La violencia entre chicos es un fenómeno que atraviesa todos los estratos sociales. Pero en los segmentos de extrema pobreza los estallidos son más frecuentes y más graves. Los especialistas ponen la mira en la exclusión social, la falta de oportunidades y expectativas y en la “facilidad” para conseguir armas y drogas “baratas".
Sur del Conurbano. Ingeniero Budge. Seis de la mañana. Un grupo de adolescentes conversa en la puerta de la casa de uno de ellos. Pasan otros dos chicos del barrio y comienza una discusión. Llegan otros cinco en un auto, la pelea crece y termina en un tiroteo. El saldo: una chica de 17 años muerta y un varón de la misma edad en agonía. Ocurrió ayer, en otro episodio que refleja la agudización del preocupante fenómeno que tiene a los más jóvenes -adolescentes y aún niños- como protagonistas excluyentes de una violencia ejercida por ellos y contra ellos. El caso, de hecho, vino a sumarse a una seguidilla de gravísimos incidentes ocurridos en nuestra región, como parte de una tendencia que obliga a la sociedad a formularse interrogantes, en busca de soluciones, que los especialistas tratan de responder.
Muchos de ellos ponen el foco en dos factores que en la mayoría de los casos hacen que la violencia termine en tragedia y muerte: las armas y las drogas.
Es sabido que desde hace ya tiempo, en muchos barrios de la periferia especialmente, circulan las drogas más baratas y peligrosas, con el Paco a la cabeza, que literalmente destruyen la vida de miles de chicos. Niños y adolescentes que a partir de una primera vez, dado la rapidísima adicción que generan, inician una desenfrenada carrera que continúa con pegamentos, naftas o cualquier otro elemento que llegue a sus manos y que les proporcione ese efecto que los termina por anular como individuos y sin comprender, en la mayoría de los casos, la dimensión de sus actos.
El tema de las armas tiene un origen similar. Hay armas blancas, es cierto, pero también armas de fuego de procedencia ilegal que llegan a las manos de aquellos mismos chicos a muy bajo precio. Es una realidad que provoca reacciones en los propios barrios, donde grupos de vecinos se quejan con desesperación de una situación que los toca demasiado de cerca.
Los tiros en la noche, los conflictos vecinales que suelen dirimirse en peleas a los golpes o con armas, y las “banditas” cobrando peaje, son las postales de muchos de esos barrios, donde los actos de violencia no constituyen hechos aislados, sino uno de los eslabones más graves de una cadena de factores en los que se enlazan la vulnerabilidad y las drogas, las peleas y las armas, el delito, y, para muchos, la educación perdida.
MATAR O MORIR
“La violencia que estamos viviendo -sostiene la psicóloga platense Susana Machado García- está en todos lados y en todas las escalas sociales. Pero hay chicos más vulnerables, con un menor nivel de contención, que viven en un contexto en el que tener no solo un arma blanca sino también un arma de fuego es muy posible y accesible, y que creen que a las cosas hay que tenerlas muy rápidamente, si es posible de manera inmediata”.
“Viven además -señala Machado- en un marco en donde las cosas no funcionan, donde la ambulancia llega tarde, donde la policía no está y en donde hay privaciones. Y muchos de ellos creen que su vida no vale nada, y que por lo tanto la del otro tampoco. Y de allí, salir a matar o morir muchas veces da lo mismo”.
“En otros tiempos -destaca la profesional de nuestra ciudad- las peleas en los barrios eran a mano limpia, los problemas entre dos se resolvían entre ellos y los demás no se metían. Pero ahora, con esta abundancia de armas de todo tipo, y con ese concepto de que la vida no vale nada que surge de su propia desprotección, cualquiera de estas peleas pueden terminar en tragedias”.
LAS CADENAS DE VIOLENCIA
Para el sociólogo Javier Auyero, por su parte, autor del libro “Cadenas de violencia”, coescrito con María Fernanda Berti, “buena parte de la violencia que sacude a los barrios pobres sigue la lógica de la Ley del Talión: se ejerce como respuesta frente a una ofensa previa”.
“Pero existen también otras formas de agresión física que adquieren una forma menos demarcada, más expansiva, que se parece a veces a una cadena que conecta distintos tipos de daño físico, y otras a un derrame, un vertido que se expande y contamina todo el tejido social de la comunidad”, señala.
En ese “derrame” que remarca Auyero, vuelven a aparecer, también, las drogas y las armas.
“Cuando “transas” entran por la fuerza a una casa, apuntan a la cara de la madre de un adicto y reclaman un pago sin tener en cuenta la presencia de niños -ejemplifica el sociólogo- y cuando esta misma madre amenaza con “romperle los dedos” a su hijo, o llama a la policía, a la que sospecha involucrada en el tráfico, para que se lo lleve preso porque ya no sabe qué hacer con él, entonces necesitamos una mejor y más abarcadora imagen para dar cuenta de las formas y usos de violencia en los márgenes”.
Ignacio O´Donnell Suma Adhesiones en su Gestión en el SEDRONAR