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Primer concurso de RetroRelatos de RetroManiac: más allá del fin

Publicado el 11 julio 2013 por Retromaniac @RetromaniacMag

Primer Concurso de RetroRelatos de RetroManiac - Mas allá del fin

1º Concurso RetroRelatos de RetroManiac
Más allá del Fin, por Isidoro Martínez Vélez
Ya han transcurrido muchos años, más de los que alcanzo a recordar, desde el día del fin. El fin, la hecatombe... se le puede dar muchos nombres, pero lo que importa es que en julio de 1991, mientras todos celebrábamos ignorantes de nosotros la Independencia llegó el ataque. Inesperado como años antes Pearl Harbour. Dañino, como la primera y segunda grandes guerras juntas. Un enemigo inesperado convirtió la faz de la tierra en cenizas. Ese día de julio el horizonte se llenó de enormes setas humeantes. Todo el mundo supo lo que se avecinaba después.
Mi nombre es Ken Murfitt, y soy uno de los supervivientes al día del fin. Cómo logré escapar a una muerte segura aún es un misterio para mí. Me desperté entre los ladrillos del aseo de casa, metido en la bañera y completamente helado de frío. No solo sobreviví, sino que además lucho para que no se vuelva a repetir y la humanidad no termine aniquilándose a sí misma. Pongo mi granito de arena. Ya se sabe, un granito de arena no es mucho, pero una playa está llena de ellos si. No lo dudé un momento cuando los jeep militares, armados con megáfonos, recorrieron los restos de mi ciudad pidiendo voluntarios.
No dudé. Solo tenía unas horas de vuelo gracias a haber llevado mi afición a los aviones un paso más allá. ¿Cómo iba a imaginar que en lugar de una Cessna 172 de recreo iba a pilotar un Tecmo 2SV288, lo más avanzado en helicópteros de combate? Me dijeron "Esto vuela, y tú tienes licencia, así que vas a pilotarlo". Mucho más fácil decirlo que hacerlo. Recuerdo las innumerables horas que pasé delante del simulador antes de poder comprender su funcionamiento y poder sentarme por primera vez en el helicóptero. Tanto potencial se traducía en botones, y más botones, y no valía con pulsarlos todos. Había secuencias que respetar si quería levantar ese monstruo bélico del suelo. Cuando pensaba que ya lo sabía todo, llegaron las clases de táctica y combate, los madrugones, las noches en vela estudiando...
A los mandos por primera vez
Meses después, ahí estaba, sentado a los mandos del 2SV288. Aunque ya había practicado con las funciones del casco, su display y las funciones IHADSS, no era lo mismo ahí montado. Por fortuna mi nuevo compañero y copiloto, Tahir Rashid, otro superviviente pero llegado a la base de miles de kilómetros de distancia de aquí, notó mi nerviosismo inicial. "Ponte todo lo nervioso que quieras Ken, pero hasta que no gires la llave de encendido, no nos moveremos". Las risas de ambos consiguieron quitar la tensión de la primera vez y, tras comprobar los sistemas, al momento estábamos a varios metros de altura, viendo de lejos la torre de control.
Visto lo visto, esos meses fueron un paseo por el parque. Pronto comenzaron las misiones de verdad. La guerra. Perder a compañeros. Días sin dormir, y sin recordar comer. Recorrer la ciudad que me había visto crecer me impactó. Las calles donde había jugado al balón, las vías donde había dejado más de una vez alguna moneda para que el tren las doblase a su paso...  Una infancia convertida en destrucción, avenidas vacías, polvo y suciedad. De nuevo la suerte se alió con nosotros aquel día, con un aliado que luego nos acompañaría en nuevas misiones: Steve Snake.
Steve no era divertido como Tahir, más bien seco. Para cualquiera que no le conociese puede que incluso pareciese un maleducado. Nadie sabe si siempre fue así, pero posiblemente perder a su chica en los bombardeos del día del fin le hiciera cambiar, quién sabe. El hecho es que con su vehículo terrestre, un M-8894 armado hasta los dientes, complementaba perfectamente nuestra acción aérea.
En aquella primera misión en que coincidimos, atacar juntos permitió que pudiéramos acabar con un puesto avanzado del enemigo. No fue fácil, nada fácil. Ellos estaban también armados, hasta los dientes, como Rambo antes de acometer una batalla. Helicópteros, cañones, baterías antiaéreas, drones teledirigidos, misiles guiados... Y cuando la inercia de la batalla te hacía confiarte un poco, de repente aparecían más cañones en los lugares más insospechados. O aquellos artilugios volantes, más parecidos a un insecto que a otra cosa. Y todo eso antes de llegar al puesto en sí, que contaba con múltiples soluciones de “contención”. La tecnología de nuestro adversario era más avanzada, si, pero carecía de lo que nosotros sí teníamos: compañerismo, confianza, respeto... rasgos humanos.
