Revista Expatriados
Más de 15 días sin escribir una sola palabra. El reciente consejo de dirección, la llegada de Diego, la visita de mi madre y mi suegra y una inoportuna lesión en la rodilla mientras practicaba Karate, han hecho que no atendiera a mi cita con la hoja en blanco. Han pasado muchas cosas, incluido nuestro primer aniversario en tierras Filipinas: el 9 de enero hizo justo un año que aterrizábamos en el aeropuerto de Ninoy Aquino, con cara de despistados y un cálido escalofrío que me recordaba que estaba “vivo” de miedo.
Ya con 16 años, para desconsuelo de mis allegados, mostraba esa querencia al abandono del hogar. Fue a esa temprana edad la primera vez ( sin tener en cuenta el viaje a Suiza unos años antes) que cogí mi mochila, el bocadillo de jamón que mi hizo mi abuelilla, me puse una mano delante y la otra atrás y me perdí solo varios meses por tierras inglesas. Echando la vista atrás, veo aquella experiencia como una bendita locura que en gran parte ayudó a formar la persona que soy hoy en día. De eso polvos vienen estos lodos, siempre he creído que el destino – sea lo que sea eso – jamás da puntadas sin hilo.
18 años hace desde que deje por primera vez a mi madre y a mi tía Mari Mar llorando a escondidas en Barajas. Por ese motivo, no dejo que nadie vaya a despedirme al aeropuerto, nunca se me dieron bien las despedidas, ni quiero aprender.
El mes previo a nuestra venida a Filipinas fue duro. Los días se contaban por las personas a las que había que decir Adiós sin pronunciar la cruel palabra. Trataba de inventar nuevas tretas para engañar al calendario, pero nada retrasó aquella mañana nevada de invierno en que Marisa y yo cogimos un avión haciendo que sabíamos lo que hacíamos. Siendo completamente sincero, también fue un gran alivio dejar cierta parte de mi vida en España. Aunque de esa parte no voy a hablar aquí.
Aprendí que se puede huir de todo menos de uno mismo, pero que tampoco hay necesidad de hacerlo. Comprendí que aceptar las limitaciones y debilidades es la mayor de las fortalezas, hay que ser muy valiente para ponerse en frente del espejo cuando hasta este te retira la mirada. Nunca he defendido eso de que lo que no te mata te hace fuerte, pues hay vivencias que nos debilitan, que no aportan nada y no merecen más que ser olvidadas. Acepté que el olvido no está prohibido. Lo que sí creo es que solo se aprende viviendo. Y este último año me ha brindado un curso acelerado.
Desde muy joven siempre me sentí atraído por Asía, vivir aquí es visitar emociones más que monumentos. Cada día en las noticias hablan de desastres en forma de tifones o terremotos, la pobreza convive con las ganas de seguir adelante y la esperanza es un esperar sin saber muy bien a qué. A pesar de todo, es más fácil encontrar la sonrisa de un niño aquí que en occidente. Precisamente, esto hace del sudeste asiático un lugar mágico y fascinante. Sus gentes disfrutan más de lo que la vida les puede dar, pues son muy conscientes, mucho más que nosotros, de que mañana todo se puede acabar.
¿Cómo me siento aquí? A veces como en casa, a veces como un extraño. A veces cómodo y muchas otras me largaría de aquí sin dar tiempo a hacer las maletas. Lo que no tengo nada claro es a donde me iría, ni si tengo ganas de volver a España. Ahora cada decisión involucra a tres y no a dos.
Muchas cosas han cambiado en solo doce meses: Nuevo trabajo, nuevo país y continente, paternidad recién estrenada… Desde luego puedo decir que mi vida es de todo menos aburrida. El tiempo se me pasa volando y este último año ha sido un fugaz suspiro. Y eso que al principio contaba los días como si estuviera en la cárcel. Es curioso, a la gente que dice que la vida se le pasa volando, el día a día se le suele hacer eterno. Mis días, y con ellos las semanas y los meses, pasan sin que casi me tiempo a darme cuenta. Muy deprisa, demasiado. Me da en la nariz que en esta lucha encarnizada con “tempus fugit” pierdo de todas, todas. Aunque, por supuesto, me negaré a aceptarlo “until the very end”.
¿Y para este año recién estrenado? Espero seguir escribiendo, tengo muchos temas pendientes. Seguir con la tesis, sacarme el cinturón negro, viajar más: India, China, Tailandia, Camboya… Y por supuesto la mayor de las aventuras: ver crecer a Diego y quizás esperar la llegada de Rocío.
Mario Jiménez.