Revista Economía
Los hay a patadas. Pero últimamente hay dos que andan rondando. Como suelen venir de lados opuestos, viene bien para ilustrar este tema.
El primero sale cuenta de las declaraciones de algunos políticos, alguna reciente, acerca del copago (o que así se entendieron, da igual para nuestro caso). Por copago, en un sistema de salud pública como el nuestro, se entiende el hecho de pagar algo cuando se recibe un servicio médico. Debe decirse que tal cosa ya existe con los medicamentos, donde el usuario paga una parte, aunque tenga la receta.
Muchas voces salen en contra de llevar más allá esa idea, por ejemplo cobrando un euro por consulta o unos céntimos por receta. Se dice que ya estamos pagando por otra parte, que es un insulto llamarlo copago porque con nuestros impuestos se paga el 100%, que nos empezaríamos a cargar un derecho fundamental.
Esas cosas pueden ser ciertas, pero no son argumento de nada. Lo que importa es si alguna manera de adoptar un copago (o como se quiera llamar) permite un mejor uso de los siempre escasos recursos sanitarios. Por ejemplo, pudiera pasar que disminuyen las visitas innecesarias a urgencias o al médico de familia sin que se produzca ningún problema de desatención...
.... o pudiera pasar lo contrario. El caso es que la respuesta a la cuestión debe ser empírica, y nunca podrá ser deducida a priori por planteamientos ideológicos, es decir, prejuiciosos, en ninguna de las dos direcciones.
La segunda vendrá en una siguiente entrada.