Los administradores, los contadores, los auditores, los directores y gerentes nos pasamos el tiempo desarrollando sistemas que nos permitan controlar lo que sucede en las organizaciones para las que trabajamos.
Proteger los activos de la empresa, determinar cómo proteger el efectivo, evitar los fraudes, controlar que se cumplan los procedimientos establecidos e inclusive, establecer nuevos procedimientos de ejecución y control de las operaciones de la empresa, son labores que nos demandan grandes cantidades de tiempo y esfuerzo. Resulta sorprendente el esfuerzo humano y económico que se realiza para lograr la optimización del control interno.
Establecemos además reglas de conducta laboral, las cuales debe seguir cada funcionario, según el área en la que se desempeñe. Definimos los privilegios y obligaciones de cada quién, de acuerdo con su jerarquía en la organización.
En los últimos 20 años, he podido ver cómo la tecnología hace más fácil instaurar sistemas de control y también cómo burlarlos. He comprobado además que ningún sistema, por bueno que parezca, funciona por sí mismo. Todo sistema, para que funcione, requiere de un elemento vital: las personas que lo ejecutan.
Es por eso que quiero reflexionar hoy sobre el más importante y valioso de los recursos de una entidad: El recurso Humano, o dicho de una manera menos impersonal: Las Personas que hacen posible su funcionamiento.
Sin embargo, no quiero entrar en tecnicismos, definiciones, premisas y métodos sobre los cuales, estoy seguro que muchos han escrito y desarrollado las teorías que hoy nos rigen en este campo.
En lugar de eso, deseo pensar en las personas con las cuales trabajamos diariamente, aquellas a las que dirigimos y sobre las cuales tenemos autoridad. Deseo verlas, no como unidades productivas sino como lo que son en primera instancia: personas, personas que poseen su propias aspiraciones, que tienen necesidades particulares y su propia forma de atender esas necesidades, de acuerdo con las posibilidades que tienen en un momento dado.
En particular, el momento en el que se han cruzado en nuestro camino para ser parte de nuestro equipo de colaboradores, prefiero utilizar los términos colaboradores o funcionarios sobre el término empleados, aunque yo también soy un empleado, debemos comenzar a conocer a estas personas, a darnos cuenta de sus expectativas y de las razones por las cuales desean trabajar en nuestra empresa, más allá de obtener ingresos que les permitan hacer frente a sus necesidades económicas del momento.
Una vez que conocemos un poco mejor a estas personas, debemos trazar los esquemas para tratar con ellos los asuntos de trabajo, sin dejar de lado su temperamento, sus temores, sus necesidades, sus virtudes, sus habilidades sus limitaciones y comenzar a cooperar en su desarrollo humano y profesional.
Sin embargo, inevitablemente, debemos llegar al momento en que también debe imponerse la disciplina o como dicen algunos: LAS REGLAS.
En efecto, creo en las reglas, en que deben estar bien establecidas, que deben seguirse al pie de la letra y en que deben cambiarse o romperse (controladamente) si eso entraba la organización. No hablo de actuar indisciplinadamente cuando me conviene o de perdonar al que es mi amigo y condenar al no está en gracia conmigo, hablo de tener criterio para aplicar los reglamentos.
Algunas veces, cuando no somos capaces de ver el potencial de un colaborador, lo despedimos cuando comente una falta que puede considerarse grave...¿y si en lugar de eso, le hablamos de frente y le ayudamos a encarar su falta y le damos la oportunidad de reivindicarse?
Eso es lo sorprendente del ser humano, que siempre puede volver a comenzar, que puede modificar una conducta incorrecta y entrar en el camino de la rectitud. Que puede dejar la indisciplina y la rebeldía y corregirse de manera efectiva y positiva.
Entonces, luego de haber visto personas modificar positivamente su conducta y aprender buenos hábitos de trabajo y ser productivos en su campo, no puedo dejar de pensar en que algunas veces, vale la pena arriesgarse y por un momento...hacer olvidar las reglas y hacerle caso al corazón.
Quizá suene como un romántico y soñador, pero algunas locuras a veces funcionan. La tolerancia, que para mi es una virtud, es un valor positivo que siempre funciona. Como lo dijo nuestro Señor y Salvador Jesucristo cuando le preguntaron cuántas veces se debía perdonar a quien nos ofende, el que preguntaba dijo ¿Hasta siete? Y Jesús dijo "...Hasta setenta veces siete..", dando entender que no debía haber límite para el perdón. Creo firmemente en Dios y he visto en mi vida el cambio hecho por Él, cambio que se realiza día a día.
Soy testigo de lo motivante que es que tu jefe te de una segunda y por qué no una tercera oportunidad, entendiendo que todo tiene un límite. En mi caso, me motiva a ser mejor y a enmendar mis propios errores y a esforzarme en ser mejor. No creo ser muy distinto de aquellos sobre los cuales tengo un poco de autoridad, por lo tanto, trataré de pensar primero en ellos y después en las reglas.
Autor Erick Rovira Fecha de nacimiento 30/10/1962, San José, Costa Rica, estudios en Informática y Contabilidad, especialista en temas tributarios. Con más de 10 años de experiencia en el campo profesional. Actualmente Gerente Admnistrativo de un empresa de Turismo en Costa Rica (Adobe Rent a Car), con responsabilidaden los campos de RRHH, Finanzas, Contabilidad e Impuestos.