Puedes oír la palabra princesa y evocar a Sabina.
O acordarte de ese novio meloso o ese camarero de barra que te dejaba la copa con un “Aquí tienes, princesa“.
Según el tono y la circunstancia en el que la palabra es emitida, el princesa puede sentar como una caricia-halago o , en su sentido más contrario, como una verdadera patada en los huevos ( ovarios, en este caso).
A casi todas las mujeres, las han llamado “princesa” en algún momento de la vida. Y si te pones a pensar, el mejor de todos, es en la infancia, cuando todo es rosa y purpurina y lo que más deseas en el mundo es que te regalen vestidos que giren y giren y giren… Es en ese momento de nuestra vida, cuando aun no sabemos en qué consiste la susodicha, cuando debemos disfrutar hasta el derroche el ser princesas. Después, pierde la gracia.
Hoy, me ha sorprendido ver en una agenda de móvil , mi número de teléfono identificado con la palabra princesa y mi foto Es un móvil de hoy, en manos de uno de los personajes más queridos de mi infancia. Al ver esa palabra, he recordado tantos y tantos momentos en los que yo fuí una princesa, rodeada de regalos y cariño.Y, ese recuerdo siempre me llena de felicidad. De satisfacción. De privilegio, por ser una de esas niñas que pudieron ser princesas.
Tengo la teoría de qué muchos de esos recuerdos felices ayudan a configurar otra “felicidad” , de otro tipo, en el futuro. Es como un almacén de reserva…Los recuerdos de mi infancia desde la perspectiva de una vida ya bastante caminada, me hacen sentir esa explosión interior de algo -que -no -sé- definir pero que conforta . Y, sin darme cuenta, eso -que -no- sé -definir, me ayuda a seguir caminando la vida …con un paso más ligero .
Más cursi no podía haber quedado pero es que hoy, vuelvo a ser una princesa…
N.B : Gracias, padri.