Revista Opinión

Primark Madrid, una experiencia en la tercera fase

Publicado el 16 octubre 2016 por Alberto Garcia @ensurincon

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Primark Madrid. Una mañana cualquiera, antes de la entrada de los fieles



He tenido una experiencia mística, he visto el futuro. He visitado una catedral del consumo “low cost”, una estructura de cristal y cemento. Un ambiente de penumbra, una marea de seres vivos girando y comprando, una legión de vendedores zombis condenados –en una espiral sin fin– a colocar y doblar la ropa que los seres dejan amontonada después de mirarla, palparla, probarla y al final abandonarla.
Un templo lleno de turistas marcianos, con carros donde echan la ropa como si estuvieran en el super, como si llegasen desnudos, como si no hubiese un mañana, como si en unos días volviesen a Marte.
He visto cajas con cola y cola en las cajas para no despegarte. Cajeras entregando las compras en enormes bolsas de papel llenas de artículos fabricados en el Lejano Oriente. Guardias de seguridad apostados en las puertas para evitar el robo sacrílego de los artículos… del Lejano Oriente.
He visto probadores donde desnudas tu alma y engalanas tu cuerpo, donde te sinceras y confiesas que te gusta, te queda bien, te lo llevas… hasta que llegas a casa y en un acto extremo de contrición vuelves al día siguiente a la planta de devoluciones.
He visto ascensores y escaleras mecánicas que transportan a los fieles de una planta a otra del templo. La planta y capilla de los Niños, de la Mujer, de Hombre, Hogar, Complementos y Devoluciones.
He visto colas para pasar y días que reparten entradas para poder entrar. He visto diseños para hoy que no pasarán de mañana. He visto cámaras y móviles inmortalizando a sus usuarios en poses atrevidas. He visto precios de saldo y algunos de risa. Porque la calidad aquí no es cara… es rara.
He visto a una muchacha comprar compulsivamente una cazadora: mira el precio, la descuelga, se la pone, no se la abrocha, no se ilusiona, no busca un espejo, se la quita y al carro… han sido cinco segundos de compra. He oído a un joven suplicar lloroso a su compañera que sólo quería poder estar con ella en un sitio tranquilo y tomar algo. He visto hombres con la mirada perdida seguir a su pareja llevando su bolso, sus bolsas, su abrigo. He visto la desesperación reflejada en los rostros cuando no había talla y tristeza en personas que no daban la talla.
Me he asustado mucho y he tenido que marchar, me ha dado un tic en el ojo y he sufrido hiperventilación. No voy a poder volver.

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