Revista Opinión

Pretérito imperfecto

Publicado el 26 febrero 2019 por Manuelsegura @manuelsegura

Pretérito imperfecto

Cuando el otro día, con motivo de una entrevista, me pidieron que rememorara anécdotas ocurridas a lo largo de mi trayectoria profesional en prensa, radio y televisión, hice acopio de algunas de ellas obviando otras que luego vinieron a mi memoria. Recordé el día en que entrevisté a un todavía vigoroso Ladislao Kubala, en pelotas, mientras se duchaba en el vestuario, tras un entrenamiento con el Real Murcia. También cuando, con apenas 18 años, le hice otra entrevista, a medianoche, al enciclopédico Manuel Fraga Iribarne, en un banco de la estación de Alcantarilla, durante una parada del tren en el que regresaba de la campaña electoral por Andalucía. O cuando desperté a Joan Manuel Serrat, en su habitación de un hotel murciano, para grabarle para la radio y lo bien que se tomó ‘el madrugón’ el cantautor del Poble Sec.

Relaté también cuando en el estadio de La Romerada, durante un Zaragoza-Barça, el narrador radiofónico que tenía a mi lado me sorprendió, confundiéndome con un exjugador del Real Madrid y preguntándome en directo, en el descanso, que qué me había parecido la primera parte. Confesé que no quise hundirlo y decepcionarlo, por lo que le seguí el rollo, usurpando la personalidad de aquel futbolista merengüe.

Pero si estas anécdotas pudieron generar la sonrisa cómplice del telespectador, me dejé dos entrañables en el tintero: las que protagonizara con una consejera de Turismo castellano-manchega y con el escritor uruguayo Mario Benedetti, ese que decía que su país era la única oficina capaz de alcanzar el nivel de república.

Aquella consejera, cuyo nombre no recuerdo, estuvo en Murcia a finales de los ochenta para presentar la oferta turística de su comunidad. Era una mujer guapa y estilosa. En un momento de la rueda de prensa, saltándome el guion, no me pude resistir y le pregunté, ante su sorpresa y la de mis colegas: “¿Le han dicho alguna vez que se parece mucho a la actriz Candice Bergen?”. Se quedó descolocada y, algo azorada, apenas acertó a responder: “No. La verdad que nunca”. E intentó retomar el hilo de su discurso.

A Benedetti lo trajo Victorino Polo a la Universidad de Murcia hace más de 30 años. Intervino en un acto, donde incluso recitó. Yo fui a cubrirlo y, al finalizar el mismo, me acerqué a él. Me presenté, le grabé unas palabras y le mostré una tarjeta con un poema suyo que siempre llevaba conmigo. Era su ‘Táctica y estrategia’, que me regaló alguien que formó parte de mi pretérito imperfecto, un día, como tantos, en el que no estuve especialmente afortunado. Aquello de “mi táctica es mirarte… hablarte y escucharte…” hasta desembocar en lo de que “…mi estrategia es más profunda y más simple… que un día, no sé cómo ni con qué pretexto, por fin me necesites”.

Intenté explicarle a Benedetti lo que me sugería su poesía, que la leía con frecuencia y, benévolo en toda regla, se mostró agradecido. “Esta tiene un especial significado para mí”, añadí, detallándole el motivo, que escuchó con la paciencia de Job. Tras ello, alzó la vista, me miró fijamente y me espetó: “Joven, sepa que ellas nunca olvidan. Se lo puedo asegurar. Jamás”. Esbozó una leve sonrisa, estrechó mi mano y se marchó con la comitiva universitaria. Con todo, el consejo no ha evitado que, a lo largo de mi vida, haya tenido en ocasiones la extraña sensación de hallarme entre ninguna parte y el olvido, ese que dicen que es el hermano ausente de la memoria.

[‘La Verdad’ de Murcia. 26-2-2019]


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