[Publicado en “Gastar la vida” – Blog de Cristianisme i Justícia]
Jesús Sanz, estimado amigo y profesor de Antropología Social en la Universidad Complutense de Madrid, fue quien me recomendó Pride para que la proyectáramos en el Ciclo de cine Ignasi Salvat que organizamos en Cristianisme i Justícia. Y acertó de pleno. En su crítica sobre la película, Luis Martínez (El Mundo) escribió: “Pride se disfruta sin querer, emociona sin avasallar, divierte sin ofender. Definitivamente, esta es la película que todo el mundo recomendaría a todo el mundo sin la menor posibilidad de arrepentimiento”. Así es.
Debo confesar –por aquello de la honestidad intelectual y de reconocer la propia subjetividad y punto de partida– que viendo en la carátula a Imelda Staunton, Bill Nighy y Dominic West, la película contaba desde un inicio con toda mi predisposición.
Pride (2014) es una comedia inglesa con tintes dramáticos dirigida por Matthew Warchus y basada en una historia de solidaridad real entre movimientos sociales a priori muy dispares. En ella se nos cuenta la historia de un grupo de activistas por los derechos de gais y lesbianas que durante la huelga del Sindicato Nacional de Mineros en 1984, durante el gobierno de Margaret Thatcher, se unieron para recaudar fondos para apoyar y sostener la huelga de los mineros en un pequeño pueblo de Gales.
La película de Warchus, que cuenta con unas interpretaciones estupendas, es de esas en las que las lágrimas y las carcajadas se entremezclan consiguiendo una fórmula exitosa para sensibilizar sobre un tema que por desgracia sigue encerrándose a diario en “armarios” (mediáticos y sociales) y en demasiados lugares del mundo: la discriminación que a día de hoy sigue sufriendo el colectivo[1] LGTBI[2].
Solo por apuntar algunos datos que dan cuenta de ello, creo que es importante tener en cuenta que hay 76 países en los que tener una identidad de género o una opción sexual divergente con la heteronormatividad o la heterosexualidad obligatoria es un delito tipificado con penas de cárcely en 7 de esos países se condena con la pena de muerte. Pero no hace falta viajar a Somalia, Arabia Saudí, Yemen o Sudán del Sur para conocer las deplorables consecuencias de la homofobia:
- Un 40% del total de delitos de odio que se cometen en España -según el último balance del Ministerio de Interior correspondiente a 2014-, atentan contra la diversidad sexual.
- En lo que llevamos de 2016, la asociación Arcópoli ha registrado 57 agresiones por homofobia o transfobia solo en Madrid, lo cual equivale a una agresión cada dos días.
- El 70% de las agresiones homófobas no se denuncian (entre el 60 y el 90%, según la Agencia de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea), tal como han revelado diversos medios de comunicación, porque las víctimas consideran “que nada va a cambiar si lo hacen” (es). Según el informe del Gobierno, la mayoría de las denunciantes fueron mujeres, en una proporción de cuatro a uno. En cambio la inmensa mayoría de los agresores fueron hombres.
- Según el estudio de la Agencia para los Derechos Fundamentales de la Unión Europea (UE) basado 93.000 encuestas y realizado en 2014, el 47 % de los/as homosexuales y transexuales europeos/as fue víctima de discriminación en el último año, sobre todo las lesbianas (55 %) y los jóvenes de entre 18 y 24 años (57 %)”.
Por todo ello, Pride no es una película que nos hable del pasado, sino del presente; de un presente ciego que no supo aprender de signos tan esperanzadores como la historia que narra este film. Una historia de activismo y compromiso social más allá de prejuicios; una historia que nos habla de empatía, de respeto, de Justicia Social –en mayúsculas-, de libertad, de igualdad de derechos, de dignidad, resistencia y unión frente al maltrato y la opresión…, de orgullo. No aprendimos nada de lo sucedido en 1984 (o no aprendimos lo suficiente a la luz de los datos expuestos). Como sociedad, continuamos sin normalizar la diversidad sexual y sin aceptar las diferentes identidades de género existentes. Seguimos sin comprometernos al 100% con el sufrimiento ajeno y sin posicionarnos ante situaciones de indudable injusticia social como las que genera la homofobia. Y hasta que todo eso suceda, tenemos mucho por hacer.
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NOTA: Me cuesta ponerle pegas a una película que me emociona inevitablemente cada vez que la veo, pero creo que las hay y tienen que ver justamente con la representación de las lesbianas (precisamente ayer, 26 de abril, celebrábamos el Día Internacional de la Visibilidad Lésbica) y con cómo en el film se caricaturiza –aunque sea de forma sutil- la lucha feminista y el afán de autonomía de las lesbianas que forman parte del grupo activistas que protagonizan el relato. Esto me recuerda a una frase de Beatriz Gimeno que dice así: “Las lesbianas tenemos que enterarnos de que no se nos permite ser como los gais, pero no por ser homosexuales, sino por ser mujeres”. De momento lo dejo ahí. Ya entraré más a fondo en este tema otro día.
[1] Según estudios recogidos por Cogam (Colectivo de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales de Madrid) un 10% de la población es homosexual.
[2] Siglas que designan internacionalmentea hombres y mujeres homosexuales (lesbianas y gais), transexuales, bisexuales e intersexuales.