Revista Cultura y Ocio

Primer adelanto de “Lágrimas del cielo sobre el mundo”, por Mauro Marino

Publicado el 06 febrero 2018 por Mauro Marino Jiménez @mauromj

Queridos lectores:

Les comparto un fragmento de mi tercera novela a publicarse en este año, la cual completa la trilogía de ciencia ficción "Fines y reinicios de la Tierra".

IV
  • ¿Recogiste todo?
  • Claro que no, César. Debemos aprender a respetar la naturaleza, o ella será nuestra enemiga -respondió Diana.

El hombre miró neutralmente a su compañera, sumido en un pensamiento lejano. ¿Será una alusión personal a su medida para detener la lluvia ácida o solo una respuesta espontánea? El buen olor de sus emociones le dice que los detalles no importan.

  • ¿Sabes por qué te invite a venir?
  • No. Pero sabía que me lo dirías tarde o temprano -respondió la mujer.

La mirada neutral de César reveló un ligero brillo de alegría. Después de todo, Diana había venido por voluntad propia y fuera del registro de otros agentes. Si estaban juntos en esa misión era por dos razones: para eliminarla o conversar en privado. Ella no sospechó nada malo y esperó pacientemente. Para el antiguo gobernante, cada acción de esa mujer era un tesoro.

  • Estoy pensando salir de escena. Ya hice un movimiento llamativo, pero era necesario para vulnerar la mente del próconsul.
  • Sí, Erik. Hace años que está merodeando mi mente. De hecho, quiere conquistarla de una u otra forma.

Diana frunció el ceño. Erik era un tipo sin moral. Hombres como él habían destruido el mundo una generación atrás gracias a dos métodos: manipulación y redes de poder.

    ¿Pero, por qué huyes de él? -cuestionó la agente.- En verdad, podrías aplastarlo en cualquier momento. ¡Podrías haberlo hecho cuando fuiste cónsul!

César disimuló su azoramiento mirando las muestras recogidas durante la misión. Diana era una buena guerrera, pero no había compasión ni paz en sus palabras.

  • No me tomes a mal, César. Sabes mejor que yo que casi todo el mundo sería tu enemigo si no fueses invencible. -continuó la mujer.
  • ¿Tu también lo serías?
  • No lo soy y no lo sería nunca. -respondió la mujer, apasionadamente.- Este mundo está renaciendo gracias a hombres como tú. Y yo me pondría delante tuyo para detener un disparo si no supiera que lo puedes detener casi sin pensarlo.

César miró nuevamente a su compañera.

  • No, querida Diana. No soy yo quien hace renacer este mundo.
  • ¿Entonces, quién? ¡Mira todas tus habilidades! Aunque renuncies a todos los cargos, todos te seguirían, como lo hemos hecho hasta ahora.
  • Ese es el punto, Diana. El poder destruye y la misericordia crea. Y este mundo ya no necesita de gente poderosa... Sobre todo, de gente poderosa que está muriendo.

Diana visualizó nuevamente a su compañero. Sabía que tenía más años de los que aparentaba. Sin embargo, la iluminación del cielo opaco que perfilaba su rostro le mostraron un morado propio de la falta de oxigenación en su sangre y revelaron surcos de expresión propios del dolor de un hombre mucho mayor. ¿Cuánto tiempo le quedaba? ¿Cuántas personas habían notado su deterioro? ¿Qué pasaría si más personas se enterasen de ello?

  • ¿Saldrás de escena para morir como un elefante? -preguntó Diana, con la voz disimuladamente quebrada.
  • No. Saldré de escena para buscar una cura. Pero antes de irme, debo hacer algo con Erik. -respondió el agente, con resolución.

Diana aguzó la vista en cada detalle. El riesgo de muerte de su compañero había despertado compasión en ella. Tal vez era un sentimiento similar a la que él sentía por su enemigo. Pero, ¿cómo curar una mente enferma cuando uno mismo está cerca a la agonía? ¿Tendría una habilidad para hacer algo semejante?


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