Revista Cultura y Ocio

Primeros capítulos de La domadora de elefantes (I)

Publicado el 10 diciembre 2015 por Elarien
Primeros capítulos de La domadora de elefantes (I) Después de contar todo el proceso, ya solo me queda mostrar el resultado o, al menos, unos fragmentos del mismo (al igual que hice con mis padres, los repartiré en varias entregas aunque, a diferencia de ellos, no será todo el libro). Espero que os guste. 
CAPÍTULO 1: LUZ
En ocasiones tener un amigo al que nadie más ve puede resultar bastante incómodo. Los demás siempre se refieren a Luz como mi amiga invisible. Los demás son mis padres y el psiquiatra al que me llevaron para averiguar si estaba loca. Aunque por aquel entonces yo era muy pequeña, recuerdo bien a aquel médico, supongo que me impresionó el hecho de que no se pareciese en absoluto a los médicos a los que estaba habituada. Para empezar no llevaba bata blanca, aunque eso no era más que un detalle irrelevante frente a sus pantalones de cuero verde y sus chanclas de surfista. Nada más verle tuve la sensación de se acababa de levantar, aún tenía cara de sueño. Por su aspecto se diría que, no solo había dormido con la ropa puesta, sino que había pasado la noche en dura refriega con las sábanas. Sus cabellos no conocían el peine, ni su barbilla al barbero. Sin embargo era tan campechano que enseguida me cayó bien, y a Luz también, cierto que ambas solemos coincidir en nuestras opiniones aunque, en este caso, me figuro que lo que más le gustó a mi amiga fue el interés que aquel singular personaje mostró por ella. A Luz siempre le ha gustado ser el centro de atención y, por desgracia, rara vez lo consigue, es uno de los inconvenientes de resultarle invisible al resto del mundo. El doctor no era una excepción pero, sin embargo, aunque no la viese, no por ello consideró que no existiese, y de hecho comentó que “lo esencial es invisible a los ojos” (luego descubrí que la frase no era suya sino del Principito, pero eso no le resta sabiduría). Lástima que aquel médico no pudiese ver a mi amiga porque fue ella la que contestó encantada a todas las preguntas que me hizo, yo tan solo me limité a repetir sus respuestas. ¿Recordaba algún momento en el que ambas no hubiésemos estado juntas? No, ninguno. Desde que tengo uso de razón, Luz siempre ha estado a mi lado.
Después de la entrevista tuve que realizar algunas pruebas: sacar y meter piezas en un cubo, montar un puzle y decir qué me sugerían un montón de manchas de tinta. Esa parte no fue difícil, eran manchas y le respondí que se parecían a las que tenía en la camiseta (con o sin bata eran evidentes). Al terminar,  se reunió con mis padres y les explicó que no tenían de qué preocuparse: su hija no estaba loca. Dictaminó que yo solo era un caso de “rica vida interior unida a una imaginación desbordante” y que esa fase se me curaría con el tiempo. No sé si a mis padres les gustó ese diagnóstico pero sonaba tan bien que Luz y yo le miramos con otros ojos después de oírlo. Sin embargo no fue esa fascinante conclusión la que zanjó la cuestión sino su propuesta de que me dieran un hermanito. Según su opinión, con un bebé de verdad en casa no necesitaría inventarme un compañero. No volvimos. Lamenté no volver a verle. Desde entonces las cosas no han cambiado: aún soy hija única y mis padres ni tan siquiera mencionan la palabra hermano. No sé si aún esperan que se me pase esta etapa, el caso es que ignoran a Luz salvo para quejarse tanto de su existencia como de su falta de ella.
En realidad no entendí a qué se refirió el psiquiatra al hablar de curación, puesto que, como él mismo señaló, no estoy enferma. Tampoco comprendo la ceguera del resto del mundo en lo que respecta a mi amiga del alma. Luz no tiene nada de invisible, empero todos se empeñan en definirla de esa manera. A mi entender es inconcebible que pase desapercibida, aunque con el tiempo he asumido la invidencia de la gente. Hay quien cree que se trata de un duendecillo, uno de esos que dice mi madre que se cuelan en la lavadora para desemparejar los calcetines (algo que Luz y yo investigamos en su momento: desmontamos el electrodoméstico y no encontramos más que un montón de piezas que ni siquiera el técnico fue capaz de hacer encajar de nuevo. También salió agua, muchísima, tanta que vinieron los bomberos a achicarla. Sin duda, si había algún duende, se lo llevaron ellos con sus bombas, aunque es fácil que el infeliz hubiese perecido antes ahogado. La lavadora nueva también trae un duende de serie porque los calcetines desaparecen tanto o más que antes. Sin embargo, desde entonces, mamá no menciona jamás a seres ajenos a la familia).
