Revista África
(JCR)
“Nesé”. Cuando salí ayer mañana, antes de las cinco, con las primeras luces del alba y me crucé con las mujeres que venían ya de llenar sus bidones de agua, decidí practicar los primeros saludos en lengua Zande que nos enseñaron ayer. “Nesé”, repetí elevando algo la voz. “Merci”, me respondieron en francés, causándome sorpresa de que mis esfuerzos por aprender su idioma no se vieran correspondidos. ¿Tan mal lo he pronunciado?, me pregunté a mí mismo.Correr por las mañanas es uno de mis saludables hábitos que pongo en práctica siempre que puedo. Además del beneficio físico, me ayuda a estar en paz conmigo mismo y a observar tranquilamente el lugar que me rodea, sobre todo cuando acabo de llegar a un ambiente nuevo. Según dejo la misión atrás y desciendo por un sendero flanqueado por palmeras altas veo las casitas techadas de hierba seca del arrabal donde habitan mis vecinos de Obo, en el Sureste de la República Centroafricana. Al llegar al cruce me salen al encuentro unos niños. “Nesé”, repito con decisión. “Merci”, me responden entre risas. Sé que si paso dentro de tres horas volveré a ver a esos chiquillos aquí sin hacer nada. Son pocos los que van a la escuela. Según me dijo hace dos días nuestro profesor de Zande las tasas escolares por niño cuestan un dólar por mes. “Muy poco”, le dije, ignorante de mí. “A ti te parecerá poco” me respondió, “pero para una familia con varios niños que no tiene dinero es mucho”.Sigo corriendo y pronto llego al campo de desplazados que visitamos hace dos días mientras sigo pensando en el asunto del dólar al mes que las familias no pueden pagar para que sus hijos estudien. Las cabañas están ya abiertas y veo a sus ocupantes que se aprestan a partir a sus campos, azada al hombro. En Obo hay unos 10.000 desplazados internos, que huyeron hace tres años de los despiadados ataques del Ejército de Resistencia del Señor, el infame LRA de Joseph Kony, que después de sembrar el terror en el norte de Uganda durante dos décadas ha exportado sus masacres y secuestros a este lugar donde la gente ha sobrevivido siempre como ha podido sin que ningún gobierno se ocupara de ellos. Esparcidos en poblados en la selva, en 2009 los campesinos azande empezaron a ser un blanco fácil para las bandas armadas que han asesinado, mutilado y raptado con total impunidad. Hoy la gente malvive en centros con poca protección y con escasa asistencia humanitaria. En Obo apenas pueden ir más allá de cinco kilómetros, pero en la mayor parte de los casos cultivan pequeñas parcelas que no son de ellos, ya que sus poblados originales –hoy destruidos- quedan muy lejanos y todos tienen miedo de encontrarse con los grupos rebeldes que vagan por bosques cerrados. Imposible pensar en ir a la caza, un arte en la que los azande han sido unos consumados expertos durante siglos y que hasta hace pocos años les reportaba un buen complemento alimenticio.“Nesé”, digo a dos hombres a los que me cruzo azada al hombro. “Merci” me responden invariablemente. Me pregunto qué fuerzas tendrán para darse la caminata, pasar unas cinco horas roturando la tierra y volver al campo de desplazados si sólo comen una vez al día, como todo hijo de vecino por estos lares. Un puñado de harina de maíz hervido y algunas verduras. Si no tienen ni para comer, ¿de dónde van a sacar dinero, aunque sea poco? Con la ausencia de proteínas en su dieta y el escasísimo acceso a la sanidad sorprende poco que la esperanza de vida aquí apenas ronde los 45 años y que las tasas de mortalidad infantil antes de los cinco años sean muy elevadas. Los privilegiados que comemos tres veces al día vivimos en otra galaxia y podemos incluso permitirnos el lujo de hacer deporte, que necesitamos para quitarnos de encima esos kilos de más que tanto nos molestan.Ha pasado media hora y llego a la misión por otro camino distinto. Mientras subo la cuesta vuelvo a saludar “Nesé”, esta vez a una viejecita que, bastón en ristre, me mira con curiosidad y –cómo no- me responde “Merci”. Apoyado en el muro de la casa parroquial, mientras inicio mis estiramientos, me sorprende darme cuenta de cuántas cosas he pensado durante mi carrera matinal. Más aún me sorprendo cuando entro en mi habitación, abro el cuaderno de mis lecciones de lengua Zande y veo, en la primera página, que el saludo correcto es “Sené”, y no “Nesé”. Perdón por trabucar las sílabas. Si pudiera, volvería a salir, me encontraría otra vez con las mismas personas y les diría la famosa frase real : “Lo siento mucho, me he equivocado y no volverá a ocurrir”, pero para eso me haría falta alguna lección más. Bonne journée.