Hay bastantes escritores talentosos, constantes y exigentes, aunque no son tantos los que, además, tratan de «innovar», de proponer planteamientos distintos. Rachel Cusk (Canadá, 1967), novelista afincada en Reino Unido desde 1974, es de los segundos, entre los que también se puede incluir a sus coetáneas Ali Smith y Jeanette Winterson. Como a ellas, a Rachel Cusk no le interesa tanto la «historia» como la experimentación formal en busca de nuevas representaciones de la subjetividad. Comenzó escribiendo ficción en 1993 –de su producción destacan novelas como Arlington Park (2006) o Las variaciones Bradshaw (2009)–, más tarde cultivó el género autobiográfico. Después de un tiempo de reflexión, publicó la trilogía compuesta por A contraluz (2014), Tránsito (2016) y Prestigio(2018), que de algún modo fusiona la narrativa con la no ficción. Está protagonizada (y narrada) por Faye, una autora de mediana edad, recién divorciada y madre, es decir, su alter ego, solo que con una vuelta de tuerca a la autoficción al uso: el punto de vista no mira hacia adentro, sino que enfoca a los demás, cede la palabra a toda una galería de personajes variopintos que se relacionan con ella.
Ya me había ocurrido varias veces que intentaba ir a alguna parte y volvía al punto de partida. No me había dado cuenta hasta entonces, dije, de cuánto de navegación tienen la creencia en el progreso y la suposición de que lo que dejamos atrás es algo fijo. Había dado la vuelta entera a la circunferencia buscando cosas que tenía al lado desde el principio, un error casi imposible de evitar considerando que todas las fuentes de luz natural del edificio estaban escondidas por tabiques sesgados, de manera que los pasillos quedaban casi completamente a oscuras. O sea, que más que encontrar la luz guiándote por ella, tropezabas con ella por azar y a diferentes distancias. O, dicho de otro modo, solo cuando llegabas sabías dónde estabas.Prestigio, en concreto, empieza como A contraluz, con la protagonista hablando con su vecino de vuelo; se completa la estructura circular de la trilogía. Mientras que Tránsito se desarrollaba en Londres, la ciudad de la narradora, donde en un mismo día podía conversar con un peluquero, un taxista y una estudiante de escritura, en Prestigio Faye está de gira por Europa, por lo que, al igual que en la primera parte, se encuentra lejos de su entorno y sus interacciones se limitan al círculo cultural en el que se mueve. La novela se divide en dos bloques, que transcurren en ciudades no identificadas de –a juzgar por las descripciones, los nombres y el clima– Alemania y Portugal. La técnica es la misma que en los libros anteriores: una sucesión de monólogos de personajes que se abren en canal al charlar con ella. La singularidad de la mirada de Rachel Cusk reside en su capacidad para conjugar la observación de lo externo –con pocas pinceladas, la narradora identifica rasgos del carácter de cada uno, su clase social, sus inseguridades– con la reproducción del bullicio interior que estos mismos individuos deciden contar, un relato siempre lleno de ramificaciones, que puede ser sincero o no. En cuanto a la protagonista, su situación ha evolucionado en esta novela, pero solo lo deja entrever de manera sutil, cuando los demás hacen alusión al tema.
Hemos fracasado en la promoción de nuestros productos en algún punto del camino, quizá porque la gente que trabaja en el mundo literario es la misma que en secreto piensa que su interés por la literatura es una debilidad, una especie de flaqueza que los diferencia de los demás. Los editores partimos del supuesto de que los libros no interesan a nadie, mientras que los fabricantes de copos de cereales están convencidos de que el mundo necesita los copos de cereales como necesita que el sol salga por la mañana.Su ambición resulta tan imponente que corre el riesgo de dejar en un lugar secundario el contenido, asimismo interesante. Prestigio hace una radiografía del mundo literario actual (tan pegado a la actualidad que hay referencias al Brexit), en el que Faye adopta el rol de escritora asentada, ni demasiado exitosa ni tampoco ignorada. La mayoría de personajes con los que interactúa son de su edad y nivel cultural: autores, editores, periodistas, críticos. En esta novela abundan más que de costumbre las reflexiones sobre el sector editorial; aunque no dice nombres reales, es fácil reconocer tendencias que se están dando en estos momentos, como el escritor que se enfrenta al dilema de haber escrito sobre sí mismo y su familia (que recuerda, claro, a Karl Ove Knausgård) o la fuerza del feminismo, con las consiguientes dudas y contradicciones que suscita en las mujeres que se adscriben al movimiento. Incluso se analiza la propia concepción literaria de Faye: un crítico, al entrevistarla, comenta con exactitud el método de Rachel Cusk en la trilogía; parece que la autora ha tenido tiempo de incorporar la recepción de las primeras partes en este cierre, una inmediatez subrayable. Por lo demás, no faltan las controversias sobre el estado de la edición y el choque entre las aspiraciones y la realidad de los novelistas. La narradora advierte el contraste entre el hotel modesto donde se instalan los invitados y el supuesto «prestigio» del círculo intelectual.
Había observado, por ejemplo, que mis personajes se veían provocados con frecuencia a realizar verdaderas proezas, en el terreno de las revelaciones personales, a raíz de una simple pregunta, y eso evidentemente le había hecho reflexionar sobre su profesión, una de cuyas claves era hacer preguntas. Pero sus preguntas rara vez suscitaban respuestas tan jugosas como las mías: en realidad, lo normal era que rezase para que sus entrevistados dijeran algo interesante, porque de lo contrario tenía que esforzarse mucho para redactar un artículo digno.El lado personal de los personajes también tiene relevancia. De Faye se sabe que es una madre que ha rehecho su vida, por lo que las confesiones tienden a equipararse, a compartir aquello que una interlocutora a quien perciben como a una semejante puede comprender (cabe pensar que si el oyente fuera distinto –más joven, más sencillo, culturalmente más lejano– la confidencia sería otra, o no sería): matrimonios, divorcios, maternidad, nuevas oportunidades. En particular, insiste en la exploración de patrones que se repiten de padres a hijos, tal vez porque el hijo de la narradora, en esta novela, se hace mayor y su madre se fija en estos detalles. Hasta uno de los personajes más disonantes (por estar fuera del ambiente literario), un joven guía, profundiza en lo que sus padres esperaban de él y el camino que ha elegido. Este chico, a propósito, explica el título original: «Kudos, que en griego significaba “honor” o “prestigio”» (p. 88).
–No puedes contar tu historia a todo el mundo –dijo–. Quizá solo puedas contársela a una persona.
Rachel Cusk
Prestigio, en fin, culmina con honores una trilogía brillante. A menudo, al leer narrativa, el lector busca la representación de una época determinada, unas costumbres, un pensamiento. Los libros de Rachel Cusk, pese a no seguir los patrones de la novela clásica, prestarán este servicio en el futuro, pues constituyen un retrato lúcido, no solo de una sociedad, sino de una forma de estar en el mundo, de entender el yo y sus conexiones. No es habitual dar con una autora como ella, tan lúcida y creativa como lo fueron en su día Virginia Woolf y Clarice Lispector. Aunque ahora es el momento propicio para retroceder y leer sus publicaciones anteriores –muchas se tradujeron, pero pasaron desapercibidas–, resulta inevitable pensar en el futuro, preguntarse cuál será el siguiente paso en su carrera, en qué estará trabajando. Porque eso es lo mejor: aún hay Rachel Cusk para rato.Citas en cursiva de las páginas 36-37, 154, 127-128 y 198.