Hace años que estoy enamorado de varias editoriales. Entre ellas ocupa un puesto especial el sello Funambulista, que publica libros espléndidos, a los que acudo con devoción. Esta vez, se trata de los Primeros diarios de la gran Virginia Woolf, que traduce y anota Arcadia Molinas y que se centran en el período comprendido entre 1897 y 1909. Es decir, entre los 15 y los 27 años de la autora británica: su adolescencia, su primera juventud, su iniciación en los mundos de la lectura y la escritura.
Al principio, como es lógico, las anotaciones son breves e ingenuas, con una chica que nos cuenta su asistencia a recitales, la desaparición de una de sus zapatillas (se considera culpable al perro de la casa), las partidas de billar con su padre, sus estudios de alemán y latín, los juegos con su ratón Jacobi o las óperas a las que asiste. También se nos deja constancia de su tempranísima vocación ficcional, pues se nos habla de una novela (hoy perdida) que estaba componiendo y para la cual tenía pensado el título de The history of Maria’s and Jan’s Grand Tour. Y, salpicando el texto de forma continua, sus inteligentes y variadas lecturas (no pocas le fueron sugeridas por su padre), que incluyen a Dickens, Washington Irving, Henry James, Pepys, Hawthorne, Carlyle, Brontë o Walter Scott. Así, no sorprende que la muchacha llegue a afirmar que “los libros son el mayor refugio y consuelo” (p.67); y que incluso se plantee estudiar una “Licenciatura en Artes (si triunfan las mujeres)” (p.72): es su primer “pensamiento feminista”, a la muy temprana edad de 15 años.
En los años siguientes, Virginia Woolf va acendrando su estilo, intensificando su mirada y perfeccionando sus manejos estilísticos. Es consciente de que “la escritura no tiene fin, y cada vez espero hacerlo algo mejor” (p.119); y también es consciente de que se siente más cómoda entre libros y paisajes que entre los seres humanos (“Encuentro que la soledad es suficiente”, p.138). De esa forma, cada vez más silenciosa y observadora, cada vez más concentrada en su mirar y en su escribir, las páginas se van volviendo densas, profundas, introspectivas. Eso no impide que, en ocasiones, también se deje llevar por pulsiones más livianas, que incluso rozan el humorismo. Como ejemplo, invito a los lectores a que visiten las páginas 138-139, en las que Virginia Woolf desgrana un hilarante discurso sobre los balidos de las ovejas y su posible interpretación.
Los admiradores de esta exquisita narradora del Círculo de Bloomsbury disponen ahora, gracias a este libro que Funambulista vierte por primera vez al español, de un documento impagable sobre los primeros años de la autora de Orlando, Las olas o Al faro, y se sorprenderán de su precocidad.
Maravillosa apuesta editorial, que aplaudo con gratitud.