El pasado lunes 4 de octubre estuve en la mesa redonda “La prensa, la crítica y la edición. ¿Información cultural o promoción editorial?” en el ciclo “El oficio de editar: de Carlos Barral a nuestros días” del Caixaforum de Barcelona.
A la mesa, moderada por Malcolm Otero Barral, se sentaron cuatro pesos pesados de la crítica literaria de nuestro país: Ignacio Vidal Folch (escritor, crítico y periodista), Winston Manrique (responsable de la sección literaria de Babelia), Ignacio Echevarría (crítico y editor) y Félix Romeo (escritor, crítico y periodista).
Dentro de los estudios culturales, y más concretamente literarios, el tema de la crítica es quizá uno de los que me parecen más interesantes, probablemente porque es una actividad que realizo con bastante asiduidad (especialmente la crítica de literatura infantil, tanto en el blog de la librería Al·lots – El petit príncep como, desde hace un par de años, en la revista de LIJ catalana Faristol). Saber cómo otros críticos enfocan su trabajo es algo que de vez en cuando siento la necesidad de conocer, sobre todo porque personalmente tengo muchas dudas sobre “tot plegat” y necesito saber si son compartidas, si debería preocuparme por alguna otra cuestión, si debería cambiar radicalmente de postura y realizar mi labor crítica desde otro ángulo... Digamos que escuchar (o leer) las reflexiones de otros críticos sobre su trabajo me remueve un poco las entrañas para no quedarme estancada, volver a motivarme, y refrescar mi acercamiento a esta actividad (la crítica puede convertirse en una labor bastante tediosa; es muy fácil dejarse llevar por la inercia, especialmente cuando haces crítica por escrito de manera habitual, a un libro o dos por semana). Por eso disfruté tanto de la sesión en el Caixaforum del otro día, o de las jornadas anuales de formación de críticos que organiza la revista Faristol y por las que estoy infinitamente agradecida.
La charla del lunes fue sumamente interesante. La combinación de personalidades sentadas a la mesa prometía ser sino explosiva al menos sí polémica (y lo fue, claro); la verdad es que no paré de tomar notas de algunas de las “sentencias” que me parecieron dignas de ser titular de los suplementos culturales de la semana:
“No se pueden hacer críticas arriesgadas en 15 líneas de texto” (Vidal Folch)
“El periodismo cultural se limita a hacer de altavoz de la industria editorial” (Echevarría)
“Si no sales en Babelia no existes” (Romeo)
“Da igual lo que digas: la crítica es totalmente irrelevante” (Romeo)
“En España sólo se puede criticar el fútbol, la televisión y, un poco, la política” (Romeo)
“El que gana, sale; el segundo no” (Romeo, refiriéndose a la masiva presencia de best-sellers en los suplementos culturales).
“La búsqueda del lector es una farsa” (Echevarría, refiriéndose a la supuesta motivación de la prensa cultural de fomentar la lectura).
"¿Por qué es mejor leer que ver la tele? Hay mucho más talento en según qué series de televisión que en la mayoría de la literatura que se publica hoy en día" (Echevarría)
“Los que ejercen la crítica en Internet aspiran a hacerla en los medios escritos” (Romeo)
“Internet no está generando nada diferente a lo que ya existe en papel; nadie está dispuesto a arriesgar nada” (Romeo)
“No puede ser que al mismo crítico le gusten las novelas de Arturo Pérez-Reverte y de Enrique Vila-Matas” (Romeo)
Leyendo todas estas citas (no todas son textuales; si algún aludido quiere rectificar, adelante) puede uno hacerse a la idea de por donde fueron los tiros a lo largo de las casi dos horas (entre tertulia y preguntas del público) que duró el acto. Por lo general, el tono fue bastante pesimista (y Winston Manrique, que parecía quizá el más optimista del cuarteto, quedó eclipsado por la fuerza de Romeo y Echevarría), y la crítica como conjunto recibió un par de palos también del público en la ronda de preguntas. A la salida y comentando la jugada con mi pareja, que me acompañó al acto, nos preguntamos también si la crítica tiene futuro como mediadora entre lectores y libros en un mundo en el que las recomendaciones de las comunidades de lectores como aNobii (en las que puedes encontrar personas a las que les hayan gustado los mismos libros que a ti y ver qué otros libros han valorado positivamente para buscar nuevas lecturas, con la ventaja además de que ellos no se limitan a las estrictas novedades editoriales) y en el que, como dijeron también en la mesa, los suplementos culturales o son calcos de los catálogos de novedades o proponen unas reseñas tan breves que a duras penas puede uno hacerse a la idea de si el libro vale o no la pena o de su temática (si el crítico hace crítica de verdad, sabremos si el libro le pareció bueno o malo pero no nos enteraremos de su temática; si el crítico es más bien reseñista, nos enteraremos del argumento pero no de su opinión sobre el libro...). Llegamos a la conclusión de que probablemente no, y nosotros (que nos consideramos buenos lectores) somos un buen ejemplo de ello, pues pocas veces recurrimos a la crítica (ya sea en revistas, suplementos literarios o internet) para decidir sobre la lectura (o no) de un determinado libro.
Pero, a pesar de que podría uno haber salido de allá con un “lo dejo” por bandera, el efecto fue más bien el contrario: precisamente porque la situación está tan chunga, hacen falta personas que ejerzan la crítica con rigurosidad e independencia. Quizá los lectores no nos hagan ni puto caso, pero no por eso vamos a dejar de denunciar que se publique según qué basura ni de alabar los esfuerzos de autores, ilustradores y editores por arriesgarse y sacar al mercado productos que realmente valen la pena. Eso sí, que solo nos quedará el derecho a la pataleta como los últimos monos de una industria que sea probablemente la menos apreciada de nuestro país (la cultural), parece casi inevitable...