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¡¡Hola de nuevo!! Este es, por fin, el relato ganador delPRIMER premio del 1º Concurso del blog.
El autor es Marcos García B., lo cierto es que no lo conozco, pero parece muy agradable. No tiene blog, de modo que no puedo poner enlace, pero os animo a que leáis este relato que es una muestra de su talento.
CAMPANAS DE CHOCOLATE
Por fin, después de cinco años, había vuelto a nevar sobre aquellos campos. Yulina, que había estado contemplando la nevada desde el cómodo salón de su hogar, salió afuera, cuando todavía caían los últimos copos. Quería sentir el suave crujir del hielo a sus pies, y olisquear la gélida brisa. Quería contemplar de cerca los árboles emblanquecidos. Necesitaba caminar un largo rato.Ella sentía que en su vida faltaba algo, pero desconocía por completo qué podía ser. “Tal vez hoy lo descubra”, se preguntaba. Otras personas, en cambio, lo tenían muy claro, envidiando todo lo que ella poseía: una hija estupenda, un marido enamorado, aceptable salud, un desahogado nivel económico… ¿Qué echaba en falta Yulina? La relación con sus padres era buena. Recientemente, había tenido una larga conversación telefónica con ellos, quedando en verse para enero, algún fin de semana con buen tiempo. Desde luego, tenía sobrados motivos para sentirse dichosa. Ni siquiera le atenazaba el miedo a que su situación diese un vuelco. Tan optimista como era, ideaba nuevas formas de mejorar su vida en vez de pensar en posibles reveses. De hecho, pronto iba a adquirir utensilios de pintura con los que probar sus discutibles dotes artísticas. Y otro año más, dedicaría quince días a la visita de alguna región de Europa. Pero aun así, el sentimiento de plenitud que muchas otras personas sentirían en su caso, a ella no le había llegado. Tampoco suponía un gran problema. Los sentimientos cambian, se manipulan, se entrenan… Aquella tarde, tras un rato paseando, empezó a ser atacada por el frío. Cerró por completo el abrigo y se encaminó hacia su casa, templada gracias a un eficiente fogón. Al entrar, fue recibida por un adorable calorcillo y por el aliento pasional de su amada pareja. Y en ese preciso instante... ¡Pues todavía no! Casi. Sería después de media docena de besos, al sentarse en un sofá, cuando… Por su mente pasó el recuerdo de tantas personas sufriendo penalidades, incluso en su propio país. Padeciendo el frío de ahí fuera en el interior de su propia vivienda, de tenerla. Alejados del sabor de los hojaldres recubiertos de mermelada, y del turrón blando ecológico. Remendando unas botas que cogen agua. Indiferentes ante un confortable automóvil con transmisión automática y altos asientos, o ante una cámara fotográfica compacta con sensor de una pulgada. Anhelando con entusiasmo un paquete de arroz, unos pocos huevos, reservas de gas butano, y acaso, una caja de galletas. Así de frágil es el ser humano, considerado el animal más evolucionado del planeta: incapaz de digerir la celulosa, poco resistente a temperaturas extremas, y con grandes dificultades para sobrevivir sin fuego ni herramientas.Yulina dirigió una mirada al brillante árbol de Navidad profusamente decorado. Junto a él, descansaban media docena de paquetes con regalos. Ante aquella muestra de opulencia, cayó en profundas reflexiones: “Estoy viviendo en un mundo de ensueño, maravilloso sí, pero fuera de la cruenta realidad, porque soy afortunada por ahora. Parezco estar en otro plano, en un contexto ideal que otros muchos, por desgracia, no comparten ni medianamente. No debo culparme por ello. Pero sí puedo renegar de unas tradiciones solo al alcance de la parte pudiente del pueblo. En vez de tanto pensar, debería, por ejemplo… Sí, voy a divertirme de verdad…”Al día siguiente, y bien camuflado en el ambiente festivo, un nuevo abeto artificial, esplendoroso, lucía a las puertas de un Centro de Asistencia Social. De algunas de sus ramas colgaban chocolatinas, y bolsas con figuras de mazapán y pedazos de turrón, entre otras exquisiteces. Dentro de un coche aparcado cerca, Yulina disfrutaba de una de sus mejores navidades, sintiéndose flotar en una nube de gozo. Mientras ella se echaba unas buenas risotadas, su marido ansiaba librarse de una posible multa por la colocación no autorizada de aquel reluciente estorbo que saludaba a los peatones con suaves ramillas de plástico.
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