Después de un vuelo de más de doce horas, o menos de trece, según se mire, Soraya y yo aterrizamos por fin en el aeropuerto de Santiago de Chile. Allí nos esperaba un transfer y, al contrario que hace tres años, cuando visitamos por primera vez el país, en esta ocasión si estaba el cartelito con nuestro nombre y con nuestro chófer. Don Manuel nos guio amablemente mientras condujo a través de Santiago para llevarnos a casa de Alejandra, nuestra amiga chilena, que nos esperaba con los brazo abiertos, con su Perlita y con muchas ganas de estrecharnos en un gran abrazo.
Después conocimos a Diego, su hijo y otro gran amigo desde el mismo momento en que nos conocimos, y nos marchamos rumbo al Cajón del Maipo, a pasar dos días en este cañón andino que corresponde a la alta cuenca del río Maipo y que está de triste actualidad por la construcción de una central hidroeléctrica que quiere convertir la zona en un gran y desolador tubo repleto de energía artificial. Ójala no lo consigan, porque es un lugar precioso. Allí disfrutamos del sol andino, de la compañía de Manchas, Rusia, Rodrigo y otros amigos que se pasaron a saludar. Chile es, una vez más, un gran cajón de amigos lindos.