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Aunque la sensación de haber pisado el umbral de Escandinavia la tuve ya, como en su momento dije, al entrar en Estonia, no ha sido sino hasta cruzar el Báltico en ferry y desembarcar en Helsinki que he sentido comenzaba en mi viaje una nueva etapa: la escandinava (o quizá sólo finlandesa, ya se verá), de la cual mi primer objetivo es Tampere, ciudad en donde aún conservo algunos buenos amigos. Pero lejos de dirigirme allí por la autovía directa y salvar de un tirón los 175 km de distancia, he preferido mantenerme fiel a mi costumbre, cuando viajo en moto, de usar rutas secundarias en cuanto me sea posible, pues al fin y al cabo de eso se trata: de conocer por el contacto directo los países o las regiones por donde se transita, en lugar de pasar por ellos a toda prisa, como quien va en avión; y para eso es importante mantenerse al margen de las vías rápidas; amén –de sobra está decirlo– de que conducir en moto por autopisas es aburrido e insípido hasta decir basta. De modo que, desde Helsinki, puse rumbo más o menos norte y fui zigzagueando de una carretera a otra, a lo largo de unos doscientos quilómetros bien servidos, hasta desembocar, bien entrada la tarde de mi segundo día sobre suelo finlandés, en la pequeña localidad de Sahalahti.
Entre los bosques de Finlandia, una nueva etapa del viaje comienza
Poco familiarizado aún con la infraestructura hotelera de Finlandia (o mejor dicho con su ausencia), a falta de otro alojamiento pasé la primera noche en un camping, de los que hay a centenares y que son, además, el principal recurso turístico de los fineses. Poca gente utiliza aquí los hoteles, que son escasos y caros, y la mayoría de los veraneantes, cuando no disponen de una cabaña de veraneo propia (algo muy común en toda la Escandinavia continental), vienen a pasar sus vacaciones en estos lugares, donde se alojan bien en su propia autocaravana (también frecuente en estas tierras), bien en tiendas de campaña o en cabañas de alquiler, que suele haberlas desde individuales hasta familiares, éstas con un par de habitaciones, sala, baño y hasta sauna propia. Yo escogí una de las pequeñas, pues ni necesito más ni da mi presupuesto para otra cosa, ya que hasta la choza más humilde cuesta alrededor de veinticinco euros.
Lo primero que eché en falta fue un juego de sábanas, que no tuve la precaución de echar en mi equipaje; y no viajo con saco de dormir, pues, siendo tan precioso el espacio de carga que tenemos los moteros, un saco me ocuparía una maleta entera. Las cabañitas vienen siempre a colchón desnudo y alquilar ropa de cama suele ser caro, entre ocho y diez euros. De modo que esa noche dormí sobre la toalla y me hice propósito de comprar una sábana más adelante, porque voy a necesitarla a menudo durante las próximas semanas. Por lo demás, no hubo queja; la cabaña era poco más que una caseta de perro, pero suficiente para mis neceesidades, con su cama, una mesa, una banqueta y un radiador, que no me hizo maldita la falta porque lleva días haciendo mucho calor –para lo que es corriente en estas latitudes– y en mi pequeña choza el aire estaba recalentado, pese a la sombra que la arboleda circundante proyectaba sobre ella.
¿Dónde no hay un lago en Finlandia?
Allí mismo había también un pequeño lago donde unos niños jugaban, y que yo aproveché para darme un chapuzón antes de ducharme. Pese a lo que pueda uno suponer, los lagos en Finlandia suelen estar casi templados en verano, pues sus aguas son poco profundas y, por la turba disuelta en ellas, muy oscuras, lo que hace que absorban fuertemente la radiación solar. Y es también por dicha escasa profundidad que, con la misma rapidez con que se calientan en verano, se enfrían y hielan en invierno.
Las aguas fluviales en Finlandia son oscuras por la turba
Detalle del color de las aguas
En cuanto a la sauna, y pese a la gran afición que le tengo, he prescindido de ella; no porque no hubiese una, que doquiera la hay, ni por el precio, que suele ser asequible, sino por las temperaturas que estamos teniendo. Durante las pasadas semanas venía abrigando la esperanza de que, al llegar aquí, me encontraría con una climatología más amable que la habida en Polonia y los países bálticos, pero tal esperanza ha resultado vana; y la sauna no es algo que pueda disfrutarse si hace calor, ya que lo mejor de ella es precisamente experimentar el contraste entre dentro y fuera.
Como llegué con el estómago vacío, y dado que normalmente no cargo provisiones en la moto, tuve que comer una o dos porciones de pizza en el pequeño snack-bar del camping, ya que no había ningún núcleo de población en varios quilómetros a la redonda donde cenar más en condiciones; pero fue suficiente para engañar al apetito, y aun me sobró energía para dar un largo paseo por la carretera; no porque prefiera caminar sobre asfalto, sino porque del camino forestal me echaron enseguida los mosquitos, que son la verdadera pesadilla de los veranos por esta parte del mundo; y es que, aunque tendemos a asociar esos pequeños dípteros con los climas tropicales, lo cierto es que en las regiones subárticas hay copia de ellos durante la estación cálida, sobre todo en zonas lacustres.
