Pudiera parecer en un primer acercamiento que estos elementos constructivos de tanta importancia en Masonería son sólo especificaciones a un nivel literal de unos símbolos de orden más elevado, la vertical y la horizontal, de los cuales derivan y a los que se vienen a superponer desde fuera, llegando incluso a enmascarar su imagen sintética.
Esto no es así. La simbólica estudia los diferentes símbolos, al mismo tiempo que observa su interacción y complementariedad; dichas relaciones conforman grupos o familias dentro de las cuales cada símbolo centra la atención en un aspecto determinado, arrojando luz sobre los demás.
En el caso de la vertical, la idea de axis o eje se ve enriquecida desde distintos ángulos. La escalera pone énfasis en la movilidad de energías, el descenso del flujo espiritual y el ascenso a través de los distintos estados del ser. La columna nos habla del soporte necesario para el sostenimiento del edificio, de la unión entre lo alto y lo bajo. El árbol lo hace de la jerarquía, plasmada en sus distintas partes: raíz, tronco y copa. La espada y la lanza, desde una perspectiva guerrera redundan en la imagen masculina de la acción esencial sobre la pasividad substancial. Todos ellos ven en la vertical, lo espiritual y celeste. Lo mismo ocurre por otro lado con los símbolos que bajo diferentes prismas, nos hablan de la horizontal como lo material y terrestre.
Esta riqueza de imágenes y vínculos propicia el despertar, en quien los contempla, de la parcela afín dentro de sí, por identificación entre el conocedor y lo conocido. Es precisamente con el reconocimiento de estas chispas o luces que se va configurando el itinerario de la periferia al centro; vía que cada cual va trazando al mismo tiempo que la sigue, diseñada por él y para él, y que siendo diferente a todas las demás -sobre todo al comienzo cuando elige las voces que parecen hablarle desde más cerca- se van haciendo progresivamente más próximas dado que conducen a un mismo fin.
Dicho esto conviene subrayar que estas correspondencias y analogías no deben confundirse con análisis detallados ni desembocar en sistema alguno, lo que aquí se contempla es algo vivo, la misma vida y no su fijación caricaturesca. Estamos demasiado acostumbrados a estancar lo que fluye, a compartimentar y fosilizar, haciéndonos impermeables a la verdadera naturaleza de las cosas y a su mensaje.
Toda imagen simbólica en última instancia puede asimilarse a la figura geométrica que representa, o lo que es lo mismo a un número, y a partir de éste a la unidad, de donde procede y desde la cual toda división, incluso la de la primera polaridad, es ilusoria. Pero esta verdad de orden metafísico, que considera al Principio desde el Principio mismo, no excluye que desde la manifestación todo símbolo tenga su razón de ser en cada plano de lectura y concretamente en el que se materializa, donde a través de los sentidos percibimos su carácter singular y comienza el mágico recorrido antes aludido.
En el caso de la plomada y el nivel es a través del rito constructivo, fundamento de nuestra Orden, que la vertical y la horizontal se ofrecen para la meditación.
La plomada o perpendicular consiste en una pieza de plomo que pende al final de un hilo, y aprovechando la fuerza de la gravedad marca la línea vertical. La tensión entre ambos extremos refleja la teoría hindú de los tres "gunas", cualidades esenciales presentes en todos los seres; aquí "tamas" viene expresado por el plomo, el más pesado de los metales, y su tendencia descendente hacia los estados inferiores. En oposición "sattwa" nos muestra la dirección a través de la cual el plomo, mediante sucesivas transmutaciones está llamado a ascender hasta su definitiva conversión en oro. La proyección de ese eje dentro de sí, da al iniciado la noción de rectitud y le permite rescatar el verdadero sentido de palabras como integridad, nobleza o virilidad, que en nuestros días se han vuelto insignificantes, o lo que es peor se entienden como algo externo, ligado a determinadas formas que encubren lo opuesto de lo que aparentan y tienen por tanto la marca de la falsedad. La auténtica virilidad es pues interna y se refiere a lo espiritual. Cuando un profano solicita su ingreso en la Masonería debe ser antes "aplomado", operación análoga a la que cada masón efectúa a cada momento consigo mismo, observando la distancia existente entre su centro y el centro del estado de ser; su libertad vendrá expresada por saber alejar las fuerzas centrífugas que le llevan a la dispersión y a la identificación con lo que deviene, y por un saberse sumar a las energías que le remiten al centro, la Unidad entera y sin par.
En la Logia, el 2º V. gobierna por la plomada y es el responsable directo de la instrucción de los HH. Aprendices, es pues desde los mismos cimientos que la construcción del Templo debe elevarse con rectitud, sin una base perfectamente orientada hacia lo más alto no hay crecimiento posible. El 1er. V. gobierna por el nivel y es el responsable directo de la instrucción de los HH. Compañeros. En este grado, el iniciado, pasando de la perpendicular al nivel, expresa su realización a partir del conocimiento de la actividad celeste, es decir que puede plasmar en la horizontal de su acción vital, "rajas" en la tradición hindú, la vertical intuida.
El nivel es en realidad una plomada suspendida del vértice de una estructura. Su función es marcar la horizontal, pero para ello es preciso que la vertical cruce el punto medio de su base, es decir el nivel no sólo presupone la plomada, sino que la contiene y es su resultado. Es imposible saber si una recta es realmente horizontal por ella misma, puede parecerlo y estar sin embargo sesgada, inclinada hacia cualquier aspecto o tendencia particular; la única forma de verificar su horizontalidad es comprobando que la plomada la atraviesa por su punto medio, es decir por su centro, fecundándola y haciéndola por tanto generosa y bella, reflejo de la Verdad.
El masón se expresará pues siendo consciente del eje que le anima, aspirando a realizar la unión de ambos instrumentos, síntesis que de hecho sólo realiza la escuadra perfecta, atributo del V. M., centro crístico de la cruz donde se resuelven las expresiones y las tensiones, morada de la Paz y el Silencio.