
Llueve primavera y bosquecillos batidos por la tormenta se agitan nerviosos ofreciéndose generosamente a los vientos. De pronto la breve tormenta cesa, ha sido un suspiro, y vuelve la euforia de la quietud. La Ojeda es calma hecha para el hombre, es tiempo detenido en el tiempo y paz revestida de silencio. Cuando los árboles y el viento terminan su diálogo fanfarrón y pendenciero vuelven los pájaros a sus pláticas barrocas que si bien parecen un soliloquio sinsentido a ellos vale para entenderse y negociar sus vidas.
Pero estábamos en las lilas. Desde cualquier altillo se ven lilas enluciendo los campos. La primavera es La Ojeda y la Ojeda en primavera es olor a lilas. Delante de sillares de muchos siglos o junto a rústicas casas de adobe las lilas son semáforo que llama a detenerse y contemplar, a sentir la vida con complacencia y relajación, a esperar y dejar que caiga el sol, ahora que asoma, gastando abusivamente la tarde en llenarse los ojos de verde brillante y de ocre esperanzador.
Es la Ojeda, que termina bravucona y arrogante a las puertas de la montaña. Nubes como cantos grises, oscuros y negros cubren los cielos; en Cervera de nuevo llueve primavera intensa pero los soportales ofrecen cobijo a quien sabe recrearse entre sus vetustas piedras. La vida se desenvuelve a ritmo de ocio y fiesta, que Cervera es Castilla y hoy es el día de la propia fiesta.

Cuaderno de Pedro de Hoyos
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