Pedro Paricio Aucejo
El 27 de septiembre de 2020 se cumplió el cincuenta aniversario del nombramiento de santa Teresa de Jesús como Doctora de la Iglesia. Este es un título que –por alumbrar el ámbito de la Revelación y abrir nuevos caminos a la teología– se otorga a ciertos santos en reconocimiento a su eminencia como maestros de la fe. En el caso de la carmelita abulense se dio además la circunstancia de haber sido la primera mujer que lo obtuvo en la historia de la Iglesia.
En el acto de su proclamación doctoral, el Papa Pablo VI evocó la atracción de su figura excepcional: su vitalidad humana y su dinámica espiritualidad como mujer religiosa, reformadora, fundadora, escritora, contemplativa incomparable e incansable alma activa, pero especialmente resaltó la santidad de su vida y, de modo singular, la eminencia de su doctrina.
En esta decisión influyeron sin duda los documentos elaborados en el Concilio Vaticano II (1962-1965), que revalorizaron la experiencia espiritual, los carismas –concretamente el de las mujeres– y la vocación del hombre a la unión con Dios, abriendo así nuevos horizontes para la mejor comprensión teológica de la Santa y una más completa valoración de su figura, su doctrina y su puesto en la Iglesia. De esa forma, el Concilio propició la ocasión de su doctorado eclesial.
Éste fue largamente diferido en el tiempo como consecuencia de tratarse de una cuestión que no afectaba a la naturaleza de la fe sino a la conveniencia cultural del momento, con respecto a la cual la Iglesia tiene en cuenta en cada instante la evolución de la sociedad en la que está inserta y los desafíos propios de su tiempo. Así, antes del otorgamiento oficial de aquel título, ya fue reconocida en los siglos precedentes –sobre todo, a raíz del desarrollo, entre los años 1591 a 1611, de los procesos de su beatificación y canonización– tanto la excelencia de su doctrina como su origen carismático, su utilidad y sus frutos espirituales.
Como recuerda el profesor Ros García[1], en esta coyuntura quedó testificado con tal unanimidad el origen carismático de su doctrina que los jueces del tribunal de la Rota, nombrados para examinar los testimonios de dichas causas, concluyeron que Teresa de Ahumada había recibido el carisma de la sabiduría y que en ella se realizó expresamente tal y como lo explicara santo Tomás de Aquino (1225-1274) en la Suma Teológica, con “lenguaje de sabiduría y de ciencia”, “gracia del lenguaje” y “gracia de discreción de espíritus”.
Más aún, en ese período histórico previo al doctorado oficial teresiano –que Tomás Álvarez (1923-2018) ha denominado con acierto ´prehistoria doctoral`[2]– ya se la calificaba también de ´angélica doctora`. Este y otros títulos acompañaron a la monja castellana desde los tiempos en que fray Luis de León (1527-1591) publicó por primera vez sus obras y aseguró ´no dudar sino que hablaba el Espíritu Santo por ella y le regía la pluma y la mano`, advirtiendo a la vez a los lectores de que se trataba de ´una maravilla nueva`, al ´no [ser] de las mujeres el enseñar, sino el ser enseñadas, como lo escribe san Pablo`. A este respecto, sin embargo, ya antes, Jerónimo Gracián (1545-1614) reconoció expresamente en la publicación del primer escrito teresiano –Constituciones– que también a las mujeres, y por ende a la religiosa de Ávila, se les otorgaba el carisma de la sabiduría.
En los siglos XVII y XVIII, san Francisco de Sales y san Alfonso Mª de Ligorio, futuros Doctores de la Iglesia, avalaron y relanzaron también su magisterio. Asimismo, se pronunciaron teológicamente a su favor destacados letrados de la Universidad de Salamanca. En el XIX, se publicaron ya numerosos estudios para demostrar la vigencia de su doctorado, entre los que destaca el de san Enrique de Ossó, quien difundió además centenares de estatuas de la Santa con toga y birrete doctoral. Por el contrario, los Bolandistas (colaboradores de la obra de hagiografía católica iniciada por el sacerdote Jean Bolland) le negaron categóricamente dicho título precisamente por su condición de mujer. En el siglo XX, cuando se planteó a Pío XI la posible proclamación doctoral de la Santa, el Pontífice alegó una vez más el impedimento derivado de su sexo (´obstat sexus`: ´el sexo lo impide`, decía el veredicto emitido).
En definitiva, ya en la prehistoria doctoral de santa Teresa quedó ampliamente reconocido el tesoro de sus ideas, el carisma de su verdad, su fidelidad a la fe católica, su utilidad para la formación de las almas y, en especial, el carácter sobrenatural de su sabiduría. Ésta fue, sin duda alguna, obra de la acción extraordinaria del Espíritu Santo, que encumbró la palabra de sus escritos a la elevada cima desde cuya altura se puede guiar adecuadamente a la humanidad en el camino de la vida.
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[1] Cf. ROS GARCÍA, Salvador: “Teresa de Jesús: palabra en el tiempo”, en CASAS HERNÁNDEZ, Mariano (Coordinador), Vítor Teresa. Teresa de Jesús, doctora honoris causa de la Universidad de Salamanca [Catálogo de exposición], Salamanca, Ediciones de la Diputación de Salamanca (serie Catálogos, nº 213), 2018, pp. 41-58.
[2] Cf. ÁLVAREZ, Tomás: “Doctora de la Iglesia”, en Santa Teresa en 100 fichas, disponible en < " rel="nofollow">https://www.teresavila.com/santa-teresa-en-100-fichas> [Consulta: 25 de mayo de 2021].