Hace un rato hemos vuelto de la primera sesión en atención temprana. Como ya me imaginaba, he salido de allí con una sensación agridulce y estoy algo triste. Me temo que esto va a ser así todos los días que vayamos, al menos hasta que pase un tiempo y empiece a ver cambios.
No es que haya dejado de ser optimista o que esté (de nuevo perdiendo) la objetividad. Pero, claro, 30 minutos observando muy claramente todas esas cosas por las que precisamente estamos allí, duele. Da igual la mentalización con la que vaya, no me gusta verlo y me dan hasta ganas de llorar.
Lo positivo es que estoy contenta con el sitio, con la terapeuta, me gusta el método... Siento que estamos por el buen camino y eso me hace estar más relajada.
Siento no poder añadir nada más, es que ahora mismo ni yo misma sé muy bien qué decir. Menos mal que he descansado en el fin de semana, porque ¡siento que ya se me han agotado las pilas!.