De niño prometí a mi padre que nunca me arrodillaría ante nadie. Que eso es de cobardes. Y los Menéndez, no lo somos.
Doy fe que no lo he hecho en ninguna situación adversa de mi vida. Ni en el colegio cuando el grupo de los mayores me dejó en calzoncillos en el recreo, ni en la mili cuando el primer día los compañeros veteranos me despertaron apuntándome con sus fusiles.
Esto es distinto.
Sin poder contener las lágrimas y con las rodillas clavadas en el suelo de la iglesia, ruego a Dios que no se lo lleve tan pronto.
Texto: David Moreno Sanz