Vi cómo se alejaba con la cabeza gacha, arrastrando los pies en silencio, con los hombros caídos de soportar sobre sus hombros el peso de un mundo que sujetábamos juntos y del que se me resbalaron los dedos en el último momento. Ahora ese mundo parecía aplastarle la nuca mientras a mí me devoraba la culpa. “Grita, imbécil” me ordenaba la conciencia, “Dile que le quieres, joder, que se quede” y, cuando iba a levantar la mano para detenerle, el orgullo me amordazó y sujetó bien fuerte el brazo junto a mi cadera mientras me susurraba al oído destilando veneno “Bah, deja que se vaya, tú mereces más”…
Esa fue la última vez que te vi, tu imagen atravesando la calle con la misma actitud que un turista perdido en el desierto sin posibilidad de encontrar un oasis a tiempo para salvar la vida quedó grabada en mi memoria.
Durante años quise llamarte, decirte que lo sentía, que nunca te he olvidado, que fui una estúpida y que jamás he podido borrarte de mi cabeza ni de mi corazón, que no he vuelto a tener una relación estable desde entonces porque en todos te buscaba y en ninguno te encontraba… Que aquel día dejé que mi estúpido orgullo nos jodiera la vida y que te había perdonado antes de que pudieras atravesar la calle. Como ya sabes, nunca fui capaz de descolgar el teléfono.
Hace un mes estuve cerca de hacerlo. Era tu cumpleaños, tenía tu nombre en la pantalla del móvil y me disponía a darle al botón de llamada cuando empezó a sonar y el nombre de Laura, tu mejor amiga, apareció en la pantalla.
Descolgué temblando con las manos sudorosas y apenas acerté a decir “¿Sí?” una octava más alto de lo que pretendía.
—¿Ana? ¿Eres tú? Soy Laura.
—Sí, soy yo —respondí después de una pausa para tomar aire (y valor)—. Dime. ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Tres años?
—Sí, hace mucho ya… —Laura parecía incómoda—.Mira, te llamaba porque voy a casarme y…
—¡Vaya! —La interrumpí—. Menudo notición. Espero que seas muy feliz con…
—…Dani… Ana, voy a casarme con Dani…
Se hizo el silencio. Yo era incapaz de articular palabra y ella no sabía cómo continuar. Después del minuto más largo de mi vida, carraspeó.
—Lo siento Ana. No sabía cómo decírtelo. Él me dijo que no lo hiciera, que te daría igual… Creo que le dolía precisamente eso, saber que te daba igual, pero no me parecía justo. Quiero decirte que…
—No tienes que decirme nada.
—Quizás no, pero quiero hacerlo. Ya no por ti ni por mí, sino por él. Quiero decirte que sufrió más de lo que puedes imaginar y aún así nunca te culpó. Siempre creyó merecerse que le dejaras, que te había fallado al no seguirte en tu aventura y que ni la enfermedad de su padre ni la falta de dinero eran excusa. Siempre creyó que no había estado a la altura. Intentó suicidarse… dos veces… No me dejó llamarte para contarte lo que estaba pasando, decía que no te iba a importar y que seguro que estabas haciendo tu vida, que serías feliz en alguna parte del mundo con alguien más adecuado que él y que, después de haberte fallado de esa manera, no iba a volverlo a hacer. Ni te imaginas lo que nos costó a su familia y a mí sacarle del infierno en el que se había metido… Vivía solo en la casa que compartíais, se negaba a dejarla, así que decidí mudarme con él para tenerle vigilado. La casa era un caos, igual que él… Salvo las pocas cosas que dejaste allí. Esas estaban perfectamente colocadas, impolutas, sin una mota de polvo… Después de año y medio lleno de noches sin dormir, ataques de pánico, ansiedad y llanto, por fin empezó a mejorar. Ya no tenía que obligarle a salir, ni le sacaba de la cama a rastras por las mañanas. Cuando me levantaba, la casa olía a café y tostadas y, a veces, hasta una sonrisa le iluminaba la cara… No queríamos enamorarnos, pero pasó y no voy a tratar de justificarlo. Sólo quería que supieras que está bien y que por fin es feliz, porque yo estoy segura de que sí te importa algo todavía.
—Te equivocas, no me importa. He sido muy feliz todos estos años sin saber nada. No era necesario que me llamaras, aunque os deseo toda la felicidad del mundo —. Le dije. Después colgué el teléfono
Y aquí estoy, sintiendo en esta cárcel de soledad que yo no fui suficiente, que no te di todo lo que podía, que te negué comprensión en un momento difícil, que no te besé suficiente, no te abracé suficiente, no te apoyé suficiente, que no hicimos el amor todas las veces que debíamos, que no te amé como merecías… En definitiva… estoy presa por unos barrotes de orgullo revestidos de “lo sientos” que nunca dije, reforzados por “te quieros” hechos de silencio y aleación “de lo eres todo para mí”, “no te vayas” y “por favor, perdóname”.
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