Revista Salud y Bienestar

Primer capítulo de la novela Morir dos veces (avance editorial).

Por Seo Bloguero

Primer capítulo de la novela Morir dos veces (avance editorial)

Capítulo primero: el joven del cristal

Amanece. De pie frente a la amplia ventana del salón Javier escruta las gruesas avenidas ocultas en parte por la penumbra. La espesa oscuridad está sensiblemente mitigada por una débil claridad que, en su nacimiento, a duras penas tiñe una breve franja del horizonte de un tímido azul blanquecino, de aspecto frágil y quebradizo.

Pocas sombras se mueven ahí abajo, en las calles frías y solitarias de esta invernal madrugada. Sólo alguna figura puntual se desliza de tanto en tanto con rápidos y silenciosos movimientos, mientras su silueta surge y desaparece por momentos, alternativamente, a causa del efecto de la luz que emana de las farolas que salpican la urbe con su perlado resplandor. El tráfico es también escaso a esas tempranas horas de la mañana, cuando da la sensación de que nada sucede y todo se detiene, como si el mundo entero aguardase la llegada del nuevo día para retomar la actividad. La ciudad descansa; Javier, no.

La mirada distraída del joven recorre los conocidos contornos de cuanto observa al otro lado de la cristalera. Lo hace sin pasión ni método, sólo por pasar el rato. Lleva allí cerca de media hora, desde que se hartó de estar en su cuarto sin poder conciliar el sueño. La pasividad del exterior le hastía, pero no se encuentra cansado. Lúgubres pensamientos irrumpen en su mente, privándole de la tranquilidad necesaria para dormir en paz. No tiene sentido, por consiguiente, tratar de volver a la cama. No serviría de nada. Aparta un segundo la vista y se fija en la butaca que preside la estancia. Dentro de pocas horas la ocupará su padre, Salvador, como sucede invariablemente desde hace muchos, muchísimos años. Permanecerá allí, sentado o recostado, sesteando durante la práctica totalidad del día. Su vida se reduce a esa sencilla rutina, monótona y carente de lógica.

Salvador sufre de alzheimer. Lo padece casi desde que Javier tiene uso de razón. No es exactamente así, en realidad, pero ha llegado a un punto en que está a un paso de creerlo de veras. Son tan escasos los recuerdos que guarda de él antes de su decadencia que a veces piensa que nunca ha dejado de estar enfermo. No quiere cavilar sobre ese tema; abandonó la habitación porque no pretendía centrarse en esas ideas entristecedoras, mas ya no puede evitarlo. Le es imposible evadirse ni desasirse de ellas. Vuelve a dirigir su atención hacia la ciudad grisácea, somnolienta, sumida aún en profundas tinieblas que todavía no desean retirarse. Sus ojos se cruzan con su propio reflejo en el cristal, que actúa a modo de espejo. La nueva imagen se superpone a la escena que se desarrolla en el exterior y su perfil se detalla con celeridad ante sí mismo. Su rostro delata su edad. Ya es un hombre, aunque mira con frecuencia al mundo con los ojos del niño que dirigía su vista hacia las estrellas en las noches de inquietud.

Se pregunta cuánto tiempo ha pasado. Cuánto, desde que la terrible enfermedad hiciera su macabra aparición marcando su destino, el de Salvador y el de Teresa, su madre. Lo piensa un instante y es su alter ego, el que habita en el cristal, quien le da la respuesta inconscientemente. veinte dice, moviendo los labios con suavidad, sin emitir sonido alguno. Veinte repite en un leve susurro el otro Javier, la réplica etérea e inmaterial que le mira desde una irrealidad que no parece tal. Han transcurrido dos décadas desde que escuchara por primera vez la maldita palabra, ‘alzheimer’. En aquel momento, con apenas seis años de edad, no entendió lo que significaba ni tuvo una ligera intuición de las consecuencias que aquel concepto depararía en el futuro. De haberlo sabido desde el principio, probablemente no la habría confundido simplemente con una palabra más; pero no fue un problema, puesto que su vida, a partir de entonces, se lo fue mostrando con todo lujo de detalles.

Ensimismado en sus recuerdos, Javier no se percata del paso de las horas. La claridad domina ya cada confín de la gran urbe. Resurge una actividad hormigueante en las calles, llenas de color y de gente que pasea en cualquier dirección. Tendría que acostarse y dormir un poco. Además, advierte que el otro Javier, el que habita el espejo, está llorando. Brillan sus lágrimas en la transparencia del vidrio, resaltan como pequeños caminitos plateados que muy pronto han de borrarse. Javier, el de verdad, el de carne y hueso, decide que ha llegado el momento de volver a su cuarto. Sea como fuere, la luz del día naciente está extinguiendo al joven del cristal. Sin más contemplaciones se marcha hacia la habitación. No necesita continuar en el salón, pues conoce a la perfección lo que va a suceder después. El sol se adueñará del mundo durante su breve reinado antes de cederlo nuevamente a la penumbra. Será así siempre, por toda la eternidad; sin embargo, para Salvador, mañana, como es hoy y como fuera ayer, sólo será un día igual a todos los demás.

Morir dos veces es un libro autobiográfico que recoge las vivencias de una familia cuya existencia queda marcada por la aparición del alzhéimer en uno de sus miembros. La novela explica la decadencia que sufre Salvador, el padre, a causa de la enfermedad, las visicitudes y circunstancias que la dolencia genera en el núcleo familiar y el modo en que Teresa y Javier, esposa e hijo de Salvador, afrontan cada una de las etapas de la enfermedad. Recientemente, en marzo de 2013, ha sido llevado a la televisión a través de un reportaje del programa Crónicas de TVE.


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