Porque ellos, de humanos tenían poco. Eran despiadados, crueles hasta límites insospechados. Nos habían estado estudiando durante mucho tiempo, sin que fuésemos conscientes de ello. Nuestras costumbres, nuestro organismo, nuestras armas. Los metales que usamos como blindaje. Ningún detalle sobre nosotros se les escapaba, o al menos eso creían.
El contraataque
Mucha información sí, pero incompleta. Nuestro contraataque, organizado a escala global fue algo que no esperaban. La capacidad humana para rehacerse después de un golpe duro, las emociones de un puñado de hombres metidos a militares, factores con los que no contaron y que en un momento dado comenzaron a inclinar la balanza.
Las misiones nos llevaban en ocasiones a otros terrenos de juego, otros medios donde había que adaptarse a las circunstancias para poder combatir. En una de ellas, Steve nos sorprendió a todos manejando un veloz hovercraft, al que bautizó (botella de champagne incluida, bebida, no rota) como Drokixx por el nombre de un grupo musical de la época. Otra jornada complicada, con nuevos enemigos, y nuevas situaciones, que gracias a la potencia de ambos vehículos volvió a ser una victoria.
Mientras retornábamos a la base, satisfechos por ese nuevo golpe al gran enemigo, fuimos emboscados. Una zona que supuestamente estaba limpia, al menos según nos informaron los servicios de espionaje durante el briefing previo, se convirtió en un infierno. El lecho seco de un río era nuestra vía de salida, pero por muy poco casi se convierte en nuestra tumba. Tuvimos que agudizar bien los ojos porque los disparos llegaban desde todas las direcciones, y no había dónde resguardarse. Todo ese entrenamiento que tanto llegué a odiar y que en buena parte consideraba inservible, de repente se transformó en nuestra salvación. La base enemiga fue pan comido, si es que algo en la guerra puede serlo, al menos comparándolo con la tensión vivida en el resto de la misión.
Encuentro en la cantina
La cantina era el lugar de encuentro. El punto donde todos podíamos darnos un respiro. Desde aquel tan nombrado día de 1991, era la mejor manera de desconectar un poco de la realidad que nos envolvía. Entre bebida y comida, recordábamos como era nuestra antigua vida, y lo que nos gustaría hacer tan pronto acabase esta maldita guerra. Proyectos que todos sabíamos serían castillos en el aire salvo que ganásemos esta guerra y expulsáramos a nuestros invasores de aquí.
La batalla ¿final?
Varias semanas después el alto mando desveló su estrategia para asestar un golpe definitivo. En ella, solicitaron voluntarios para el movimiento final. El riesgo era máximo, una incursión suicida. Pero una rápida mirada a Tahir y a Steve me confirmó que ya sabía quién se presentaría de motu propio: ¡nosotros!
Y el infierno se desató. Fuego enemigo y fuego de la naturaleza. En su ambición por controlar nuestro planeta y sus recursos energéticos, bombardearon el subsuelo, e hicieron que brotasen numerosos volcanes, con su terrible magma, lava, ceniza, etc. Y en el centro, la que según los informes era la base más importante de nuestro némesis.
Bajo un cielo rojo, con la visión nublada por el humo de las erupciones y desbordados por la cantidad de disparos que recibíamos continuamente, avanzamos ya no solo con la esperanza de cumplir nuestra misión, sino también de algo más, conseguir expulsar a aquellos que habían destruido nuestras vidas. Allí estábamos, lo teníamos enfrente: el centro de operaciones rival. Y nosotros teníamos el arma que lo podría destruir, el misil Silkworm IV. El dedo en el pulsador, a la espera de que los sistemas de guía estuvieran alineados correctamente y por fin, el disparo. En ese misil estaba la esperanza de los cientos de miles de supervivientes… Cuando se dispersó el polvo y el humo producidos por la explosión, escuché nítida y claramente, cual música para mis oidos, al mando de la misión decir por radio:
¡Los tenemos! ¡Buen trabajo!


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