En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.
En el final será el Ser Humano y se dará cuenta de que sabe conjugar su propia vida, y el Ser Humano será con dios y el Ser Humano será dios.
Y ya no habrá principios inquebrantables, como tampoco habrá finales imposibles, ni nada eterno y menos verdades absolutas.
Ya no necesitaremos postrarnos de rodillas para aspirar a una vida eterna que ni siquiera sabemos si existe o no.
Ya no hará falta la autoflagelación para ganarse el perdón.
Algunos “Matamos a Dios” pero olvidamos el significado poético de aquella frase y nos volvimos locos. Matamos a un dios que creamos nosotros mismos y luego nos endiosamos nosotros, sin saber ser nuestros propios “superhombres”, sin haber aprendido nada de lo mal que lo hicimos bajo las órdenes de ese “Dios, nuestro señor”.
Hay dioses que ganan y pierden adeptos más rápidamente que un club de fútbol o un partido político y simplemente es porque somos iguales para todo, nos gusta ser esclavos de algo más grande que nos quite obligaciones y dificultades y que piense por nosotros. Hasta que el Ser Humano no sea capaz de aplicar los principios morales y éticos a su vida cotidiana y pensar por sí mismo, en todos sus aspectos, seguiremos atados a religiones que nos meten miedo si no cumplimos sus preceptos y nos amilanan y coartan y el Ser Humano seguirá perdiendo y las religiones ganando. Pero para esto hay que quebrar ciertos principios que no son tan generales y universales como nos han hecho creer.
Tan solo la inteligencia del ser humano es capaz de crear tanto miedo como para conseguir volvernos estúpidos y crear la necesidad de un dios que nos salve.
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