Es una pena que mi amiga no sea ninguna criatura mágica, un poco de magia arreglaría muchos de los desaguisados que provoca. Tiene tendencia a verse envuelta en los accidentes más escandalosos. El motivo es que no conoce la palabra miedo y no le importa correr riesgos, ni mucho menos arrastrarme junto a ella. No agacha la cabeza, no se esconde de nadie, no es ninguna chiquilla tímida y silenciosa, no, esos rasgos no la definen en absoluto. ¿Cómo es entonces? Pues además de lo ya dicho, físicamente es rubia, con los ojos oscuros y brillantes y algo más alta que yo. Tiene los brazos y las piernas delgados y largos, como aspas de molino, y se mueve igual que un tornado, con su misma velocidad y delicadeza. Por desgracia su paso también provoca consecuencias similares a las de ese fenómeno meteorológico y, por su culpa, estoy castigada sin paga hasta que me emancipe. Nunca para, al igual que una onda expansiva ni siquiera frena. Es incansable, curiosa y de lo más expresiva. Siempre sonríe y, también, siempre se sale con la suya, al menos cuando soy yo la víctima a convencer. Es algo que ya he asumido, no me sirve de nada hacerme la dura y, como tampoco sé fingir, ni lo intento. Lo cierto es que posee un argumento infalible: según ella no existen los momentos insignificantes y, por ese motivo, hay que tratar de aprovechar todos y cada uno de ellos, sin excepción. Según esa regla de oro no hay que dejar pasar ninguna oportunidad, por insignificante que parezca. Por eso mismo procura disfrutar cada segundo. Confieso que a veces la actividad que se requiere para lograrlo resulta agotadora y que en más de una ocasión me ha costado sacudirme la pereza pero, tras oír sus alegatos, me es imposible resistirme y acabo por secundar todos sus planes.
Primeros capítulos de La domadora de elefantes (I)Ambas somos inseparables, de la mañana a la noche, y no exagero si digo que compartimos hasta los sueños. Los míos son como el visionado de una película: nos quedamos en nuestras butacas mientras se desarrolla la acción en la pantalla. Lloramos, reímos, nos emocionamos y tememos por la suerte de los personajes pero no nos involucramos más allá. Esos días ambas descansamos tranquilas. Sin embargo es raro que sea yo la que lleve las riendas, o que duren mucho tiempo en mis manos, lo habitual es que Luz se haga con ellas. En ese punto no nos limitamos a mirar lo que sucede en la pantalla sino que nos metemos de lleno en la trama. En algunas ocasiones, las menos, nos limitamos a jugar un papel secundario. Sin embargo, por regla general actuamos de protagonistas. De ese modo hemos viajado por todo el mundo, o por casi todo, y en diferentes épocas. Hemos remontado el Amazonas, escalado el Everest, saltado de árbol en árbol en plena selva y cruzado el desierto del Sáhara. También hemos probado todos los medios de transporte posibles, desde el globo aerostático hasta el último modelo de transbordador espacial, sin olvidarnos de la diligencia en la que vivimos una persecución memorable digna de una película de indios y vaqueros. Afortunadamente escapamos y, ¡por los pelos!, conservamos intactas nuestras cabelleras. Fue una experiencia algo agitada pero muy emocionante, aunque no sé si la repetiría, hay cosas que con vivirlas una vez bastan. No obstante, a la hora de desplazarnos lo que más nos gusta es volar, y no me refiero en aeronaves, sino volar tal cual, libres, como los pájaros. Ni siquiera necesitamos alas, flotamos sin más en el aire, sin preocuparnos de la gravedad, a nuestro antojo. Esa es una de las grandes virtudes de los sueños, que en ellos no hay límites, pertenecen a un mundo en el que todo es posible y en el que las noches se alargan más allá de las horas reglamentarias, de otro modo no darían abasto para tanta aventura.


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