Quiero escribir este artículo abordando uno de los temas más sensibles y que, en muchos aspectos, más puede dividirnos a los liberales.
Cuando estás en un ambiente conservador, ayudar a las familias, lo que básicamente se suele traducir en la potenciación de la natalidad (cuando no en la proletarización de la sociedad, pero ése es otro tema) suele ser un discurso muy paralelo al del aborto.
Y ése es un error en el que los conservadores suelen caer muy a menudo (y no lo digo en un único sentido, tradicionalmente suelen ser las mujeres de ámbitos conservadores las que con mayor frecuencia acaban recurriendo a esta práctica), el error de pensar que, con ayudas a las familias, el aborto caería. Y no tiene nada que ver una cosa con la otra.
Por supuesto, desde ambientes progresistas, la contradicción es aún más sangrante, el aborto se presenta como la solución a una carrera profesional y a una independencia económica que “liberaría” a la mujer… de ser mujer. Amputar la maternidad no es la solución para que las mujeres puedan tener vida profesional, y a estas alturas, un discurso que defienda que es incompatible la maternidad y la vida profesional o la formación, simplemente no está en el mundo real.
Para los liberales, por lo menos para los que pensamos que la singularidad de la persona se da con la meiosis, y que el individuo se inicia en la concepción, el aborto es, sencillamente, una aberración en todos los términos.
Y el camino es largo, porque se ha generado una densa dialéctica para negar lo evidente, que la vida es sagrada. Y no es menos cierto que mucha gente busca en la legalidad la moralidad, con el vano propósito de creer que, si es legal, está bien hacerlo. Y no es extraño, porque los procesos de culpa y remordimientos que suelen seguir a un aborto (y que en muchos casos destrozan más vidas que la del propio nasciturus) son muy agresivos, y muchos progresistas creen (de forma profundamente errónea) que palían unos procesos morales instintivos y naturales a golpe de BOE. Y no es así.
Por ello, lo primero es recuperar un discurso que devuelva la naturaleza humana al no nacido. Y qué mejor manera que otorgarle una capacidad que todas las personas tenemos, y que a los liberales nos encanta: la capacidad económica.
Una legislación que otorgue capacidad al Estado de tutelar los intereses del no nacido, como su fideicomiso, de forma que pueda abonar una indemnización por daños y perjuicios a la madre que no quiere tenerlo, sea por causa de tara genética, sea por ser fruto de una violación, sea por que trunca una hipotética carrera profesional, otorga también al no nacido de la fuerza que el dinero da a su interés por la vida.
Por ello, una retribución mensual, adelantada por el Estado, a toda mujer que declare su intención de abortar, por el motivo que sea, y otorgada en última instancia por el no nacido, termina de un plumazo con cualquier argumento de oportunidad para el aborto. Un embrión deja de ser un pedacito de carne extirpable para ser una persona dispuesta a pagar por su vida, e indemnizar por las molestias. La sociedad no podrá ver con los mismos ojos a una persona que termina con la vida de otra que estaba dispuesta a compensar el daño, físico y moral, que pudiera producirle, aún cuando no existiera dolo.
Las fórmulas financieras que articularían estos salarios, desde un punto de vista liberal, no serían muy difíciles de calcular de las cotizaciones que el adulto hará en un futuro, incluso mediante los correspondientes mecanismos de compensación solidaria de los seguros para el caso del pequeño porcentaje que no fuese capaz de cumplir con la obligación comprometida por su fideicomisario.
Que la indemnización se puede luego extender a los primeros años de vida, o que en definitiva todo quede al final como una especie de financiación encubierta de la maternidad, y que encima de preferencia a las mujeres occidentales frente a cualquier ayuda generalista a la “familia” que beneficiaría a las inmigrantes, es un discurso que podemos tener entre liberales y conservadores. Pero no me negarán que será un auténtico placer haber desalojado del salón de debates a los progresistas y su discurso del derecho a la muerte.