Reseñados ahí atrás los días de invierno de Paul Auster, me causa una cierta pena este último libro de Murakami. Sin ser ni pretender ser una autobiografía, sí hay suficientes elementos autobiográficos como para situarlo en una cierta posición de balance personal (el béisbol, la música -en especial el jazz-, temas que han sido una constante en su obra)
Sucede que, como ya he dicho en otras ocasiones, las historias cortas no parecen ser el territorio propicio para el correcto desarrollo de los mundos imposibles de Murakami tan presentes en sus grandes novelas.
Nunca sabes si el que cambia es el autor o la manera cómo uno mismo se acerca a él, pero la perplejidad que me causa el libro viene a ser continuidad de la que me provocó La muerte del comendador, que parecía una historia que salía de ningún sitio para llegar a ninguna parte. Salvando curiosidades como Charlie Parker plays bossanova (idea muy buena con finalización regulera) resultan relatos, como siempre muy fáciles de leer pero que resulta muy difícil que transmitan algo.