Revista Cultura y Ocio

Primera expansión internacional

Por Maria Jose Pérez González @BlogTeresa

Primera expansión internacionalPedro Paricio Aucejo  

La renovación del Carmelo por parte de Teresa de Ahumada conllevó la orientación plena de la Orden hacia la oración y la contemplación de las cosas divinas, la fidelidad al Evangelio y el sometimiento a la regla primitiva. Junto a estos y otros rasgos característicos del carisma teresiano, la santa de Ávila sostuvo también una actitud de vivo apostolado. Como mujer apasionada por conocer profundamente a su Amado, agradarle y servirle de la mejor manera posible, se entregó con determinación a la misión evangelizadora, para lo que empleó a fondo sus recursos disponibles a todos los niveles (oración, inteligencia, habilidad en las relaciones sociales, astucia política, amistades…).

No podía ser de otra manera si se tiene en cuenta que la envergadura de la reforma religiosa que Teresa de Jesús llevó a cabo dentro de la Iglesia fue posible gracias a la concurrencia de intereses compartidos tanto con el papado como con la monarquía hispana: su espiritualidad y obediencia se alineaban claramente con el espíritu de Roma, pero también con el proyecto confesional que Felipe II quería implantar en sus dominios. Asimismo, detrás de cada fundación conventual siempre hubo uno o más patronos de renombre: la monja castellana tuvo la habilidad de establecer lazos de amistad con poderosas familias nobiliarias, como los Álvarez de Toledo, Mendoza, de la Cerda… Igualmente tuvo mucho cuidado de mantener buenas relaciones con el propio inquisidor general, don Gaspar de Quiroga¹.

Pero sus fatigas apostólicas no se limitaron a las experimentadas como consecuencia de las fundaciones emprendidas personalmente por ella para propagar el Carmelo reformado. Su preocupación se extendió a los pueblos todavía no cristianos del nuevo continente americano, de los que tuvo conocimiento gracias a sus hermanos allí desplazados, como consta especialmente en su correspondencia con Lorenzo (“mucho me lastima ver tantas almas perdidas. Y esos indios no me cuestan poco”). También manifestó su desazón por la información que, en agosto de 1566, le suministró Alonso Maldonado, fraile franciscano recién llegado de las Indias: “Comenzóme a contar de los muchos millones de almas que allí se perdían por falta de doctrina, e hízonos un sermón y plática animando a la penitencia, y fuese. Yo quedé tan lastimada de la perdición de tantas almas que no cabía en mí: fuime a una ermita con hartas lágrimas; clamaba a nuestro Señor, suplicándole diese medio cómo yo pudiese algo…; me dijo: Espera un poco, hija, y verás grandes cosas”.

Después de la muerte de la Santa, el testigo apostólico del teresianismo fue tomado por sus hijas, que realizaron la primera expansión internacional de las carmelitas descalzas por Europa y América. En cuanto a las fundaciones europeas, María de San José fue la primera fundadora en Portugal, donde en 1585 instituyó el monasterio de Lisboa, cuyo proyecto formó parte ya de los deseos de la propia Teresa de Jesús, a quien el argumento de esta fundación le había sido presentado en revelación, asociado precisamente a la figura de María de San José. Además, Ana de Jesús y otras compañeras pasaron a Francia en 1604 y fundaron allí varios conventos. Dos años después de su llegada al país galo, solicitadas por los archiduques Alberto de Austria e Isabel Clara Eugenia, abrieron también nueva casa en Bruselas y después en Mons, Lovaina, Brujas y Gantes.

En 1604 se fundó en Méjico el primer Carmelo de América, el de Puebla de los Ángeles, en el que cinco damas españolas formadas en la espiritualidad de la orden por sus hermanos de hábito fueron las primeras carmelitas descalzas. El segundo Carmelo en Hispanoamérica se estableció en 1606 en la ciudad colombiana de Bogotá y tuvo por fundadora a doña Elvira Padilla y Pimentel. Religiosas procedentes de este Carmelo fundarían posteriormente otro en 1645, en la también población colombiana de Villa de Leyva. En 1609, en la zona norte del país, doña María de Barros y Montalvo apadrinó el de Cartagena de Indias. Desde este convento, algunas de sus religiosas se desplazaron a Perú para constituir en Lima, en 1643, el primer Carmelo peruano, vinculado al patrocinio de don Domingo Gómez de Silva y doña Catalina María Doria.

En 1653, después de ocupar el edificio desde 1647, se creó el monasterio de El Carmen de San José en la población ecuatoriana de Quito, ciudad en la que nació Teresa de Cepeda y Fuentes, sobrina de santa Teresa y también futura monja. En aquellas tierras residieron varios de sus hermanos, en concreto Lorenzo de Cepeda, de quien era hija la considerada primera carmelita descalza americana, a quien su tía había recibido en Sevilla.

Y así, con el paso del tiempo, seguiría un largo listado de fundaciones, de las que en el presente escrito me he ceñido solo a las llevadas a cabo hasta la primera mitad del siglo XVII, siete décadas después del fallecimiento de la mística abulense.

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¹Cf. GONZÁLEZ FASANI, Ana Mónica,  El espíritu teresiano se extiende al nuevo mundo”, en Mujeres del infinito: Las carmelitas descalzas en la Córdoba colonial, Bahía Blanca, Buenos Aires–Argentina, Editorial de la Universidad Nacional del Sur (Ediuns), 2019. Disponible en <https://delaruecaalapluma.wordpress.com/2019/09/29/mujeres-del-infinito-las-carmelitas-descalzas-en-la-cordoba-colonial/> [Consulta: 17 de enero de 2020].


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