Los peino, repeino, requetepeino. Las uñas, ¡Dios, qué narices hacéis con esas minúsculas uñas que siempre están como el tizne así os las lavéis con lejía! Frota, frota, no vaya a ser que a la profesora le de por mirar las uñas del niño nuevo y ya me tache de guarra el primer día. Allí estoy, quince minutos antes de la hora en plan "donde fueres haz lo que vieres" ya que no tengo ni idea de por dónde se entra, entre montones de cabezas y cabecitas, y mochilones. Preguntando, y sin encontrar las dichosas clases porque no están señalizadas. Por fin, ubicado 1º B. ¡Aleluya! Y entonces llega el temido momento. De nuevo, la mediana, la que siempre, por una razón u otra, debe pagar los platos rotos:
- Cariño, tengo que buscar la fila de tu hermano. Te tienes que quedar aquí esperando a la profe, pero enseguida vengo, ¿vale?En ese momento, la alegría de su carita se esfuma y se hace pequeña, pequeñita. Con un nudo en la garganta, y los ojos llorosos me alejo y menos mal que un papá bien avenido se me acerca y la recoge junto a su hija. Gente buena. Como mis Mamás de Mar... Por fin le toca al de casi cuatro, y cómo no podía ser de otra manera, es salir la profesora y hacerse bola Armadillo.
- Esto...es que está aterrado, ¿sabes? - por no decirle- dale dos collejas a ver si se le pasa la tontería de los animalillos estresados - que está feo el primer día de colegio.Corriendo de nuevo a la fila de la mediana, que suspira al verte, pero se yergue toda digna.
- Ya estamos aquí hija.Otra mamá la tiene cogida de los hombros y me explica que esté tranquila, que ya le ha contado que tiene dos hermanos y que mamá tiene que aompañar a su hermano pequeño y no puede soltar a su hermano mayor de la mano. Y así, sin darte cuenta, se vacía el patio y ha comenzado el primer día de los próximos tres años. Una sensación de tranquilidad me recorre el cuerpo y me dura exactamente lo que dura la mañana hasta la hora de recogerlos, cuando me vuelven a asaltar las preocupaciones de madre agonías. Cuando veo al rubiales salir de la mano de una sonriete y jovencísima maestra y me dice: "Todo bien, se ha portado fenomenal". Y él la mira y sonríe. Te comerías a besos a los dos, a él por precioso y a ella por paciente y por aguantarlo.
Me doy la vuelta y aparece ella, con esa sonrisa eterna gritando: "Mami, ha sido genial", y esa profesora, ojerosa, con cara de agotada (no es para menos, no me puedo ni imaginar con 34 niños de 6 años ni en mi peor pesadilla), pero satisfecha y contándome que es una niña buena, voluntariosa y participativa. El tema de reflexión de hoy han sido las diferencias y cómo hay niños que tienen capacidades diferentes y ahí, mi mediana, ha levantado la mano y ha hecho toda una disertación que les ha dejado encogidos:
- "Yo tengo un hermano así. Anda también de puntillas. Se pone nervioso cuando hay mucha gente o en los sitios nuevos y le cantamos La patrulla Canina para que se tranquilice. Y es muy especial porque no habla y va a un cole de niños especiales, pero le gustan las misma cosas que a mí y en eso somos iguales"El camino a casa fantástico, escuchándoles a todos hablar a la vez, emocionados. me revela que ha sido un gran día, y me llena. Y mientras hago la comida y ellos juegan pienso cómo los mayores nos estresamos y complicamos las cosas tantas y tantas veces sin motivo. Cómo, a ojos de unos niños tan pequeños un primer día no deja de ser una experiencia más mientras que para los adultos supone nervios, agobios e incluso noches sin dormir. Cómo tantas veces nuestras propias inseguridades y miedos cortan oportunidades fantásticas de desarrollo y de aprendizaje, porque sin querer se las extrapolamos a ellos, se las contagiamos. Tantas anticipaciones que al final no llevan a nada y sólo nos traen quebraderos de cabeza y tiempo perdido pensando en hipotéticas situaciones y en cómo resolverlas. Qué mal gestionamos nuestras emociones los mayores a veces, ¿verdad? Los veo tan contentos y luego echo la vista atrás y pienso en los días tan malos qué he pasado poniéndome en la piel de ellos ante viaje, traslado, ciudad, casa, colegio, cuando son ellos los que me están dando una lección de adaptación, tranquilidad y racionalización bestial. A veces me gustaría apagar el botón de adulto y encender el de niño para tener la capacidad de ver el mundo a través de sus ojos. Al menos doy gracias por tener unos interlocutores tan válidos que me explican constantemente cómo hacerlo...