Nuestra atención es selectiva y, por eso, «lo que el corazón quiere sentir, la mente se lo muestra».

Una de las maneras más rápidas y potentes para llevar nuestra atención a un determinado lugar es por medio de las preguntas. Toda pregunta es una invitación a mirar en una dirección determinada. Tal vez por eso, Einstein nos decía que la clave no es encontrar la respuesta a viejas preguntas, sino hacernos nuevas preguntas, preguntas que nunca antes nos hayamos formulado.

Cuando la Ciencia se hace una pregunta, esta sencilla pregunta tiene la capacidad de abrir toda una línea de investigación. Por eso, el joven Einstein, en una ocasión en la que iba en bicicleta, se hizo una pregunta: «¿Qué pasaría si fuera en mi bicicleta a la velocidad de la luz y encendiera mi faro? ¿Se vería?». Durante diez años reflexionó sobre esta pregunta. El resultado fue la formulación de la teoría de la relatividad.

Si lo llevamos un poco más a nuestra vida cotidiana, también podemos darnos cuenta del poder que tienen las preguntas que nos hacemos. Por ejemplo, si ante un error cometido, me hago la pregunta: «¿Por qué hago siempre tantas estupideces?», mi sistema reticular activador ascendente buscara causas de ello y responderá con cosas como: «es que soy un poco corto», «es que no sé lo suficiente», «es que siempre estoy solo».

Me permito sugerirle al lector que se pregunte si cuando se ha contestado de esta forma, ha creado nuevas posibilidades de mejora o se ha hundido más todavía. El dominio del foco de la atención, como hemos visto en repetidas ocasiones, es algo tan importante que no podemos permitirnos el lujo de no entrenarlo.

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Para poder entrenar dicha competencia, una de las estrategias consiste en poner toda nuestra atención en lo que estamos haciendo en cada momento. Sería como si aceptáramos que donde estamos y lo que estamos haciendo en ese preciso momento es lo más importante de todo, es decir, que ni quisiéramos estar en otro lugar ni quisiéramos estar haciendo otra cosa diferente. Cuando nos abrimos al momento presente, cuando lo aceptamos, cuando actuamos como si lo hubiéramos elegido, entonces trascendemos nuestros límites mentales y empezamos a descubrir cosas que previamente estaban veladas a nuestros ojos.

En el mundo de la medicina sabemos que el poder de las preguntas a la hora de combatir exitosamente una enfermedad es tan grande que tenemos que ser muy conscientes de cómo podemos ayudar a una persona a la que se le diagnostica un problema serio de salud. Cuando a una persona le dicen que padece una enfermedad, con toda sensatez no quisiera estar ni ahí, ni tampoco escuchando lo que le dicen. Sin embargo, cuando acepta el momento presente y se reconcilia con la realidad, es decir, cuando asume que ésa es la situación, entonces puede deshacerse de cargas enteras de miedo, angustia, ira, frustración y desesperanza.

Yo, que por mi profesión de médico y cirujano, he tenido que comunicar tantas veces a un ser humano que padecía una enfermedad seria, puedo entender el shock y la devastación que esas palabras producen, aun cuando se digan con gran cariño y cercanía. Sin embargo, creo que quedar atrapado en un estado de ánimo de angustia y de desesperanza es el peor posicionamiento que podemos adoptar para llevar a cabo una superación de la enfermedad.

Las personas que se quedan encerradas durante semanas y meses en la pregunta constante de «¿por qué a mí?», sin ser conscientes de ello, generan una enorme tensión interna que se asocia a un aumento de las cifras del cortisol en sangre. El cortisol es una hormona que segregan las glándulas suprarrenales de manera fisiológica. Estas glándulas están situadas encima de los riñones. Cuando los niveles de cortisol que existen en sangre son los normales y se siguen los ritmos circadianos, no surge problema alguno. Sin embargo, cuando nos apresan estados de ánimo como la ira, el miedo o la desesperanza, se elevan los niveles de cortisol y ello entorpece el funcionamiento del sistema inmunitario, que es precisamente el que nos debe proteger frente a bacterias, virus y tumores.

La pregunta «¿por qué a mí?», para empezar, no tiene respuesta y, además, no genera nada valioso. Sabemos que el cuerpo responde de una manera completamente diferente si las preguntas que nos hacemos son otras, como «¿qué es lo que puedo hacer para superar esto?» o «¿qué puede haber de positivo en lo que me está ocurriendo?». No sólo es que los estados de ánimo que facilitan este tipo de preguntas no elevan los niveles de cortisol, sino que, además, si insistimos en la pregunta, nuestro sistema reticular activador ascendente nos mostrará algo, tal vez un camino de lucha y recuperación.

Este camino, sin las preguntas oportunas podría permanecer velado. Los estados de ánimo negativos generan daño cardiovascular y digestivo, además de favorecer la impotencia y la infertilidad.

Hazte las preguntas adecuadas y Actúa . El Momento es Ahora. Haz click en la imagen 

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