Ayer, la Cuarta de El País acogía una reflexión que escribí hace algunas semanas a propósito del Año Camus, de su legado y de la Europa de la crisis. En el artículo subrayaba el lugar que hoy ocupan los todopoderosos mercados y lo lejos que sus objetivos se encuentran del sustrato civil, moral, crítico y transformador de la obra del escritor franco argelino. El “lugar de los mercados” imponiéndose, en el cincuentenario de la muerte de Albert Camus, al “lugar de la palabra”. Curiosamente, en la víspera, yo regresaba de otro “lugar de la palabra”: venía del poema y de la reflexión sobre el poema. De un lugar y de un acontecimiento de los que quedan grabados en la memoria y en el corazón para siempre.
Desde finales de los años 90, cada mes de julio, tengo una cita anual con la poesía en un lugar de Cuenca, allá “donde termina la alta Alcarria, empieza el pino y crecen sin esperanza los centenos”, tal y como dejó escrito Diego Jesús Jiménez. Es decir, en Priego, pueblo al que llegué, como he contado en alguna ocasión en este blog, a principios de los años 70 acompañando al poeta y amigo. Diego, que siempre (desde los años de la dictadura) estuvo obsesionado por llevar la lectura y, sobre todo, la poesía y sus misterios a la Cuenca rural, a sus pueblos más recónditos, decidió un buen día, de la mano de sus amigos Juan José Gómez Brihuega y Martín Muelas, con el respaldo de la Universidad de Castilla-La Mancha, convertir el pueblo de su infancia, en el “lugar de la palabra”, en el centro neurálgico de un Curso de Verano al que dio el tan seductor título de “Leer y entender la poesía”. Allí, cerca del río Escabas, donde la carretera emboca la primera curva hacia el rocoso Estrecho de Priego sobre el río para adentrarse en la Serranía, me espera cada año la poesía. Me esperan los amigos poetas. Los profesores amantes del poema. Los alumnos amantes del poema. Las gentes de Priego y las gentes de Diego (Társila, Társila María, José Manuel, sus nietas…. todos).
Allí, en el centro cultural que lleva su nombre, nos damos cita, en el mes de julio de cada año, los poetas, esa legión de inútiles amantes de la palabra y de las causas perdidas. Bueno, hubo una excepción: no hubo curso el pasado año, con Diego enfermo y postrado en un julio infame y maldito. Pero este julio hemos vuelto. Juanjo y Martín, con el estreno del joven profesor y poeta Ángel Luis Luján, han hecho posible el retorno, han conseguido que la muerte de Diego fuera menos muerte y que todos sintéramos que su palabra estaba con nosotros. Allí nos hemos dado cita de nuevo y hemos vuelto a ser cómplices y hemos conjurado a la muerte porque el Curso de este año se ha dedicado a la obra de Diego Jesús. Ha sido el gran homenaje de los poetas y de los amantes de la poesía al poeta que reposa en el pequeño cementerio del pueblo que lo vio nacer.
Los Cursos de Priego fueron la enorme criatura que alumbró Diego con el nuevo siglo. He acudido a casi todos y de ellos siempre me he llevado un acarreo de emociones, de amistades, de charlas bajo las estrellas, de lecturas inolvidables, de momentos irrepetibles. Hace dos días, mientras caminaba desde el pequeño hotel El Rosal hacia el centro cultural que es sede del Curso, me crucé con alguna anciana, con un par de hombres de aspecto campesino y me detuve en el mercadillo que, frente a la fachada del centro, suele levantarse, según supe después, cada miércoles. Al ver a aquellas gentes en el mercadillo pensé que a sólo unos metros estaba nuestro premio Cervantes Antonio Gamoneda, y Pablo García Baena, y María Victoria Atencia. Hice memoria, me sumergí en mis recuerdos y pensé que los Cursos de Priego habían hecho posible que, cada año y durante unos días, la pequeña ciudad fuera anfitriona de algunos de los más grandes poetas de la lengua castellana. Diego Jesús y su entusiasmo y su generosidad hicieron posible la presencia de un Pepe Hierro recién premiado con el Cervantes, de un Manolo Vázquez Montalbán leyendo poemas inéditos tras cruzar, al volante de su coche (el Jaguar Sovereign de su novela El estrangulador) y desafiando válvulas cardiacas y cadera de titanio, las numerosas cordilleras que separan Priego de Barcelona, un viaje de ida y vuelta que ni los más jóvenes…. En Priego dialogué durante horas, en 2002 o en 2003, con un Carlos Sahagún confesándose poeta retirado y radicalmente contrario a reeditar comercialmente ninguno de sus libros, y en Priego estuvo Claudio Rodríguez en una de sus últimas lecturas públicas, y Antonio Carvajal , y Félix Grande, y Paca Aguirre, y Antonio Martínez Sarrión y Antonio Colinas, y Jesús Hilario Tundidor, Juan Carlos Mestre, Antonio Méndez Rubio, Lupe Grande, Pilar Blanco, Francisco Mora, Luis Eduardo Aute…. Premios nacionales, premios de las Letras Españolas, premios Adonáis, premios de la crítica, premio Juan Ramón Jiménez…. y poetas (los más) sin premio.
Pero Priego ha sido siempre algo más: son las noches en la plaza cuando las ponencias y lecturas terminan y los poetas convivimos con los amigos de la infancia del inventor del Curso, y los críticos y profesores (Prieto de Paula, Juan José Lanz, Jambrina, Molina Damiani, Miguel Casado, José María Balcells, Carme Riera, Domínguez Rey…) dejan claustro y encerado (y power-point, mejor dicho) para entregarse al gin tonic y al debate informal y a la conversación sobre fútbol y ciclismo (casi siempre el tour de Francia, no olvidemos que en Priego nació el mítico Luis Ocaña). Es la caldereta en medio de los pinos y de la noche y junto al río Escabas, y es Manolo, el dueño del hotel El Rosal, viejo emigrante regresado de Holanda en 1970 y animador de las izquierdas en Priego desde las primeras elecciones en 1977. Y el Curso, este año, para mí ha sido, en la tarde del miércoles, un viaje, guiado por Manolo y en compañía de los antonios (Hernández y Carvajal) a los inmensos pinares del parque natural del Alto Tajo, una excursión entre inmensos desfiladeros de roca de color teja, entre bosques de encina, sabinares y pino albar que se inició en Priego y terminó en el límite de Guadalajara con Teruel… Y, al regreso y después de la cena, en el velador del bar de la plaza, se ha celebrado la lectura de quienes hemos querido dejar en el aire algunas palabras de cercanía al amigo que se nos fue. De todos los poemas leídos, destaco uno: el maravilloso titulado "Color solo", de su libro Bajorrelieve, un canto al color verde, leído bajo las estrellas y un viento fino y algo frío, por Patricia, la nieta de Diego.
Por último, este año, el Curso de Priego ha sido el firme compromiso de dar continuidad a esta obra, casi una iluminación, de Diego Jesús. Una continuidad que, a mi juicio, tiene que ensanchar el horizonte hacia aspectos imprescindibles de la poesía de hoy: la edición (Emilio Torné, Munárriz, Pepo Paz, Chus Visor, no sería malo contar con vuestra participación y vuestros diferentes enfoques de la edición de poesía en los debates futuros), el nuevo fenómeno del blog, las revistas digitales, la función del librero en la difusión y venta de la poesía. En definitiva, de consolidar y profundizar , en los próximos años, en los contenidos de una cita imprescindible con la palabra poética y con el poeta que soñó hacer de Priego, al menos durante unos días, el centro neurálgico de la poesía en castellano. De hacer del Curso un referente imprescindible.