Y eran precisamente los mosquitos lo que yo temía a la hora de echarme a dormir, pues el interior de la cabaña estaba tan recalentado por su exposición a las largas horas de luz solar en esta época del año que no había manera de conciliar el sueño sin dejar la puerta entreabierta para dejar paso al fresco de la noche. Mas tuve suerte y, con la precaución adicional de no encender la luz, no me visitaron.
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Como suele sucederme (no sé por qué) cuando estoy de acampada, me han dado las tantas de la mañana cuando he querido levantarme. Pero por suerte no tengo prisa y muy poco es, además, lo que tardo en empaquetar y aparejar la moto. En cualquier caso, era antes del mediodía cuando, a lomos de Rosaura, he dejado atrás las anchas puertas del camping.
Y, para no romper esta racha que ya dura un mes, hoy he tenido un día igual de caluroso que los anteriores, o quizá algo más. Cualquiera que haya hecho un viaje en moto por lugares verdaderamente tórridos se reirá de los treinta o, a lo sumo, trainta y dos grados que hemos alcanzado, pero para un país como Finlandia, semejantes máximas mantenidas durante tan largo tiempo suponen todo un récord, y por eso el presente está siendo, al decir de mucha gente aquí, el verano más caluroso de sus vidas. Y aún habrá quien se empeñe en negar el calentamiento global…
Siguiendo la derrota de ayer, he continuado hoy subiendo hacia el norte, a través de los inacabables bosques e innumerables lagos finlandeses, con idea de alcanzar la latitud de Tampere y girar entonces a la izquierda, hacia el oeste, en demanda de esa ciudad; mas, aparte de árboles y agua, nada especial ha marcado la jornada, como no sea el baño refrescante que me he pegado en un laguito junto al que la carretera pasaba. Es de notar que, en Finlandia, la ley establece el derecho universal para transitar libremente por donde se quiera, trátese de una propiedad privada o pública, lo que en la práctica se traduce, sobre todo, en que el campo, bosques y lagos son libres aunque tengan dueño, y que los letreros de prohibido el paso, propiedad privada no hallarían aquí el menor respaldo legal; razón por la cual, obviamente, no los hay. De modo que si a uno le apetece, por ejemplo, pegarse un chapuzón (como ha sido el caso), no tiene más que acercarse a la orilla más cercana y meterse en el agua sin tener que pedir permiso a nadie. Lo cual no lo exime a uno de ser bien educado.
Así que, cuando el calor ha llegado a molestarme lo suficiente, he aprovechado que discurría la carretera próxima a un lago, en cuya orilla venía viendo algunos bañistas y domingueros, para meterme por un camino cualquiera y, desde un pequeño embarcadero donde una familia estaba echando el día, nadar un centenar de metros lago adentro. Eran una pareja joven con tres niños, que me han recibido con la amabilidad y curiosidad características del país; y aunque su inglés era muy poco fluido (cosa rara), ha sido suficiente para que charlásemos un poco mientras yo me secaba al sol y me vestía luego. Incluso me han ofrecido algún refresco, pero no he aceptado porque no soy amigo de bebidas dulces carbonatadas. Si se hubiera tratado de una cerveza no habría dicho que no.
No hay casita de campo que no dipsonga de su canoa
Como es natural, me han pregungado por mi viaje. Está uno ya lo bastante alejado de España como para que a la gente le llame la atención encontrarse con un motero que viene desde tan lejos, y yo disfruto siendo el objeto de esa sorpresa aunque, en el fondo, tenga más razones para envidiarlos que ellos a mí. Pero esto me lo callo porque sé que, también en el fondo, ellos disfrutan a su modo imaginando que algún día pudiesen hacer un viaje semejante, y no tienen ninguna necesidad de que les estorbe tales fantasías diciéndoles que sus sencillas vidas son, probablemente, más envidiables que mi libertad si el precio al que han de obtenerla es esta angustia existencial y, bueno, otras cosas que no digo.
Según he escrito al principio de este capítulo, ya bien entrada la tarde he llegado a Sahalahti, donde he encontrado un lugar para pasar la noche. Desde hacía ya rato venía buscando alojamiento, pero sin hallar nada; y es que Finlandia puede ser un poco traicionero para esto de hospedarse; no conviene confiarse demasiado a la buena suerte. De hecho, el sitio donde he venido a parar, Ranta-hölli, es un bed & breakfast que queda a cuatro quilómetros del pueblo por un camino de tierra, por fortuna bien apisonada. Y por cierto que casi me vuelvo a la ruta con las manos vacías, porque al llegar y no ver un alma, ni un coche, me ha parecido que estaba cerrado. Menos mal que me ha dado por llamar al timbre y, cuando ya me iba, ha salido la dueña a atenderme; de lo cual mucho me huelgo, porque Ranta-holli es un lugar estupendo y no podía haberlo encontrado mejor, con bonitas y bien cuidadas habitaciones, una hermosa cocina, un gran salón comedor alrededor de una enorme mesa de madera maciza, preciosas vistas y una espléndida sauna a pie de lago con todos sus preparos. A fe mía que habría que buscar mucho para encontrarle alguna tacha. La anfitriona, además, es una mujer muy agradable y capaz, de buen carácter, inglés fuido y conversación inteligente. Así que este va a ser, me da en la nariz, mi hogar durante dos o tres días; y es que no siempre tiene el viajero la suerte de encontrar un alojamiento donde se encuentre lo bastante a gusto como para querer repetir.
Característicos buzones en las zonas rurales
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